Del Meteoro
Luis Guillen Cardenas
Los muros en su mayoría eran
claros, salvo el muro posterior, el cual daba vista a un triste panorama, los
títulos en psicología y psiquiatría se encontraban enmarcados y colgados sobre
los muros. Era un manicomio, triste y sombrío, nada alucinante, salvo miles de
historias interesantes escondidas en mentes, unas cuantas retorcidas, unas
pocas inocentes, pero todas cautivas.
Sobre aquella silla de respaldo
cómodo se encontraba el doctor Harrison, analizando papel, esperando a su
siguiente visita, una nueva cabeza que estaba por ingresar aquel lugar. Desde
su llegada, hacía tres años, todo era lo mismo, tratar con gente retrasada que
no hacia otra cosa más que patalear, chillar y escurrir baba por el estudio.
Si tan solo llegara un caso, un
expediente maravillosamente extraño, un humano razonable con una imaginación
desquiciada, algo en que entretenerse, si tan solo sucediera, sería un suspiro
a su carrera, a la que tanto había dedicado.
La puerta dio unos delicados
golpeteos, al parecer su visita interrumpía sus pequeños pensamientos.
—Adelante. — Indico dando un
ausente grito. —
Rápidamente la perilla dio la vuelta
y de golpe abrió, era Joanne, una joven enfermera que se dedicaba a atender el
teléfono en una pequeña recepción, donde conectaba con todos los departamentos.
—Doctor Harrison, su paciente
está a la espera, le tengo el expediente. —Dijo poniendo una sonrisa y
adentrándose para entregar aquel archivo. —
—Claro, hazlo pasar. — Dijo
correspondiendo con una pequeña sonrisa. —
—Enseguida lo tiene doctor. —Se
despidió de manera bruta y repentina. —
En menos de un minuto a la puerta
se encontraba un hombre que rondaba los cincuenta, acompañado de un guardia. Lo
abandono en aquella habitación, azotando la puerta, los dos, totalmente solos.
Leyó aquel contenido que aguardaba en la carpeta.
Un asesino, aquel hombre lo era,
ese tipo que rondaba los uno setenta de altura, lleno de vello facial alrededor
de su cuello, de ojos desconfiados y de actitud seria.
—Vamos, tome asiento señor…—
—Brian, mi nombre es ese, Brian
Adams. —Menciono al instante, tomando la silla y sentándose. — Sabe, debe
pensar que estoy loco, y me debe temer, lo puedo sentir, no lo debe hacer,
estoy más cuerdo que muchos empleados de este lugar. —
— ¿Por qué lo dice?—
—Mire, si estuviera loco, enfermo
mental o psicópata como dicen todos, en estos momentos tendría estas esposas de
metal rodeándole su cuello, que por cierto, agradecería si las pudiese retirar.
—
—Oh, lo siento caballero, no
estoy autorizado para hacerlo. —
—Está bien, entiendo, bueno,
entonces ¿me podría obsequiar uno de esos cigarrillos?—
—Claro. —Dijo poniendo en su boca
uno, a su vez encendiéndolo con un pequeño cerrillo. — Ahora, ¿podemos hablar?—
—Por supuesto, dígame ¿cómo es
que no se ha vuelto loco aquí? —
—Lo siento Brian, aquí soy el que
hago las preguntas, así que, dedíquese a responderme, ¿quiere?—
—Oh, entiendo. —Dijo exhalando
aquel espeso humo. —
— ¿Henry?, ¿Quién era?, ¿su
pareja?—
—Le pido más respeto Doctor,
mire, Henry murió, y hay que respetarlo, él era como mi hijo. —La furia se
notaba en su frente, al mismo tiempo que la tristeza se asomaba en sus ojos. —
—Está bien, entonces, ¿usted
asesino a Henry?—
—No, él había muerto días antes,
alguien, una presencia, un algo, lo había hecho. —
—Entonces cuénteme lo que
sucedió. —
—Está bien, pero no pretendo que
me crea. —
TIEMPO ATRÁS
En un bosque apartado unos
kilómetros de la ciudad, vivíamos mi esposa y yo, su nombre era Rosa, pero una
noche cayó enferma, por simple casualidad, azares del destino he de suponer.
Ella era una mujer fuerte, no se rendía, pero se encontraba cansada, sus ojeras
eran marchitantes, y cada vez que tocia arrojaba demasiada sangre, no pude
hacer nada para ayudarla, y me lamente no vivir cerca de la civilización. En un
pequeño árbol, entre el fango abrí un hoyo, donde amargamente sepulte a mi
mujer, no era muy religioso, pero decidí poner una cruz sobre la tierra, esa
noche llore como nunca.
Semanas más tarde, algo me
despertó, al principio eran gritos, después golpes en mi puerta. Era un chico,
Henry, que se encontraba mal herido, su rostro irreconocible, no quería
perderlo, no después de lo que había sucedido, cuide de él unos días, hasta que
sano completamente, no tenía a donde ir, no sabía ni de dónde venía, así que me
hizo compañía.
Sobrevivíamos gracias a la
tierra, teníamos pequeñas cosechas y de vez en cuando nos dedicábamos a cazar
algunos ciervos. Había un pequeño lago y la lluvia era constante en aquel
lugar, vaya manera de vivir. Pero todo cambio después del incidente.
Eran alrededor de las cuatro de
la mañana, no podía dormir, pero me encontraba recostado sobre la cama, padecía
de insomnio, tenía miedo a morir en cierto punto, morir como mi amada Rosa en
aquella pequeña y solitaria cabaña. Recuerdo que una luz deslumbro mi mirada en
el exterior de mi ventana, me levante, pero al parecer no era el único
despierto, había escuchado el sonido de la puerta caer, Henry había salido, así
que solo mire por el marco de la puerta, nada, el chico no estaba.
La luz deslumbrante no había
durado más de dos minutos, pero al parecer, la curiosidad de aquel joven era
inmensa. Tanto para adentrarse en la oscuridad del profundo bosque.
— ¡Henry!, ¿Dónde estás?—grite
repetidas ocasiones, todas sin respuesta. —
Encendí una pequeña lámpara y me
senté sobre uno de los escalones que daban a mi entrada, no veía nada a lo
lejos, hasta que de repente vi una silueta acercarse de manera acelerada, era él.
— ¡Ahí, ahí, hay algo, algo
malo!—gritaba apuntándome con su dedo índice en dirección a la oscuridad,
mientras me abrazaba fuertemente, él era más alto que yo, pero se encorvo para
llegar a mi abdomen. —
—Vamos, vamos, hay que entrar,
tal vez solo era un animal. —acerque la lámpara para observarlo, estaba muerto
del miedo, llevaba una herida en el brazo, tal vez un rasguño causado al
correr. —Tengo que mirarte esa herida. —
Se encontraba petrificado, no se
podía mover, aun así logre hacerlo reaccionar. Encendí la luz del comedor, lo
senté en una silla, extendiendo su mano sobre la mesa para verificar la herida.
Nunca había visto algo así, se extendía por su brazo, que parecía hueco, tenía
espinas, alrededor de ocho pude contar, no conocía esas púas, pero, no las
había visto en todo el bosque. Su piel colgaba pero no sangraba, solo cocí la
herida, parecía no dolerle, pero su mirada parecía desorbitada.
— ¿Cómo te ha sucedido esto?—
— ¡El, eso, entro en mí, en mi
cuerpo, máteme! —Gritó mientras me apretaba la ropa por el cuello. —
Su temperatura corporal incrementaba,
temía lo peor, yo solo quedaba sin aire. Empezó a convulsionar hasta soltarme,
exhale profundamente en repetidas ocasiones, me concentre y me puse de pie, él
se encontraba tendido sobre el piso, desmayado sin conciencia alguna. Lo tome,
no pesaba mucho, alrededor de unos sesenta o setenta kilogramos. Lo tire en el
baño y abrí la regadera, le di algunas bofetadas pero no respondía, hasta que
por fin dio un grito, me tomo con fuerza y me vio.
— ¿Qué está sucediendo?—
No sabía responder sus dudas, no
sabía lo que ocurría, todo era extraño y desconocido, él pudo levantarse, se
puso de pie y se fue a su habitación, como si nada. La luz de la mañana se
filtraba, salí desesperadamente. Corrí apresuradamente acompañado de los
gigantescos árboles, mientras algunos animales jugueteaban entre sus copas.
Llegue a ese lugar, aun se distinguía un poco el vapor de un posible
aterrizaje, no creo en criaturas fantásticas, pero esa escena cambio mi
creencia.
Ahí, sobre una piedra aun entre
llamas emergía un extraño gusano, media alrededor de 27 centímetros, tenía
cara, un rostro incómodo y horrible, parecido al de las galletas de jengibre
mal hechas por navidad. Me miro y dijo unas cosas, más bien balbuceo, no
llevaba antenas, pero dejaba un rastro de baba, su pálido color grisáceo se figuraba
al concreto de las carreteras y su mirada roja parecía quemarte.
Giro su cuerpo, como si hubiese
regurgitado totalmente sus órganos, dejo ver ocho púas, ocho, idénticas a las
del brazo de Henry. Solo lo aplaste. No podía dejar aquella roca ahí, solo la
enterré, la cubrí con más fango, nadie se tenía que enterar sobre ese suceso.
Algunos cambios empezaron a
emerger, no solo en mí, sino en el ambiente.
—Henry, ¿te sientes bien?—toque
la puerta por la cual accedía a su recamara. —
No obtuve respuesta, así que
decidí invadir su dormitorio, la puerta parecía atorada o bloqueada, después de
empujar un par de veces cedió. Fue extraño, él nunca dormía tanto, esta vez
estaba en un profundo sueño, puede que esa mordida lo paralizara, me asome a su
cara, pálida con ojeras, verifique su herida, removí la venda, extrañamente, su
herida estaba sana, sin siquiera dejar una mínima cicatriz.
Desde ese momento empecé a dudar.
Pensar, él no era el chico miedoso y perseguido que conocía, se había
transformado, había muerto, era una metamorfosis, una transición a algo malvado
y sumamente desconocido, sentía miedo.
Nunca había visto tantos cambios
sobrenaturales a mí alrededor, y no hablo de fantasmas, nada de eso, hablo de
la realidad, cuando la malicia toca un corazón santo, inocente, lo retuerce a
su voluntad. Recuerdo que anocheció demasiado pronto, había bebido todas las
botellas de alcohol que encontré, mis pensamientos se centraban una y otra vez
en acabar con ese parásito, esa sanguijuela que se escondía en el cuerpo de mi
amigo. Esa noche dormí.
—Brian, Brian, ayúdame. —
— ¿Qué rayos?—la vi, era Rosa,
arrastrándose por el suelo de madera. —
—Ayúdame amor, me muero, auxilio,
no puedo… no puedo…— alargaba su mano, estirándola para alcanzarme, se
encontraba tendida, con su vestido blanco manchado de rojo. —
— ¿Qué te pasa cielo?—pregunte
acercándome con pavor, acaricie su cabeza y la puse sobre mis piernas.
—Descansa cariño, descansa. —
Sonrió pálidamente, la sonrisa se
regeneró, se puso de pie y me miró.
—Brian, cariño, te amo, termina
con esto, termínalo…— dijo mirándome enternecidamente. —
Su vestido resbalo, hace mucho
que no miraba su cuerpo desnudo, me acerque y la abrace, ella me miro, me beso
y me tiro con tremenda fuerza.
—Lo siento…—me dijó llorando. —
Su piel empezó a cambiar, caerse
en pedazos, mientras me miraba con tristeza sus ojos palidecían y desaparecían,
explotó, miles de gusanos saltaron, insectos babosos que se adherían con sus
ocho colmillos en todo mi cuerpo, se alimentaban de mí. Desperté.
Me senté sobre mi lecho, una
silueta se asomaba por mi ventana, parecía llover, me puse de pie y anduve
descalzo hasta chocar con el cristal. Un rayo cayó, resplandeciendo el rostro
de aquel sujeto. Se trataba de Henry, sus ojos nublados, grisáceos, vacíos. No
recuerdo más, ya que en ese momento me desmaye.
Al despertar me encontré en el
suelo, tendido en las duelas de madera, un olor provenía de la cocina, mi
puerta se encontraba abierta y tenía un rastro de sangre, que conectaba con el
comedor, anduve quieto, silencioso, recorriendo con cautela aquel lugar que ya
no conocía. Llegue al lugar, sobre la mesa se encontraba un ciervo decapitado,
el suelo nadando en charcos de sangre y Henry con su mandíbula escarlata.
— ¿Te… te sucede algo chico?—
—No, no se preocupe, estoy bien.
—Respondió sonriéndome. —
Uno sabe cuándo las cosas van
mal, no fue el rastro de sangre ni sus dientes manchados, no, fue algo más
trivial, sus palabras, nunca me había tratado de otra forma que no fuese Usted,
además su acento había cambiado, parecía la voz de algún abogado bien
documentado, y sus ojos, nunca había puesto atención en su cara, pero sabía que
sus ojos eran de un profundo marrón, esta vez eran grises, pálidos.
—Está bien, tengo que salir un
rato. —
—Claro, cuídate. —
Mi nivel de repulsión iba en
incremento, no era por aquel cadáver, sabía bien cuál era el olor de un venado
muerto, tome mi escopeta y salí de aquel lugar, mi olfato no me falla, sabía
que ese insoportable hedor provenía debajo de la piel de Henry.
Qué diablos era eso, solo sabía
que había caído del cielo, puede que fuese un ángel o alguna patraña de esas,
que los religiosos suelen inventar para mitigar las teorías científicas, si
Dios envió eso, pienso que quiere terminar con esta tierra.
No tenía ganas de volver,
esperaba que mi caminata se alargara, el sol estaba por caer. ¿Por qué tengo
que huir de mi casa? Es mía, no de esa cosa, tenía que sacar a los intrusos, y
sacarlos pronto. Me giro apoyando mi arma con los dos brazos, decidido a
exterminarlo. Pero algo me detuvo, un sonido, un grito, me acerque, provenía de
unos pocos metros. Al fin estuve cerca, a una distancia considerable para
verlo.
Ahí estaba, un alce tendido en el
suelo, al parecer una de sus patas habían quedado atrapadas en una trampa para
osos, eso no era lo peor, parecía gritar del dolor, algunas ardillas se
peleaban entre ellas mismas para mordisquear el vientre de aquel animal, sus
ojos, de un pálido gris, poseído por la ira. Solo pude correr.
Llegue azotando mi puerta, pero
justo cuando el sol se había escondido, él estaba ahí, no hablo de Henry. No,
el ya no estaba, era esa cosa, media algo más de dos metros, sus piernas largas
y su espalda encorvada contra el techo, aprisionándome con sus garras entorno a
los muros. Su mirada gris intimidante, no hizo más que apuntar mi bala contra
su frente.
El estallido me empujo, pero me
retuve gracias a la puerta, mientras que él se paralizo y quedo tendido con sus
largas piernas y ese olor nauseabundo ¿Enserio lo había vencido? No lo creía,
me acerque, pude ver su piel podrida, sus ojos cerrados y su rostro, lo poco
que quedaba de él, debajo se podía notar una extraña membrana grisácea,
azulada, viscosa, unas cuantas escamas, pero mire más haya, algo me observaba,
removí un poco de piel y algo parecido a una malformación se abrió, un ojo, un
ojo que me miraba, de un tono amarillo, tome mi escopeta y empecé a golpear con
fuerza, esa cosa se levantó y me arrojo por la ventana, la lluvia era algo
tenue, pero esa criatura no se detenía.
Rompió de tajo la puerta de mi
cabaña, como si fuera un trozo de papel, sus garras eran gigantes, su abdomen
se encontraba totalmente abierto, parecía figurar una gigantesca boca, con
algunos colmillos, sobre su pecho hasta llegar a su cabeza estaba llena de
protuberancias, que cronometradas, se abrieron a la vez, ojos, miradas
amarillas, piel escamosa y un hocico que parecía no tener fin, aun llevaba
arrastrando la piel de Henry, llevándola como si fuese un abrigo.
— ¿Qué diablos eres?—pregunte sin
esperar alguna respuesta. —
—Vengo a exterminarlos, su raza
es un asco, un asco para la existencia de esta Tierra, no la merecen, en cuanto
a quien soy, no tiene importancia, hay miles de nombres…—
Su voz retumbaba en mi mente, no
movía su boca, pero sabía que era de él, se comunicaba mentalmente, pero mi
desesperación hacia lanzar cuestiones mentales, no podía parar, tenía dudas
¿Hay más como tú?, ¿De dónde vienes?, ¿Nos destruirás?, ¿Por qué aquí?
Mi mente era inestable, mi dolor
de cabeza se acrecentaba, y sabía que mi arma no le haría nada.
—Claro, cientos esparcidos en
este bosque, echa un vistazo a los animales. Vengo de más haya, caí desde el
cielo. Puede ser, mi ejército se fortalecerá, los dejare vivos, necesitamos
súbditos. No fue casualidad toparme aquí, el planeta con vida, humanos
estúpidos que solo saben ser comandados, anda, aun te puedes unir, puedes ser
como yo. —
No podía luchar y él lo sabía,
podía leer mi mente, estaba acompañado de animales salvajes que lo obedecían y
no sabía ninguna de sus debilidades, estaba a punto de aceptar su trato, cuando
algo sucedió, un rayo cayó sobre un pequeño roble.
Estuvieron a punto de atacarme,
de transformarme, expulsando aquellos bichos de su estómago, pero el fuego que
incinero una de las ramas los detuvo, quedaron paralizados, chillando, mientras
veía como se consumía aquel árbol.
Corrí antes de que me pudiera
alcanzar, logre entrar y llegar a un cuarto viejo, donde solía apilar
herramientas y botellas viejas, todo lo que necesitara gasolina lo vacié sobre
el suelo, mis botellas de licor, el alcohol flamable, abrí el gas de mi pequeña
estufa, tome los cerillos, cuando estuve a punto de encenderlo, mire el retrato
de mi esposa, tan frágil, tan hermosa, tan viva. Lo tome contra mi pecho.
La cosa entro de prisa, mirándome
con su infinidad de ojos y gimiendo entre gritos con su gigantesca boca, pude
esquivarla hasta mi habitación, me siguió. Me miro con ira, un enojo que
parecía apuñalarte y arrancarte la cara.
—Sabes, estamos conectados
mentalmente, así que vayas a donde vayas iré por ti. —
Accione el cerrillo, mientras eso
gritaba, se lo arroje e hizo combustión instantáneamente, salte por la ventana,
justo antes de que explotara la cocina, el fuego se expandió hasta llegar a los
pequeños animales, que corrían a esconderse entre las ramas, quemando todo,
absolutamente.
Mi ser estaba exaltado, no pude
hacer más que correr hasta la primera luz que vi, lastimosamente, al contar mi
historia, me trajeron aquí, con muchas dudas y pocas respuestas, tratándome
como basura. Aun así estoy bien, digo, al parecer todo se ha acabado.
AHORA
—Como dije Doctor, no espero que
me crea, pero esta es mi historia. —Hubo un silencio, la mirada de Harrison se
llenó de duda. —así que, porque no habla al guardia, necesito respirar un poco
de locura, digo necesito adaptarme. —
Se levantó, puso el cigarrillo en
un pequeño cenicero que estaba sobre el escritorio, el lugar apilado de hojas,
cajas y unos cuantos lápices. Miro por la ventana, atreves del hombro de aquel
sujeto, gente caminando de aquí haya, con batas blancas y cabellos enmarañados.
Giro su cuerpo, y miro el rostro
de aquel hombre.
— ¿Me dejara ir, o tengo que
esperar su respuesta? —
—Sabe, señor Brian, le creo. —
—No se burle de mí, usted, un
hombre de ciencia, con razón, me dirá que cree cuentos de viejos locos, digo,
he contado mi historia a varias personas y nadie se la cree. —Mencionó sonriendo.
—
—No, después de años, esperando
una historia interesante, aparece usted, de golpe. Esto debe estar planeado, mi
carrera está al borde de la ruina, sabe, necesitaba un paciente como usted. —
—Lo mío no son delirios, no soy
como los de fuera, no puede manipularme, así que solo déjeme salir y no diré
nada más. —
—Está bien, aun así le ruego, déjeme
ayudarlo. —
—No lo creo, si quiere más ayuda,
el mismo lugar puede contárselo, supongo, esa piedra debe estar enterrada aun
en ese lugar. —Dijo mientras azotaba la puerta con algo de enojo. —
Fue un viaje algo cansado, nunca
había conducido tanto, puso sus piernas en aquella tierra ceniza, no sabía
dónde estaba aquel meteorito, pero dejo guiar su instinto, cada paso que daba
hacia flotar la negra tierra, avanzo adentrándose entre los troncos
carbonizados, como había dicho Brian, el fuego arrasó con todo.
Estuvo cerca del lago, que ahora
solo era un pozo y nada más. Un bulto de fango parecía vibrar, el Doctor
Harrison encendió su cigarro, esperando que aquella cosa emergiera.