La Cabra Sacrificada
Luis Guillen Cardenas
— ¡Niño, ya te he dicho que no te
asomes por la ventana, Juan, te estoy hablando!— gritó aquella madre con despreocupación
alguna, mientras jugaba baraja con sus cuñadas. — ¡Niño, quítate de allí!,
pinche huerquito…—comento entre los dientes levantándose de aquella silla,
abandonando su juego. — Juan, ¡te estoy hablando!—
Aquel niño solo miraba por la ventana,
vigilando a una cabra, blanca y hermosa, con unos cuernos algo curveados
terminados en una afilada punta, comiendo pasto y moviendo sus barbas, sus ojos
parecían observarlo de frente, mientras su madre lo tomó por el brazo él se aferró
con sus pequeñas manos al pretil de aquella ventana. La cabra empezó a
agitarse, igual que el corazón del infante, un hombre lo sujetaba por los
cuernos, mientras otro sujetaba un cuchillo, tocando su piel, un primer grito
estalló proveniente de Juan y aquella blanca cabra, a los segundos quedo muda,
tirada sobre una tabla, muda totalmente, con su sangre vaciándose a un plato
hondo.
Juan dejó a un lado sus fuerzas,
mientras su madre lo arrastraba por el suelo, con su cara pálida, parecía ponerse
verde, la cabra lo observaba. Solo reaccionó ante un fuerte golpe sobre sus glúteos,
pero no dijo nada, solo las lágrimas rodaban por sus suaves mejillas, no
precisamente por el dolor, sino por aquella cabra, que ostentaba su amistad.
—Juan, te estoy hablando, cuando te diga
algo hazme caso, ahora vete a jugar con tus primos. —
El niño solo salió caminando, lo más
lento que pudo, limpiando su cara de aquellas gotas saladas. Pobre cabra,
hermosa criatura que había muerto frente a sus ojos, que culpa tenía que su tío
Pedro cumpliese años. Se encamino al patio trasero, buscando a sus pequeños
primos, al llegar encontró a todos con sus respectivos padres, bebiendo cerveza
y jugueteando con la cabeza de aquel animal, sus parientes sosteniéndolo por
los cuernos, goteando liquido rojo, con la lengua pálida y los ojos totalmente
desorbitados, cuando estuvo por desmayarse aterrizó sobre algunos contenedores
llenos de sangre y desperdicios del interior de aquel mamífero, Juan solo cerró
sus ojos y no reaccionó, las risas se convirtieron en comentarios incómodos,
llenos de preocupación, incluso los pequeños que se acercaban a mirarlo, hasta
que su padre lo sujetó y lo llevo adentro.
—Despierta. — unos golpecillos en sus costillas
lo hicieron reaccionar. —.has estado dormido un rato, tienes que comer. —
El sol que entraba por las cortinas se
impactaba sobre su cara, se encontraba limpio, recostado sobre la cama de su
abuela, mientras su madre acariciaba su frente, sonriéndole.
— ¿Qué sucede?—
—Nada, no pasó nada, ven, vamos a comer.
—
Toda la familia se encontraba reunida
sobre aquella mesa ovalada, los niños sobre las piernas de sus madres, algunos
hombres de pie y otros sentados en el piso, observándolo y preguntando su
estado, este solo afirmaba con la cabeza, su madre le entrego un pequeño plato
de guisado acompañado de tortillas, en un solo parpadeo acabo con él y de
vuelta estaba pidiendo más, algo que era extraño que hiciera.
Paso el rato, mientras la noche desaparecía
anunciando la mañana y la temperatura bajaba con un leve roció, todos los
adultos se encontraban alrededor de una pequeña fogata improvisada, cuando fue
interrumpida por Juan.
—Mamá, me siento mal, no puedo…—no pudo
terminar su frase, miro los ojos de aquella cabra decapitada y de su boca salió
impactado un charco de vomito.
— ¡Ay, Juan!—solo dijo su madre, levantándose
y tomando a su hijo, llevándolo adentro. — ¿Qué te sucede?—
—Mi panza, me duele mi estómago. —decía
aquel pobre, cerrando sus ojos de dolor mientras apretaba sus muelas mostrando
sus dientecillos.
—Entra al baño, espérame ahí, traeré medicina.
—
Juan entró en el baño, cerrando con
candado, mientras su madre daba vueltas buscando algún remedio en el refrigerador
de su suegra, una de sus cuñadas entró para auxiliarla.
—Tal vez este empachado, deberías darle
aceite, tal vez…— un alarido que recorrió en sus nucas las congeló para después
hacerlas correr hasta el baño.
— ¡Abre Juan, abre la puerta!—gritaba
sin respuesta alguna, golpeteando la puerta. — ¡abre!—
Los que aún quedaban en el patio
corrieron, la mayoría ebrios, pero una cosa si sucedió, su sobriedad los
impactó al ver tal escena, la madre de Juan no dejaba de gritar, mientras la tía
de aquel pequeño se encontraba tirada sobre el suelo, era tan horrible que
algunos incluso se arcaron.
El pequeño Juan fue noticia local, un
niño que por así decirlo estalló, su abdomen se encontraba abierto, los muros y
los techos manchados por la sangre escarlata y sus órganos esparcidos, hecho
añicos. Su muerte fue noticia local, algo guardada, convirtiéndose en leyenda
urbana, puede que su fallecimiento no fuera relevante, pero si lo que
encontraron. Una pequeña cabra, escondida entre sus intestinos, una pequeña
cabra blanca que se encontraba viva, observando con sus grandes ojos.