martes, 27 de agosto de 2013

Del Meteoro

Del Meteoro
Luis Guillen Cardenas


Los muros en su mayoría eran claros, salvo el muro posterior, el cual daba vista a un triste panorama, los títulos en psicología y psiquiatría se encontraban enmarcados y colgados sobre los muros. Era un manicomio, triste y sombrío, nada alucinante, salvo miles de historias interesantes escondidas en mentes, unas cuantas retorcidas, unas pocas inocentes, pero todas cautivas.
Sobre aquella silla de respaldo cómodo se encontraba el doctor Harrison, analizando papel, esperando a su siguiente visita, una nueva cabeza que estaba por ingresar aquel lugar. Desde su llegada, hacía tres años, todo era lo mismo, tratar con gente retrasada que no hacia otra cosa más que patalear, chillar y escurrir baba por el estudio.
Si tan solo llegara un caso, un expediente maravillosamente extraño, un humano razonable con una imaginación desquiciada, algo en que entretenerse, si tan solo sucediera, sería un suspiro a su carrera, a la que tanto había dedicado.
La puerta dio unos delicados golpeteos, al parecer su visita interrumpía sus pequeños pensamientos.
—Adelante. — Indico dando un ausente grito. —
Rápidamente la perilla dio la vuelta y de golpe abrió, era Joanne, una joven enfermera que se dedicaba a atender el teléfono en una pequeña recepción, donde conectaba con todos los departamentos.
—Doctor Harrison, su paciente está a la espera, le tengo el expediente. —Dijo poniendo una sonrisa y adentrándose para entregar aquel archivo. —
—Claro, hazlo pasar. — Dijo correspondiendo con una pequeña sonrisa. —
—Enseguida lo tiene doctor. —Se despidió de manera bruta y repentina. —
En menos de un minuto a la puerta se encontraba un hombre que rondaba los cincuenta, acompañado de un guardia. Lo abandono en aquella habitación, azotando la puerta, los dos, totalmente solos. Leyó aquel contenido que aguardaba en la carpeta.
Un asesino, aquel hombre lo era, ese tipo que rondaba los uno setenta de altura, lleno de vello facial alrededor de su cuello, de ojos desconfiados y de actitud seria.
—Vamos, tome asiento señor…—
—Brian, mi nombre es ese, Brian Adams. —Menciono al instante, tomando la silla y sentándose. — Sabe, debe pensar que estoy loco, y me debe temer, lo puedo sentir, no lo debe hacer, estoy más cuerdo que muchos empleados de este lugar. —
— ¿Por qué lo dice?—
—Mire, si estuviera loco, enfermo mental o psicópata como dicen todos, en estos momentos tendría estas esposas de metal rodeándole su cuello, que por cierto, agradecería si las pudiese retirar. —
—Oh, lo siento caballero, no estoy autorizado para hacerlo. —
—Está bien, entiendo, bueno, entonces ¿me podría obsequiar uno de esos cigarrillos?—
—Claro. —Dijo poniendo en su boca uno, a su vez encendiéndolo con un pequeño cerrillo. — Ahora, ¿podemos hablar?—
—Por supuesto, dígame ¿cómo es que no se ha vuelto loco aquí? —
—Lo siento Brian, aquí soy el que hago las preguntas, así que, dedíquese a responderme, ¿quiere?—
—Oh, entiendo. —Dijo exhalando aquel espeso humo. —
— ¿Henry?, ¿Quién era?, ¿su pareja?—
—Le pido más respeto Doctor, mire, Henry murió, y hay que respetarlo, él era como mi hijo. —La furia se notaba en su frente, al mismo tiempo que la tristeza se asomaba en sus ojos. —
—Está bien, entonces, ¿usted asesino a Henry?—
—No, él había muerto días antes, alguien, una presencia, un algo, lo había hecho. —
—Entonces cuénteme lo que sucedió. —
—Está bien, pero no pretendo que me crea. —

TIEMPO ATRÁS
En un bosque apartado unos kilómetros de la ciudad, vivíamos mi esposa y yo, su nombre era Rosa, pero una noche cayó enferma, por simple casualidad, azares del destino he de suponer. Ella era una mujer fuerte, no se rendía, pero se encontraba cansada, sus ojeras eran marchitantes, y cada vez que tocia arrojaba demasiada sangre, no pude hacer nada para ayudarla, y me lamente no vivir cerca de la civilización. En un pequeño árbol, entre el fango abrí un hoyo, donde amargamente sepulte a mi mujer, no era muy religioso, pero decidí poner una cruz sobre la tierra, esa noche llore como nunca.
Semanas más tarde, algo me despertó, al principio eran gritos, después golpes en mi puerta. Era un chico, Henry, que se encontraba mal herido, su rostro irreconocible, no quería perderlo, no después de lo que había sucedido, cuide de él unos días, hasta que sano completamente, no tenía a donde ir, no sabía ni de dónde venía, así que me hizo compañía.
Sobrevivíamos gracias a la tierra, teníamos pequeñas cosechas y de vez en cuando nos dedicábamos a cazar algunos ciervos. Había un pequeño lago y la lluvia era constante en aquel lugar, vaya manera de vivir. Pero todo cambio después del incidente.
Eran alrededor de las cuatro de la mañana, no podía dormir, pero me encontraba recostado sobre la cama, padecía de insomnio, tenía miedo a morir en cierto punto, morir como mi amada Rosa en aquella pequeña y solitaria cabaña. Recuerdo que una luz deslumbro mi mirada en el exterior de mi ventana, me levante, pero al parecer no era el único despierto, había escuchado el sonido de la puerta caer, Henry había salido, así que solo mire por el marco de la puerta, nada, el chico no estaba.
La luz deslumbrante no había durado más de dos minutos, pero al parecer, la curiosidad de aquel joven era inmensa. Tanto para adentrarse en la oscuridad del profundo bosque.
— ¡Henry!, ¿Dónde estás?—grite repetidas ocasiones, todas sin respuesta. —
Encendí una pequeña lámpara y me senté sobre uno de los escalones que daban a mi entrada, no veía nada a lo lejos, hasta que de repente vi una silueta acercarse de manera acelerada, era él.
— ¡Ahí, ahí, hay algo, algo malo!—gritaba apuntándome con su dedo índice en dirección a la oscuridad, mientras me abrazaba fuertemente, él era más alto que yo, pero se encorvo para llegar a mi abdomen. —
—Vamos, vamos, hay que entrar, tal vez solo era un animal. —acerque la lámpara para observarlo, estaba muerto del miedo, llevaba una herida en el brazo, tal vez un rasguño causado al correr. —Tengo que mirarte esa herida. —
Se encontraba petrificado, no se podía mover, aun así logre hacerlo reaccionar. Encendí la luz del comedor, lo senté en una silla, extendiendo su mano sobre la mesa para verificar la herida. Nunca había visto algo así, se extendía por su brazo, que parecía hueco, tenía espinas, alrededor de ocho pude contar, no conocía esas púas, pero, no las había visto en todo el bosque. Su piel colgaba pero no sangraba, solo cocí la herida, parecía no dolerle, pero su mirada parecía desorbitada.
— ¿Cómo te ha sucedido esto?—
— ¡El, eso, entro en mí, en mi cuerpo, máteme! —Gritó mientras me apretaba la ropa por el cuello. —
Su temperatura corporal incrementaba, temía lo peor, yo solo quedaba sin aire. Empezó a convulsionar hasta soltarme, exhale profundamente en repetidas ocasiones, me concentre y me puse de pie, él se encontraba tendido sobre el piso, desmayado sin conciencia alguna. Lo tome, no pesaba mucho, alrededor de unos sesenta o setenta kilogramos. Lo tire en el baño y abrí la regadera, le di algunas bofetadas pero no respondía, hasta que por fin dio un grito, me tomo con fuerza y me vio.
— ¿Qué está sucediendo?—
No sabía responder sus dudas, no sabía lo que ocurría, todo era extraño y desconocido, él pudo levantarse, se puso de pie y se fue a su habitación, como si nada. La luz de la mañana se filtraba, salí desesperadamente. Corrí apresuradamente acompañado de los gigantescos árboles, mientras algunos animales jugueteaban entre sus copas. Llegue a ese lugar, aun se distinguía un poco el vapor de un posible aterrizaje, no creo en criaturas fantásticas, pero esa escena cambio mi creencia.
Ahí, sobre una piedra aun entre llamas emergía un extraño gusano, media alrededor de 27 centímetros, tenía cara, un rostro incómodo y horrible, parecido al de las galletas de jengibre mal hechas por navidad. Me miro y dijo unas cosas, más bien balbuceo, no llevaba antenas, pero dejaba un rastro de baba, su pálido color grisáceo se figuraba al concreto de las carreteras y su mirada roja parecía quemarte.
Giro su cuerpo, como si hubiese regurgitado totalmente sus órganos, dejo ver ocho púas, ocho, idénticas a las del brazo de Henry. Solo lo aplaste. No podía dejar aquella roca ahí, solo la enterré, la cubrí con más fango, nadie se tenía que enterar sobre ese suceso.
Algunos cambios empezaron a emerger, no solo en mí, sino en el ambiente.
—Henry, ¿te sientes bien?—toque la puerta por la cual accedía a su recamara. —
No obtuve respuesta, así que decidí invadir su dormitorio, la puerta parecía atorada o bloqueada, después de empujar un par de veces cedió. Fue extraño, él nunca dormía tanto, esta vez estaba en un profundo sueño, puede que esa mordida lo paralizara, me asome a su cara, pálida con ojeras, verifique su herida, removí la venda, extrañamente, su herida estaba sana, sin siquiera dejar una mínima cicatriz.
Desde ese momento empecé a dudar. Pensar, él no era el chico miedoso y perseguido que conocía, se había transformado, había muerto, era una metamorfosis, una transición a algo malvado y sumamente desconocido, sentía miedo.
Nunca había visto tantos cambios sobrenaturales a mí alrededor, y no hablo de fantasmas, nada de eso, hablo de la realidad, cuando la malicia toca un corazón santo, inocente, lo retuerce a su voluntad. Recuerdo que anocheció demasiado pronto, había bebido todas las botellas de alcohol que encontré, mis pensamientos se centraban una y otra vez en acabar con ese parásito, esa sanguijuela que se escondía en el cuerpo de mi amigo. Esa noche dormí.
—Brian, Brian, ayúdame. —
— ¿Qué rayos?—la vi, era Rosa, arrastrándose por el suelo de madera. —
—Ayúdame amor, me muero, auxilio, no puedo… no puedo…— alargaba su mano, estirándola para alcanzarme, se encontraba tendida, con su vestido blanco manchado de rojo. —
— ¿Qué te pasa cielo?—pregunte acercándome con pavor, acaricie su cabeza y la puse sobre mis piernas. —Descansa cariño, descansa. —
Sonrió pálidamente, la sonrisa se regeneró, se puso de pie y me miró.
—Brian, cariño, te amo, termina con esto, termínalo…— dijo mirándome enternecidamente. —
Su vestido resbalo, hace mucho que no miraba su cuerpo desnudo, me acerque y la abrace, ella me miro, me beso y me tiro con tremenda fuerza.
—Lo siento…—me dijó llorando. —
Su piel empezó a cambiar, caerse en pedazos, mientras me miraba con tristeza sus ojos palidecían y desaparecían, explotó, miles de gusanos saltaron, insectos babosos que se adherían con sus ocho colmillos en todo mi cuerpo, se alimentaban de mí. Desperté. 
Me senté sobre mi lecho, una silueta se asomaba por mi ventana, parecía llover, me puse de pie y anduve descalzo hasta chocar con el cristal. Un rayo cayó, resplandeciendo el rostro de aquel sujeto. Se trataba de Henry, sus ojos nublados, grisáceos, vacíos. No recuerdo más, ya que en ese momento me desmaye.
Al despertar me encontré en el suelo, tendido en las duelas de madera, un olor provenía de la cocina, mi puerta se encontraba abierta y tenía un rastro de sangre, que conectaba con el comedor, anduve quieto, silencioso, recorriendo con cautela aquel lugar que ya no conocía. Llegue al lugar, sobre la mesa se encontraba un ciervo decapitado, el suelo nadando en charcos de sangre y Henry con su mandíbula escarlata.
— ¿Te… te sucede algo chico?—
—No, no se preocupe, estoy bien. —Respondió sonriéndome. —
Uno sabe cuándo las cosas van mal, no fue el rastro de sangre ni sus dientes manchados, no, fue algo más trivial, sus palabras, nunca me había tratado de otra forma que no fuese Usted, además su acento había cambiado, parecía la voz de algún abogado bien documentado, y sus ojos, nunca había puesto atención en su cara, pero sabía que sus ojos eran de un profundo marrón, esta vez eran grises, pálidos.
—Está bien, tengo que salir un rato. —
—Claro, cuídate. —
Mi nivel de repulsión iba en incremento, no era por aquel cadáver, sabía bien cuál era el olor de un venado muerto, tome mi escopeta y salí de aquel lugar, mi olfato no me falla, sabía que ese insoportable hedor provenía debajo de la piel de Henry.
Qué diablos era eso, solo sabía que había caído del cielo, puede que fuese un ángel o alguna patraña de esas, que los religiosos suelen inventar para mitigar las teorías científicas, si Dios envió eso, pienso que quiere terminar con esta tierra.
No tenía ganas de volver, esperaba que mi caminata se alargara, el sol estaba por caer. ¿Por qué tengo que huir de mi casa? Es mía, no de esa cosa, tenía que sacar a los intrusos, y sacarlos pronto. Me giro apoyando mi arma con los dos brazos, decidido a exterminarlo. Pero algo me detuvo, un sonido, un grito, me acerque, provenía de unos pocos metros. Al fin estuve cerca, a una distancia considerable para verlo.
Ahí estaba, un alce tendido en el suelo, al parecer una de sus patas habían quedado atrapadas en una trampa para osos, eso no era lo peor, parecía gritar del dolor, algunas ardillas se peleaban entre ellas mismas para mordisquear el vientre de aquel animal, sus ojos, de un pálido gris, poseído por la ira. Solo pude correr.
Llegue azotando mi puerta, pero justo cuando el sol se había escondido, él estaba ahí, no hablo de Henry. No, el ya no estaba, era esa cosa, media algo más de dos metros, sus piernas largas y su espalda encorvada contra el techo, aprisionándome con sus garras entorno a los muros. Su mirada gris intimidante, no hizo más que apuntar mi bala contra su frente.
El estallido me empujo, pero me retuve gracias a la puerta, mientras que él se paralizo y quedo tendido con sus largas piernas y ese olor nauseabundo ¿Enserio lo había vencido? No lo creía, me acerque, pude ver su piel podrida, sus ojos cerrados y su rostro, lo poco que quedaba de él, debajo se podía notar una extraña membrana grisácea, azulada, viscosa, unas cuantas escamas, pero mire más haya, algo me observaba, removí un poco de piel y algo parecido a una malformación se abrió, un ojo, un ojo que me miraba, de un tono amarillo, tome mi escopeta y empecé a golpear con fuerza, esa cosa se levantó y me arrojo por la ventana, la lluvia era algo tenue, pero esa criatura no se detenía.
Rompió de tajo la puerta de mi cabaña, como si fuera un trozo de papel, sus garras eran gigantes, su abdomen se encontraba totalmente abierto, parecía figurar una gigantesca boca, con algunos colmillos, sobre su pecho hasta llegar a su cabeza estaba llena de protuberancias, que cronometradas, se abrieron a la vez, ojos, miradas amarillas, piel escamosa y un hocico que parecía no tener fin, aun llevaba arrastrando la piel de Henry, llevándola como si fuese un abrigo. 
— ¿Qué diablos eres?—pregunte sin esperar alguna respuesta. —
—Vengo a exterminarlos, su raza es un asco, un asco para la existencia de esta Tierra, no la merecen, en cuanto a quien soy, no tiene importancia, hay miles de nombres…—
Su voz retumbaba en mi mente, no movía su boca, pero sabía que era de él, se comunicaba mentalmente, pero mi desesperación hacia lanzar cuestiones mentales, no podía parar, tenía dudas ¿Hay más como tú?, ¿De dónde vienes?, ¿Nos destruirás?, ¿Por qué aquí?
Mi mente era inestable, mi dolor de cabeza se acrecentaba, y sabía que mi arma no le haría nada.
—Claro, cientos esparcidos en este bosque, echa un vistazo a los animales. Vengo de más haya, caí desde el cielo. Puede ser, mi ejército se fortalecerá, los dejare vivos, necesitamos súbditos. No fue casualidad toparme aquí, el planeta con vida, humanos estúpidos que solo saben ser comandados, anda, aun te puedes unir, puedes ser como yo. —
No podía luchar y él lo sabía, podía leer mi mente, estaba acompañado de animales salvajes que lo obedecían y no sabía ninguna de sus debilidades, estaba a punto de aceptar su trato, cuando algo sucedió, un rayo cayó sobre un pequeño roble.
Estuvieron a punto de atacarme, de transformarme, expulsando aquellos bichos de su estómago, pero el fuego que incinero una de las ramas los detuvo, quedaron paralizados, chillando, mientras veía como se consumía aquel árbol.
Corrí antes de que me pudiera alcanzar, logre entrar y llegar a un cuarto viejo, donde solía apilar herramientas y botellas viejas, todo lo que necesitara gasolina lo vacié sobre el suelo, mis botellas de licor, el alcohol flamable, abrí el gas de mi pequeña estufa, tome los cerillos, cuando estuve a punto de encenderlo, mire el retrato de mi esposa, tan frágil, tan hermosa, tan viva. Lo tome contra mi pecho.
La cosa entro de prisa, mirándome con su infinidad de ojos y gimiendo entre gritos con su gigantesca boca, pude esquivarla hasta mi habitación, me siguió. Me miro con ira, un enojo que parecía apuñalarte y arrancarte la cara.
—Sabes, estamos conectados mentalmente, así que vayas a donde vayas iré por ti. —
Accione el cerrillo, mientras eso gritaba, se lo arroje e hizo combustión instantáneamente, salte por la ventana, justo antes de que explotara la cocina, el fuego se expandió hasta llegar a los pequeños animales, que corrían a esconderse entre las ramas, quemando todo, absolutamente.
Mi ser estaba exaltado, no pude hacer más que correr hasta la primera luz que vi, lastimosamente, al contar mi historia, me trajeron aquí, con muchas dudas y pocas respuestas, tratándome como basura. Aun así estoy bien, digo, al parecer todo se ha acabado.

AHORA
—Como dije Doctor, no espero que me crea, pero esta es mi historia. —Hubo un silencio, la mirada de Harrison se llenó de duda. —así que, porque no habla al guardia, necesito respirar un poco de locura, digo necesito adaptarme. —
Se levantó, puso el cigarrillo en un pequeño cenicero que estaba sobre el escritorio, el lugar apilado de hojas, cajas y unos cuantos lápices. Miro por la ventana, atreves del hombro de aquel sujeto, gente caminando de aquí haya, con batas blancas y cabellos enmarañados.
Giro su cuerpo, y miro el rostro de aquel hombre.
— ¿Me dejara ir, o tengo que esperar su respuesta? —
—Sabe, señor Brian, le creo. —
—No se burle de mí, usted, un hombre de ciencia, con razón, me dirá que cree cuentos de viejos locos, digo, he contado mi historia a varias personas y nadie se la cree. —Mencionó sonriendo. —
—No, después de años, esperando una historia interesante, aparece usted, de golpe. Esto debe estar planeado, mi carrera está al borde de la ruina, sabe, necesitaba un paciente como usted. —
—Lo mío no son delirios, no soy como los de fuera, no puede manipularme, así que solo déjeme salir y no diré nada más. —
—Está bien, aun así le ruego, déjeme ayudarlo. —
—No lo creo, si quiere más ayuda, el mismo lugar puede contárselo, supongo, esa piedra debe estar enterrada aun en ese lugar. —Dijo mientras azotaba la puerta con algo de enojo. —
Fue un viaje algo cansado, nunca había conducido tanto, puso sus piernas en aquella tierra ceniza, no sabía dónde estaba aquel meteorito, pero dejo guiar su instinto, cada paso que daba hacia flotar la negra tierra, avanzo adentrándose entre los troncos carbonizados, como había dicho Brian, el fuego arrasó con todo.
Estuvo cerca del lago, que ahora solo era un pozo y nada más. Un bulto de fango parecía vibrar, el Doctor Harrison encendió su cigarro, esperando que aquella cosa emergiera.



viernes, 2 de agosto de 2013

Algo en las Nubes


Algo en las Nubes

Luis Guillen Cardenas

Nunca había existido alguien que gustara de coleccionar campanas de viento, alarmados por cualquier fino movimiento del aire. Esa tarde se encontraban estáticas, era una tarde soleada, sin presencia alguna de humedad. Su nombre era Rachel, aunque por una razón extraña media vecindad la llamaba ‘Planta de viento’. Eso se debía que todo su hogar estaba ambientado por todo tipo de hierba haciéndolo parecer una gran selva. La mayoría de solo verla creería que era una especie de hippie o madre naturaleza.
Solo era una chica un tanto descuidada, dedicada de lleno a las artes, vivía sola en su gran casa y no tenía noción del tiempo, a veces ni tenia contacto con otro humano, llevaba semanas sin cruzar palabras con persona alguna, las historias que relataba era a las aves que entraban a robar frutos o los insectos que se dedicaban a cubrirse en el fango de sus macetas. Al parecer eran los únicos seres que lograban entender la razón por la cual se aislaba de todos esos seres llamados sociedad.
Eran estúpidos, ignorantes, que solo se encerraban en un pensamiento cuadrado de supervivencia propia, no pensaban en que destruían ni que recursos mal gastaban. Era un mundo materialista que corrompía una y otra vez la tierra, empeorándola año con año. Utilizaban su dinero para construir carreteras de asfalto y rascacielos que toqueteaban a las mismas nubes.
Mientras Rachel solo se dedicaba a mantener mojado cada milímetro de su terreno lleno de flora verdusca, ramas atravesadas y barro que hundía sus sandalias varios centímetros en sus adentros. No era como alguno de sus vecinos, no vivía de ningún cuerpo de cerdo o res, se alimentaba de lo que cosechaba y bebía los jugos de sus frutos. Su delimitación de tierra abarcaba surcos de Maíz y grandes árboles de Naranjas y Mandarinas. Sus pies eran demasiado pálidos debajo de esas capas color marrón y algunas hojas incrustadas. Dentro, en su hogar, era algo distinto, su cocina era algo pequeña, no necesitaba mucho espacio, muy pocas veces subía al exterior para comprar algunos artículos de subsistencia, así que solo tenía un horno con dos pequeños fogones, una hielera en la cual nadaban frutas, jugos y leche, había un pequeño estante que contenía especies y hierbas recolectadas y por ultimo un pequeño cajón de madera que sostenía y ocultaba todo tipo de cajas, harina, azúcar, sal o cualquier otra chuchería. Tenía una pequeña mesa de centro en la cual consumía cualquier bocadillo mientras escuchaba la radio o leía un libro, odiaba los televisores, tenía la creencia de que eran pequeñas maquinas que tenían el poder de la lobotomía en sí mismo.
Su habitación se encontraba encajada en la planta baja. Era el segmento de mayor espacio en toda la vivienda. Tenía integrado un fascinante baño, una asombrosa tina de cerámica blanca, un lavabo con un exquisito espejo impecable, que si bien parecía la ventana de una dimensión diferente.
Su recamara era estupenda con una gigantesca cama en la que su cuerpo reposaba cómodamente. Hasta ahora nunca había requerido de pareja o familia, sus orígenes eran distintos a los que ella hubiera deseado. Provenía de una familia multimillonaria, aunque no lo pareciera así era, residía en Francia pero había tomado un crucero de inmigrantes a los 17 y había llegado a un pueblo de Texas.  Las ganancias de su padre, el señor Laverne, comenzaron a la explotación de aparatos eléctricos, armando televisores baratos de fábrica. Estafo a una empresa y sus proyectos funcionaron de maravilla. Olvido lo que a sus propios hijos había fundamentado, los valores de honestidad, honradez, respeto pero sobre todo humildad.
Se había esfumado como el humo de su hipócrita pipa, difuminando sus delitos entre las formas graciosas del tabaco. Su madre y hermanos se unieron como garrapatas a la causa, hundiendo sus colmillos y adhiriéndose a un alce moribundo. Para una pequeña adolescente con fragilidad de sentimientos y poca hostilidad fue un tormento mental, algunas veces se quedaba distante ante el paisaje gris de su familia paralizada por el brillo constante del resplandor azul del televisor. Todo un trauma, le gustaba inventar historias en la que su familia había sido poseída por una fuerza sensorial proveniente de las ondas mandadas de los satélites al televisor y de ahí a la mente desequilibrada de gente tonta.
Ahora enfocándonos en la realidad corrompida de una chica totalmente extraña. Era como un virus en un ambiente sano, no sabía si ella era la infección o uno de los supervivientes. Cada mañana que subía al techo a través de las ramas de los arboles hacia la losa para meditar un poco y respirar un poco de aire puro sus vecinos la enmarcaban concediéndole el título de loca.
Entrando la tarde de un día soleado como todos los demás no había nada extraordinario hasta entradas las horas. En la planta alta Rachel gozaba en una pequeña terraza, disfrutando de un tremendo vino de uva mientras disfrutaba pintar paisajes y gozar buena música clásica, le encantaba alterar las bocinas al máximo, si los vecinos eran quejumbrosos porque no molestarlos un rato, ella nunca se quejaba de la espantosa música de los jóvenes que pasaban tan rápido por el asfalto. Aun así recibía cartas de quejas, no eran tan valientes para hablar de frente.  
Esa tarde agradable fue extraña, se sentía como un ser adormecido o drogado, dejo su pintura a medias y no la pudo continuar, unos pasos hacia la pequeña estancia superior tropezó desmayada, inconsciente mientras la sangre brotaba de su labio partido, tan roja como la capa de una manzana o la pintura que ella misma utiliza para inmortalizar escenas. El sonido turbio de las campanillas y objetos ruidosos la levanto de su sueño, el viento era demasiado fuerte, miro detrás de aquel barandal, estaba frió, helado era la mejor palabra, los niños huían horrorizados hacia los adentros de sus casas mientras sus madres gritaban horrorizadas esperando en la puerta y sujetándolos fuertemente del brazo, hasta el punto de arrastrarlos. Algunos se ganaban unos raspones sangrantes en las rodillas.
Corrió rápidamente hacia la entrada, el aire la empujo junto aquel lienzo golpeándola sobre la espalda pero logrando entrar en aquella protección, estaba a salvo, o al menos eso sentía. Sobre aquellas ventanas el viento silbaba, las hojas se empalmaban sobre los cristales y las ramas rechinaban como una mujer que con sus puntiagudas uñas. De repente el cielo se oscureció, de un grisáceo y un toque de profundo negro sobre las nubes, se concentró, algo había en esos sonidos, no eran solo rechinidos ni estallidos de vidrios. Provenían de entre las nubes ocultos en ese manto color gris, un tétrico gris, ahí estaba, lo pudo retener en sus oídos.
Lo escucho, lo digirió y analizo por dos minutos. No podrían ser estallidos de bombas, parecían truenos, pero no, eran algo como gritos titánicos, como si en un ambiente estático más de cincuenta avionetas volaran al mismo tiempo, produciendo un sonido siniestro y de horror.
Su peor miedo tal vez se hacía presente, una guerra biológica era presente, lo habían predicho los chicos de la radio. A los que el mismo catalogaba como esquizofrénicos y sin fundamentos. Ese podría ser su castigo por el escepticismo que se cultivaba a sus adentros. Una ira se acrecentó en sí, sus lágrimas salían a borbotones, una chica que se encargaba solo de predicar la paz y estabilidad tenía un final en una guerra sin sentido, pero a que se debía ello. No había escuchado razón o al menos no ella.
Un sonido casi acaba con su vida, era el tono del teléfono que se encontraba en la estancia del piso inferior. Bajo paso a paso las escaleras rechinantes de madera. Sus pies tocaron por fin el sólido suelo. Levanto el auricular con su mano temblorosa, algo no marchaba nada bien, temía que alguien hiciera una terrible confesión del otro lado de la línea.
—Sí, ¿Quién es?—dijo sosteniendo el aparato con las dos manos, tendida sobre el suelo.
—Escúchame. — una voz alterada pero a la vez con un tono bajo, de silencio. — Soy uno de tus vecinos, soy Frank, ahora escúchame, escóndete, ahora escóndete, van hacia tu casa.
—De que me hablas Frank, que estás diciendo. — gritaba con desesperación y el rostro mojado. —Que me quieres decir.
—Solo corre y ocúltate, has lo que te ordeno, los he visto morir, los he visto a todos. — la voz de la línea se cortó de pronto.
Rachel salió corriendo sin saber a dónde ir, lo primero que vio lo utilizo como escondite seguro. Era su cama, más bien debajo de ella, se integró sin pensarlo, había unas pequeñas tablas que emergían de las demás, era un sótano.
Nunca había sospechado o visto aquella cosa, la levanto y entro estrechamente por ella, tanto como le permitía la presión de los barrotes que sostenían su cama. Cuando sus piernas fueron sostenidas por las escaleras escucho un ruido proveniente del exterior, la puerta tal vez en una brusca brisa advirtiendo los extraños visitantes, todo se encontraba envuelto en misteriosas tinieblas, una niebla empezó a filtrarse por el marco de la habitación.
Era un humo como el vicio puerco de su padre, tan blanco que se estructuraba en la oscuridad y en un segundo acompañado por una extraña luz fluorescente, iluminando toda la habitación por un aura amarilla. En unos minutos se escucharon voces y pasos. Las melodías eran indescifrables, podría asegurar que no descendía de ningún lugar de la tierra. Rachel había aprendido varios idiomas y los que no, ella sabía cómo se articulaban y ese no era ninguno que hubiera pasado por sus oídos. 
Los pasos se acrecentaban provocando un eco que llevaba hasta el estrecho hueco en el que Rachel se ocultaba. Su mirada cautiva se encontraba vigilante ante la pequeña rendija que se filtraban asquerosos olores y fantásticos colores. Los miro, o al menos solo sus pies.
Iluminados por la luz sus tobillos eran extraños, tenían unas curvas que terminaban en un filoso pico, sus uñas largas se arrastraban por el suelo y su talón flotaba por los aires como utilizando un tacón invisible. Su piel estaba completamente llena de escamas, verde y tonalidades de color café, daba la impresión de estar cubierto por un botín de serpiente. Miraba dos pares de pies idénticos, un par más incorporo pero cargaba con algo que arrastraba, era un cadáver, el cadáver de un hombre que aun sostenía un teléfono sobre su mano. Era Frank, el pobre hombre que le había indicado que hacer, no pudo más y se internó en la cavidad subterránea. Qué tipo de cosa era eso, no podría reconocer si era algún animal, levanto la tapa de nuevo solo para observar un poco más, un grito ahogado quería perforar su pecho y salir corriendo por el miedo causado, pero se resistió y fue contenido por sus pulmones, ahí estaba, con los ojos pálidos y cuencas oscuras, aquel pobre hombre observándola con una mirada desesperada, era joven, tenían la misma edad.
Pareciera que le pedía ayuda y le advertía del riesgo que corría.  La luz se acrecentó, iluminando totalmente la oscuridad, su pánico crecía como el sonido de los pasos de esos extraños seres. Se tiró rápido a la superficie de las escaleras antes de que aquellas cosas se toparan con su mirar, no estaba satisfecha con volver a cruzar sus ojos con las hipnotizantes pieles de, si se podría decir, asesinos. No sabría en que caracterizarlos, ni siquiera de donde habían llegado, algo sabía, los vientos que corrían hacia el este prevenían su llegada, las mismas nubes le jugaban un pacto de complicidad, el sol se había ocultado ante tales hechos mientras la luna se maravillaba al ver criaturas tan espeluznantes.
Ante la calma atranco con un cerrojo de metal un poco carcomido por el óxido, se burló de ella misma, aquellos individuos son capaces de cualquier atrocidad, contando que son fuertes y tienen suficiente tecnología, no serían capaces de romper un cerrojo oxidada, vaya que estupidez. La mente en los pensamientos más turbios y problemáticos tenía la tendencia de convertirse en un ente si un solo gramo de pensar. Al fin en la superficie de concreto frió sus pies hicieron un fuerte contacto, adhiriéndose por la sola fuerza de gravedad. La habitación se encontraba en medio de la maldita oscuridad, no había nada de referencia en ese lugar, solo una pequeña ventanilla en la cual se colaba un poco de la luz de luna, guiada por aquel foco atrayente como los mosquitos ante un monitor sumergido en lobreguez. Con sus pasos descalzos camino vagamente hasta algo parecido a lo de un interruptor de luz, lo accionó, encendieron dos luces al instante, solo eso, la mitad de aquel lugar, con eso bastaba ante inspección. Había un escritorio sumergido, sobre él se encontraba una pequeña lámpara de bombilla, alzo un pequeño cordón y al instante alumbro aquel sitio saturado de hojas y libretas.
Eran diarios de algún prisionero, que rayos era este lugar, quien había estado aquí anteriormente y lo más importante, ella pasaría por lo mismo. Todo se respondía con un inquietante ‘tal vez’. Era aquella inconsistente duda que la atemorizaba, que sería mejor para su destino, morir a manos de las torturas de aquellas personas o exhalar su último aliento cautiva en la soledad.
Al poner más atención hacia aquellos garabatos desenfocados y una breve observación pudo obtener sus conclusiones. Los engendros, que ahora tomaban por asalto ese pequeño pueblo de Texas, tenían un origen y explicación, incluso sus rostros y trazos de sus formas se encontraban en desorden entre tanto papeleo. Una fotografía rodó al suelo, era uno de esas cosas sueltas por el asfalto tratando de eliminar a todos. Su rostro era distinto al de un humano usual, a pesar de que esa imagen se encontrara en una escala de grises, muchos detalles se salvaban.
Al parecer era una cara que carecía de nariz, sus ojos y boca estaban sumamente continuos, casi sin espacio que los dividiera, eran demasiado grandes, brillantes pálidos, pero a la vez de un tono tan oscuro como la demencia de un esquizofrénico, su frente era extensa y plana, traslucida, dejando ver como una capa invisible su cerebro, era gigantesco, aproximadamente 70 centímetros de cerebro. Justo a la mitad de aquella amplia frente se encontraban tres pequeños orificios, solo por suponer pensó que era su único medio de respiración.
Tomo uno de aquellos cuadernos, lo hojeó solo de reojo hasta que por casualidad se detuvo. Tal vez su instinto le ordeno que parara.
Día 3
He perdido mi sentido, me temo que han atrapado a Mónica, no he llevado la cuenta pero calculo que fue dos días atrás, no me siento con valor para salir a explorar, además mi hijo se encuentra en un estado catatónico, al parecer siente más miedo que yo mismo. Mónica era mi esposa, y digo ‘era’ porque no creo que este viva, escuche gente gritar, el sonido de sus huesos quebrantándose a la vez. Aun tiemblo, les temo, la sola idea de pensar que están afuera asechándome como si fuera un victima herida, he intentado articular un dialogo con mi pequeño Bobby pero ni siquiera puedo, mi mandíbula tiembla al igual que cada extremidad de mi cuerpo, solo sonidos balbuceantes se producían entre mis dientes. Vacié todas las cajas que encontré de provisiones, comida enlatada y un galón de agua, no sé si sea suficiente como para sobrevivir a estos tipos. 
Día 7
Escribo estas líneas sobre una inmensa desesperación, esas ganas de salir y morir en el campo, me contengo, me mantengo vivo solo por mi pequeño niño. La poca comida enlatada se va esfumando, trato de ahorrarla pero es muy poca, el agua solo la bebemos dos veces con unos pequeños contenedores de jabón que he hallado husmeando en algunos taburetes. Tengo algunas conclusiones de quienes son y que hacen aquí, de porque utilizan esa extraña luz amarilla y porque eligieron este pueblo. Aun así tengo que reafirmarlos, he realizado algunos bocetos de cuando les mire sus rostros, tienen equipos sofisticados, gigantescos e inimaginables para estos tiempos. Apuesto a que vienen de un mundo distante, o un universo paralelo escondido en alguna galaxia como decía mi amigo Howard.
Con una pequeña observación pude constatar que son seres pensantes e inteligentes, saben lo que hacen. Los he visto que con solo mirar algo, metálico más que nada, y tocar sus sienes podían levitarlo como si fuera una pequeña pluma de paloma. Su piel es reseca por lo que he podido ver, asesine a uno de ellos ayer. Salí a unos cuantos pasos de este lugar y por accidente produje un pequeño ruido, el giro y corrió hasta mí, al intentar entrar de nuevo oprimí por accidente uno de los botones de una cámara que mi mujer guardaba, un flash corrompió la mirada de ese individuo, convulsionó por el suelo y murió. Lo arrastre antes de que algún otro me viera, tenía un pequeño cuchillo con el que abría las latas, su cerebro se pudrió rápidamente, como si se hubiera dañado, eso me recordaba a un bombillo fundido. Procedí a abrir su estómago, en una pequeña línea recta, al parecer su bombeador de sangre era una pequeña esfera y nada más, de un pálido verde. Era más seca que carne deshidratada y más dura que una roca. Sus órganos estaban contenidos, todos unidos en una sola masa, enredados en una bola de estambre, sus huesos eran extraños de color cristal e inquebrantables, como las finas joyas nombrada por la realeza diamantes, es eran, un metal traslucido que resistía cualquier cosa.
Bobby estaba a un lado mío, acompañándome en la inspección de aquel visitante de unos dos metros por lo menos. Miraba perplejo aquella pequeña canica en la que salían pequeñas manguerillas en las que bombeaba su líquido verde, tal vez vital, era tan caliente como el agua hirviendo lista para una sopa. Mi hijo la sostuvo en su pequeña mano de infante, la observo por unos minutos, girándola, hasta que cerró su puño y la aplasto. No broto ningún líquido, no lo detuve por pensar que estaba compuesta por la misma sustancia que esos místicos huesos. Pero no fue así, estallo, pero en cierto modo ninguna sustancia ácida ni sangre alguna. Solo un aire, un vapor seco que pronto se esfumo, no me preocupe, solo estornudo y nada más, nada había pasado.
Día 12
Temo que escribo sin preocupación alguna, es mi despedida, lo digo, esta mañana, a la luz del amanecer segando mis ojos he visto la peor escena de horror, no me refiero al mundo exterior, sino sobre el mismo suelo que dormía, mi pequeño Robert, mi propio hijo se encontraba con su piel seca y helada, tan fría como las noches de invierno en aquel viaje que tuvimos hacia Alaska, mi mujer y mi hijo, mi única familia.
Pude sentir el dolor de mi hijo, la sed que tenía, el litro que aún quedaba de agua se encontraba vació junto con las apiladas botellas de veneno, cloro, ácidos y aceites, tenía una tremenda aridez que se incrementaba en su garganta a través de los días, sufriendo por las noches y bebiendo todo a su alcance. Me topé con una pequeña caja de madera, al parecer de pino, la rompí ya que tenía un pequeño candado. Ahí estaba mi salvación. Le quedaban dos balas, era más que suficiente para mí, incluso sobraba, no pensaba fallar en el intento, como escribo con mi mano temblorosa y mi mente difusa pero tranquila, me voy de este mundo, aun cuando todo el mundo se salvara no me importaba, que más quedaba si mi propio universo se había estancado en un sueño interminable que nunca se recuperaría. No sé si alguien llegue a leer esto pero lo siento de verdad. No lo resisto más.
Así concluyeron las memorias de aquella mente atormentada, una mente idéntica a ella en estos precisos momentos. Los nervios le tensaban, su cráneo se destrozaba en mil pedazos. Pasaría lo mismo con ella, dando vueltas en la habitación se tiró sobre una esquina, un metal frió toco su pierna, su mano tocó y levantó, una pequeña arma, un poco oxidada pero en estado servible, contenía una bala de plomo u manchas de sangre. Lo pensó un segundo, volar como una paloma hacia lo que se llama libertad, pero eso era un privilegio establecido por la cobardía. Analizó aquel lugar hasta que encontró una salida. La miro en su interior, conducía hacia el sistema de alcantarillado. Al menos eso creía, pasos se acercaban y la ranura se encontraba floja. Las pisadas eran pesadas como si un ser inmenso caminara lentamente con un cansancio profundo. Abrió la puerta sin pensarlo, se arrastró hacia adentro, no podía ponerse en pie hasta que aguardara a la profundidad del túnel, llevaba consigo aquella arma sobre su mano derecha.
A cinco metros de arrastrarse llego al pequeño precipicio en el que desembocaban las pocas aguas sucias se encontraban las escaleras de hierro que llevaban hacia la calle donde se encontraban todos los problemas, esos visitantes destructivos, salió, el viento soplaba, el cielo se encontraba totalmente nublado. Hombres, mujeres, niños y animales, todo el mundo yacía en el piso como nieve que se derrite, nadando entre litros de sangre, sus ojos rodados, de un azulado perturbador, pensantes en su supervivencia vacía. Observo más allá de los árboles y postes flojos, en una atmósfera gris, ahí estaban, gigantescas naves espaciales, como mínimo y a simple ojo tomo cierta medida tomando como referencia los terrenos en los que se encontraban estacionadas. Alrededor de unos diez metros, tenían una forma extraña, no del todo circular, sino algo pentagonal, posadas sobre tres pies, unos siete metros de altura de los cuales los faros alumbraban la vacía avenida, sola a decir verdad, no había nadie más que Rachel, nadie con vida.
Los pasos se agudizaron como lobos que olfatean la sangre fresca, empezaron a salir de todos lados, frente a ella, intimidándola con sus grandes mentes. Punzaban a toda velocidad las venas de sus cráneos traslucidos. Sus ojos se dilataban demasiado y tenían demasiado parecido a las cámaras fotográficas, se enfocaban en ella hasta el punto de rotar sus cuencas y salirse de sí. La señalaban con sus dedos delgados terminados en garras. Poseían unos colores pantanosos que brillaban al movimiento. Avanzaban procurando advertirse del peligro sobre aquella presa acorralada. Aquel orificio justo en su frente parecía hincharse como fosas nasales. Entendió enseguida, ahí respiraban, tal vez si detenía a uno solo, los demás pararían, pero que estupidez, los nervios exaltaban su razón, como era posible combatir esas cosas con una vieja pistola que solo contenía una bala.
Apunto justamente frente a lo que parecía el capitán, sin saber nada de armas y con la única esperanza de que esta funcionara la accionó. En ese momento dio unos pasos hacia atrás, la pólvora le picaba en su nariz, cerró sus parpados justamente al escuchar el estallido invadida de susto. La bala de plomo salió volando, creía verla girando en el aire, cortando mosquitos a su paso y provocando ondas sobre el tranquilo polvo. Provoco un turbio sonido en el silencio cortado. Al estar en contacto pareció demasiado lento aquel proceso, ese humanoide, se tomó de la sien con sus dos esqueletudos dedos y por algún azar o truco detuvo la bala, dejándola caer sobre el suelo. La miro unos dos minutos con extrañeza, levanto su cabeza y la miro, o más bien al arma detonadora, puso de nuevo y sin aviso alguno, detallando aquel objeto con su mirar, los dedos sobre los costados de su cráneo, levito el arma, en el mismo instante la hizo estallar en pedazos, el estallido la hizo saltar y resbalar a un gigantesco charco en el que bebían algunos animales. Por extraño que pareciera se sentía protegida en ese lago estancado de suciedad y lodo.
Por misterio del destino aquellos seres cesaron su caminata, pararon en seco como un parlamento que se queda atónito ante la mirada de alguna serpiente. Analizando, tratando de encontrar una solución desesperada como si fuera el fin de su mundo, el fin de ellos mismos. No hacían más que vigilar con lo que parecía su mirar, se miraban a sí mismos, después a los cuerpos que yacían sobre el asfalto, y por ultimo a ella, hundida sobre el pequeño charco. Parecían planear algo, paso por su mente, tenían sus manos entre mezcladas con lo siniestro de sus pequeños cuerpos.
Inspeccionaron los cadáveres, inclinándose sobre sus orejas, de entre sus mangas intercalaban un pequeño metal, al parecer desde lejos, era una especie de alfiler un tanto grande o una aguja de tejer. Todos esos largos seres hicieron lo mismo, con cada uno de los muertos, incluso animales, se pusieron de pie mirándola fríamente, como si de solo verla la tuvieran en sus manos y la aplastaran con sus pies de lagarto. Un insecto en sus potentes y maravillosas mentes.
Todas sus miradas plasmadas en un tétrico retrato, tocándose su cabeza y cerrando su mirada de un lado a otro, así sin más, los cuerpos cadavéricos se levantaron y abrieron sus ojos. Blancos sin pupila alguna, color perla entre toques azulados, abriendo sus quijadas produciendo un ruido como si fuera un gruñido. Avanzando sin importar que se encontrara reposando entre aguas, parecían no repudiar aquellos húmedos fluidos.
Niños que ella recordaba botando su pelota, hombres que cambiaban neumáticos entre su patio, mujeres que tocaban a su puerta para pedir un poco de azúcar, incluso pequeñas mascotas que cuando sus se descuidaban ella las alimentaba con un poco de leche, se encontraban todos reunidos, con miradas de apetito y un olor fétido, que literalmente, de muerto. Avanzaban primero con pasos algo pequeños, luego de dos minutos de andar empezaron andar más a prisa. Algunos incluso se arrastraban, a su vez, los perros y gatos unidos parecían ir más lentos, adormilados, muertos. Una gota resbaló por su nariz, era extraño, su cara no se había sumergido, después otra y otra a su paso. No estaba llorando, era obvio que tenía miedo pero las lágrimas no le salían. Las migajas de agua se abrían cada vez más, haciéndose más gordas que su peso dolía en su piel.
Era lluvia, un milagro, en mucho tiempo había caído líquido alguno del cielo, los muertos vivientes se desmayaron, tendidos sobre sus pies, la lluvia se hizo inmensa y los invasores se alertaron. Casi como si estuvieran gritando, tratando de correr, pero en un extraño instante sus piernas se quebraron desplomándose en pedazos y polvo. Sus expresiones eran de horror, sus rostros se quemaban como si aquellas inofensivas gotas se convirtieran en bombas repletas en ácido.
 Alargaban sus manos tratando de pedirle ayuda a su presa húmeda. Sus gritos eran terribles, calaban en su cabeza, le daba migraña incesante golpeando su cerebro. Sus ojos oscuros su rompían botándose y combinándose con el verde de su sangre, todo se humedecía y goteaba, mientras Rachel se petrificaba, quedándose quieta como si esa lagunilla fuera su puerta a la salvación. El aire corría esparciendo el cáliz de muerte por todo el panorama.
Todos se morían, sus piernas rotas y sus torsos destrozados, su piel dura y seca ahora era una masa efervescente y suave, hundida sobre espeso líquido amarilloso, como mostaza. Entonces aquella estruendosa lluvia se transformó en una pacífica brisa. Por fin, a salvo, se levantó con sus piernas tontas y adormiladas. Caminando en pasarela, tratando de evitar tocar aquellas masas verdes.
Llego hasta un pequeño roble tendido, tomo asiento, su cabeza daba vuelta, inundado su rostro de agua, combinándose con sus mismas lágrimas que sin más aviso las corría el aire. Parecía que todo termino, cuando a lo lejos sobre la carretera una caravana de camionetas de un tono oscuro y serio, elegante acompañado por banderas Norteamericanas alzándose por el viento. Se detuvieron frente a los escombros de carne. Un tipo serio con facha de líder avanzo hacia ella. Se detuvo y retiro sus gafas de sol, sus cejas eran grises, sus ojos entre cerrados de un pálido verde, acciono la conversación con Rachel que se encontraba en un estado vegetal.
—Mi pequeña niña…—inicio su plática. — ¿Te encuentras bien?— a lo que Rachel solamente asentía aquella respuesta sin ánimos y mirando hacia la nada. — Mira te diré esto solo una vez, me acompañaras, te tendremos protegida, a nadie le conviene que esto se sepa, así que te asignare a un nuevo lugar. —
La tomo del brazo derecho, la acompaño hacia una camioneta, la dejo reposando sobre el asiento acompañada de una frazada. Un hombre serio y alto se acercó hacia él.
—Jefe, los chicos y yo nos preguntamos, ¿Qué haremos con las naves?— lo miro de reojo, con una sonrisa burlona se limitó a contestar.
—Lo mismo de siempre, los autorizo a conducirlas, con cuidado, sin que nadie los vea, llévenla a la estación, solo después de limpiar todo esto. —
Se montó acompañando a la joven muda, la palmo sus brazos y empezó a avanzar su camino. Aquel desastre se alejaba de sus pálidos ojos, perdiéndose hasta hacerse pequeño. Estaba tranquila, tal vez ese tipo con maliciosa sonrisa tenía un poder de convencimiento y envolvimiento con sus dichosas palabras. Sabía que nunca lo olvidaría, aunque le hicieran un lavado cerebral o alguna lobotomía, ese recuerdo estaba clavado, como la fotografía que ocultaba en su bolsillo izquierdo.
10:3 a.m.
Noticias de Último momento.
Nos ha llegado un reporte desde Texas, un impresionante huracán repentino invadió aquel terreno, un pequeño pueblo un poco oculto. Al parecer solo se encontraron escombros, este atentado cobro la vida de todos los habitantes, ninguno de ellos sobrevivió incluyendo animales. Este pueblo ha quedado vacío, ni siquiera las casas quedaron habitables. Hasta ahora solo se especula la desaparición de Rachel Laverne, no han encontrado su cuerpo. Gracias por sintonizar esta estación, los dejamos con esta espectacular canción, disfrútenla y buenas vibras.