martes, 27 de agosto de 2013

Del Meteoro

Del Meteoro
Luis Guillen Cardenas


Los muros en su mayoría eran claros, salvo el muro posterior, el cual daba vista a un triste panorama, los títulos en psicología y psiquiatría se encontraban enmarcados y colgados sobre los muros. Era un manicomio, triste y sombrío, nada alucinante, salvo miles de historias interesantes escondidas en mentes, unas cuantas retorcidas, unas pocas inocentes, pero todas cautivas.
Sobre aquella silla de respaldo cómodo se encontraba el doctor Harrison, analizando papel, esperando a su siguiente visita, una nueva cabeza que estaba por ingresar aquel lugar. Desde su llegada, hacía tres años, todo era lo mismo, tratar con gente retrasada que no hacia otra cosa más que patalear, chillar y escurrir baba por el estudio.
Si tan solo llegara un caso, un expediente maravillosamente extraño, un humano razonable con una imaginación desquiciada, algo en que entretenerse, si tan solo sucediera, sería un suspiro a su carrera, a la que tanto había dedicado.
La puerta dio unos delicados golpeteos, al parecer su visita interrumpía sus pequeños pensamientos.
—Adelante. — Indico dando un ausente grito. —
Rápidamente la perilla dio la vuelta y de golpe abrió, era Joanne, una joven enfermera que se dedicaba a atender el teléfono en una pequeña recepción, donde conectaba con todos los departamentos.
—Doctor Harrison, su paciente está a la espera, le tengo el expediente. —Dijo poniendo una sonrisa y adentrándose para entregar aquel archivo. —
—Claro, hazlo pasar. — Dijo correspondiendo con una pequeña sonrisa. —
—Enseguida lo tiene doctor. —Se despidió de manera bruta y repentina. —
En menos de un minuto a la puerta se encontraba un hombre que rondaba los cincuenta, acompañado de un guardia. Lo abandono en aquella habitación, azotando la puerta, los dos, totalmente solos. Leyó aquel contenido que aguardaba en la carpeta.
Un asesino, aquel hombre lo era, ese tipo que rondaba los uno setenta de altura, lleno de vello facial alrededor de su cuello, de ojos desconfiados y de actitud seria.
—Vamos, tome asiento señor…—
—Brian, mi nombre es ese, Brian Adams. —Menciono al instante, tomando la silla y sentándose. — Sabe, debe pensar que estoy loco, y me debe temer, lo puedo sentir, no lo debe hacer, estoy más cuerdo que muchos empleados de este lugar. —
— ¿Por qué lo dice?—
—Mire, si estuviera loco, enfermo mental o psicópata como dicen todos, en estos momentos tendría estas esposas de metal rodeándole su cuello, que por cierto, agradecería si las pudiese retirar. —
—Oh, lo siento caballero, no estoy autorizado para hacerlo. —
—Está bien, entiendo, bueno, entonces ¿me podría obsequiar uno de esos cigarrillos?—
—Claro. —Dijo poniendo en su boca uno, a su vez encendiéndolo con un pequeño cerrillo. — Ahora, ¿podemos hablar?—
—Por supuesto, dígame ¿cómo es que no se ha vuelto loco aquí? —
—Lo siento Brian, aquí soy el que hago las preguntas, así que, dedíquese a responderme, ¿quiere?—
—Oh, entiendo. —Dijo exhalando aquel espeso humo. —
— ¿Henry?, ¿Quién era?, ¿su pareja?—
—Le pido más respeto Doctor, mire, Henry murió, y hay que respetarlo, él era como mi hijo. —La furia se notaba en su frente, al mismo tiempo que la tristeza se asomaba en sus ojos. —
—Está bien, entonces, ¿usted asesino a Henry?—
—No, él había muerto días antes, alguien, una presencia, un algo, lo había hecho. —
—Entonces cuénteme lo que sucedió. —
—Está bien, pero no pretendo que me crea. —

TIEMPO ATRÁS
En un bosque apartado unos kilómetros de la ciudad, vivíamos mi esposa y yo, su nombre era Rosa, pero una noche cayó enferma, por simple casualidad, azares del destino he de suponer. Ella era una mujer fuerte, no se rendía, pero se encontraba cansada, sus ojeras eran marchitantes, y cada vez que tocia arrojaba demasiada sangre, no pude hacer nada para ayudarla, y me lamente no vivir cerca de la civilización. En un pequeño árbol, entre el fango abrí un hoyo, donde amargamente sepulte a mi mujer, no era muy religioso, pero decidí poner una cruz sobre la tierra, esa noche llore como nunca.
Semanas más tarde, algo me despertó, al principio eran gritos, después golpes en mi puerta. Era un chico, Henry, que se encontraba mal herido, su rostro irreconocible, no quería perderlo, no después de lo que había sucedido, cuide de él unos días, hasta que sano completamente, no tenía a donde ir, no sabía ni de dónde venía, así que me hizo compañía.
Sobrevivíamos gracias a la tierra, teníamos pequeñas cosechas y de vez en cuando nos dedicábamos a cazar algunos ciervos. Había un pequeño lago y la lluvia era constante en aquel lugar, vaya manera de vivir. Pero todo cambio después del incidente.
Eran alrededor de las cuatro de la mañana, no podía dormir, pero me encontraba recostado sobre la cama, padecía de insomnio, tenía miedo a morir en cierto punto, morir como mi amada Rosa en aquella pequeña y solitaria cabaña. Recuerdo que una luz deslumbro mi mirada en el exterior de mi ventana, me levante, pero al parecer no era el único despierto, había escuchado el sonido de la puerta caer, Henry había salido, así que solo mire por el marco de la puerta, nada, el chico no estaba.
La luz deslumbrante no había durado más de dos minutos, pero al parecer, la curiosidad de aquel joven era inmensa. Tanto para adentrarse en la oscuridad del profundo bosque.
— ¡Henry!, ¿Dónde estás?—grite repetidas ocasiones, todas sin respuesta. —
Encendí una pequeña lámpara y me senté sobre uno de los escalones que daban a mi entrada, no veía nada a lo lejos, hasta que de repente vi una silueta acercarse de manera acelerada, era él.
— ¡Ahí, ahí, hay algo, algo malo!—gritaba apuntándome con su dedo índice en dirección a la oscuridad, mientras me abrazaba fuertemente, él era más alto que yo, pero se encorvo para llegar a mi abdomen. —
—Vamos, vamos, hay que entrar, tal vez solo era un animal. —acerque la lámpara para observarlo, estaba muerto del miedo, llevaba una herida en el brazo, tal vez un rasguño causado al correr. —Tengo que mirarte esa herida. —
Se encontraba petrificado, no se podía mover, aun así logre hacerlo reaccionar. Encendí la luz del comedor, lo senté en una silla, extendiendo su mano sobre la mesa para verificar la herida. Nunca había visto algo así, se extendía por su brazo, que parecía hueco, tenía espinas, alrededor de ocho pude contar, no conocía esas púas, pero, no las había visto en todo el bosque. Su piel colgaba pero no sangraba, solo cocí la herida, parecía no dolerle, pero su mirada parecía desorbitada.
— ¿Cómo te ha sucedido esto?—
— ¡El, eso, entro en mí, en mi cuerpo, máteme! —Gritó mientras me apretaba la ropa por el cuello. —
Su temperatura corporal incrementaba, temía lo peor, yo solo quedaba sin aire. Empezó a convulsionar hasta soltarme, exhale profundamente en repetidas ocasiones, me concentre y me puse de pie, él se encontraba tendido sobre el piso, desmayado sin conciencia alguna. Lo tome, no pesaba mucho, alrededor de unos sesenta o setenta kilogramos. Lo tire en el baño y abrí la regadera, le di algunas bofetadas pero no respondía, hasta que por fin dio un grito, me tomo con fuerza y me vio.
— ¿Qué está sucediendo?—
No sabía responder sus dudas, no sabía lo que ocurría, todo era extraño y desconocido, él pudo levantarse, se puso de pie y se fue a su habitación, como si nada. La luz de la mañana se filtraba, salí desesperadamente. Corrí apresuradamente acompañado de los gigantescos árboles, mientras algunos animales jugueteaban entre sus copas. Llegue a ese lugar, aun se distinguía un poco el vapor de un posible aterrizaje, no creo en criaturas fantásticas, pero esa escena cambio mi creencia.
Ahí, sobre una piedra aun entre llamas emergía un extraño gusano, media alrededor de 27 centímetros, tenía cara, un rostro incómodo y horrible, parecido al de las galletas de jengibre mal hechas por navidad. Me miro y dijo unas cosas, más bien balbuceo, no llevaba antenas, pero dejaba un rastro de baba, su pálido color grisáceo se figuraba al concreto de las carreteras y su mirada roja parecía quemarte.
Giro su cuerpo, como si hubiese regurgitado totalmente sus órganos, dejo ver ocho púas, ocho, idénticas a las del brazo de Henry. Solo lo aplaste. No podía dejar aquella roca ahí, solo la enterré, la cubrí con más fango, nadie se tenía que enterar sobre ese suceso.
Algunos cambios empezaron a emerger, no solo en mí, sino en el ambiente.
—Henry, ¿te sientes bien?—toque la puerta por la cual accedía a su recamara. —
No obtuve respuesta, así que decidí invadir su dormitorio, la puerta parecía atorada o bloqueada, después de empujar un par de veces cedió. Fue extraño, él nunca dormía tanto, esta vez estaba en un profundo sueño, puede que esa mordida lo paralizara, me asome a su cara, pálida con ojeras, verifique su herida, removí la venda, extrañamente, su herida estaba sana, sin siquiera dejar una mínima cicatriz.
Desde ese momento empecé a dudar. Pensar, él no era el chico miedoso y perseguido que conocía, se había transformado, había muerto, era una metamorfosis, una transición a algo malvado y sumamente desconocido, sentía miedo.
Nunca había visto tantos cambios sobrenaturales a mí alrededor, y no hablo de fantasmas, nada de eso, hablo de la realidad, cuando la malicia toca un corazón santo, inocente, lo retuerce a su voluntad. Recuerdo que anocheció demasiado pronto, había bebido todas las botellas de alcohol que encontré, mis pensamientos se centraban una y otra vez en acabar con ese parásito, esa sanguijuela que se escondía en el cuerpo de mi amigo. Esa noche dormí.
—Brian, Brian, ayúdame. —
— ¿Qué rayos?—la vi, era Rosa, arrastrándose por el suelo de madera. —
—Ayúdame amor, me muero, auxilio, no puedo… no puedo…— alargaba su mano, estirándola para alcanzarme, se encontraba tendida, con su vestido blanco manchado de rojo. —
— ¿Qué te pasa cielo?—pregunte acercándome con pavor, acaricie su cabeza y la puse sobre mis piernas. —Descansa cariño, descansa. —
Sonrió pálidamente, la sonrisa se regeneró, se puso de pie y me miró.
—Brian, cariño, te amo, termina con esto, termínalo…— dijo mirándome enternecidamente. —
Su vestido resbalo, hace mucho que no miraba su cuerpo desnudo, me acerque y la abrace, ella me miro, me beso y me tiro con tremenda fuerza.
—Lo siento…—me dijó llorando. —
Su piel empezó a cambiar, caerse en pedazos, mientras me miraba con tristeza sus ojos palidecían y desaparecían, explotó, miles de gusanos saltaron, insectos babosos que se adherían con sus ocho colmillos en todo mi cuerpo, se alimentaban de mí. Desperté. 
Me senté sobre mi lecho, una silueta se asomaba por mi ventana, parecía llover, me puse de pie y anduve descalzo hasta chocar con el cristal. Un rayo cayó, resplandeciendo el rostro de aquel sujeto. Se trataba de Henry, sus ojos nublados, grisáceos, vacíos. No recuerdo más, ya que en ese momento me desmaye.
Al despertar me encontré en el suelo, tendido en las duelas de madera, un olor provenía de la cocina, mi puerta se encontraba abierta y tenía un rastro de sangre, que conectaba con el comedor, anduve quieto, silencioso, recorriendo con cautela aquel lugar que ya no conocía. Llegue al lugar, sobre la mesa se encontraba un ciervo decapitado, el suelo nadando en charcos de sangre y Henry con su mandíbula escarlata.
— ¿Te… te sucede algo chico?—
—No, no se preocupe, estoy bien. —Respondió sonriéndome. —
Uno sabe cuándo las cosas van mal, no fue el rastro de sangre ni sus dientes manchados, no, fue algo más trivial, sus palabras, nunca me había tratado de otra forma que no fuese Usted, además su acento había cambiado, parecía la voz de algún abogado bien documentado, y sus ojos, nunca había puesto atención en su cara, pero sabía que sus ojos eran de un profundo marrón, esta vez eran grises, pálidos.
—Está bien, tengo que salir un rato. —
—Claro, cuídate. —
Mi nivel de repulsión iba en incremento, no era por aquel cadáver, sabía bien cuál era el olor de un venado muerto, tome mi escopeta y salí de aquel lugar, mi olfato no me falla, sabía que ese insoportable hedor provenía debajo de la piel de Henry.
Qué diablos era eso, solo sabía que había caído del cielo, puede que fuese un ángel o alguna patraña de esas, que los religiosos suelen inventar para mitigar las teorías científicas, si Dios envió eso, pienso que quiere terminar con esta tierra.
No tenía ganas de volver, esperaba que mi caminata se alargara, el sol estaba por caer. ¿Por qué tengo que huir de mi casa? Es mía, no de esa cosa, tenía que sacar a los intrusos, y sacarlos pronto. Me giro apoyando mi arma con los dos brazos, decidido a exterminarlo. Pero algo me detuvo, un sonido, un grito, me acerque, provenía de unos pocos metros. Al fin estuve cerca, a una distancia considerable para verlo.
Ahí estaba, un alce tendido en el suelo, al parecer una de sus patas habían quedado atrapadas en una trampa para osos, eso no era lo peor, parecía gritar del dolor, algunas ardillas se peleaban entre ellas mismas para mordisquear el vientre de aquel animal, sus ojos, de un pálido gris, poseído por la ira. Solo pude correr.
Llegue azotando mi puerta, pero justo cuando el sol se había escondido, él estaba ahí, no hablo de Henry. No, el ya no estaba, era esa cosa, media algo más de dos metros, sus piernas largas y su espalda encorvada contra el techo, aprisionándome con sus garras entorno a los muros. Su mirada gris intimidante, no hizo más que apuntar mi bala contra su frente.
El estallido me empujo, pero me retuve gracias a la puerta, mientras que él se paralizo y quedo tendido con sus largas piernas y ese olor nauseabundo ¿Enserio lo había vencido? No lo creía, me acerque, pude ver su piel podrida, sus ojos cerrados y su rostro, lo poco que quedaba de él, debajo se podía notar una extraña membrana grisácea, azulada, viscosa, unas cuantas escamas, pero mire más haya, algo me observaba, removí un poco de piel y algo parecido a una malformación se abrió, un ojo, un ojo que me miraba, de un tono amarillo, tome mi escopeta y empecé a golpear con fuerza, esa cosa se levantó y me arrojo por la ventana, la lluvia era algo tenue, pero esa criatura no se detenía.
Rompió de tajo la puerta de mi cabaña, como si fuera un trozo de papel, sus garras eran gigantes, su abdomen se encontraba totalmente abierto, parecía figurar una gigantesca boca, con algunos colmillos, sobre su pecho hasta llegar a su cabeza estaba llena de protuberancias, que cronometradas, se abrieron a la vez, ojos, miradas amarillas, piel escamosa y un hocico que parecía no tener fin, aun llevaba arrastrando la piel de Henry, llevándola como si fuese un abrigo. 
— ¿Qué diablos eres?—pregunte sin esperar alguna respuesta. —
—Vengo a exterminarlos, su raza es un asco, un asco para la existencia de esta Tierra, no la merecen, en cuanto a quien soy, no tiene importancia, hay miles de nombres…—
Su voz retumbaba en mi mente, no movía su boca, pero sabía que era de él, se comunicaba mentalmente, pero mi desesperación hacia lanzar cuestiones mentales, no podía parar, tenía dudas ¿Hay más como tú?, ¿De dónde vienes?, ¿Nos destruirás?, ¿Por qué aquí?
Mi mente era inestable, mi dolor de cabeza se acrecentaba, y sabía que mi arma no le haría nada.
—Claro, cientos esparcidos en este bosque, echa un vistazo a los animales. Vengo de más haya, caí desde el cielo. Puede ser, mi ejército se fortalecerá, los dejare vivos, necesitamos súbditos. No fue casualidad toparme aquí, el planeta con vida, humanos estúpidos que solo saben ser comandados, anda, aun te puedes unir, puedes ser como yo. —
No podía luchar y él lo sabía, podía leer mi mente, estaba acompañado de animales salvajes que lo obedecían y no sabía ninguna de sus debilidades, estaba a punto de aceptar su trato, cuando algo sucedió, un rayo cayó sobre un pequeño roble.
Estuvieron a punto de atacarme, de transformarme, expulsando aquellos bichos de su estómago, pero el fuego que incinero una de las ramas los detuvo, quedaron paralizados, chillando, mientras veía como se consumía aquel árbol.
Corrí antes de que me pudiera alcanzar, logre entrar y llegar a un cuarto viejo, donde solía apilar herramientas y botellas viejas, todo lo que necesitara gasolina lo vacié sobre el suelo, mis botellas de licor, el alcohol flamable, abrí el gas de mi pequeña estufa, tome los cerillos, cuando estuve a punto de encenderlo, mire el retrato de mi esposa, tan frágil, tan hermosa, tan viva. Lo tome contra mi pecho.
La cosa entro de prisa, mirándome con su infinidad de ojos y gimiendo entre gritos con su gigantesca boca, pude esquivarla hasta mi habitación, me siguió. Me miro con ira, un enojo que parecía apuñalarte y arrancarte la cara.
—Sabes, estamos conectados mentalmente, así que vayas a donde vayas iré por ti. —
Accione el cerrillo, mientras eso gritaba, se lo arroje e hizo combustión instantáneamente, salte por la ventana, justo antes de que explotara la cocina, el fuego se expandió hasta llegar a los pequeños animales, que corrían a esconderse entre las ramas, quemando todo, absolutamente.
Mi ser estaba exaltado, no pude hacer más que correr hasta la primera luz que vi, lastimosamente, al contar mi historia, me trajeron aquí, con muchas dudas y pocas respuestas, tratándome como basura. Aun así estoy bien, digo, al parecer todo se ha acabado.

AHORA
—Como dije Doctor, no espero que me crea, pero esta es mi historia. —Hubo un silencio, la mirada de Harrison se llenó de duda. —así que, porque no habla al guardia, necesito respirar un poco de locura, digo necesito adaptarme. —
Se levantó, puso el cigarrillo en un pequeño cenicero que estaba sobre el escritorio, el lugar apilado de hojas, cajas y unos cuantos lápices. Miro por la ventana, atreves del hombro de aquel sujeto, gente caminando de aquí haya, con batas blancas y cabellos enmarañados.
Giro su cuerpo, y miro el rostro de aquel hombre.
— ¿Me dejara ir, o tengo que esperar su respuesta? —
—Sabe, señor Brian, le creo. —
—No se burle de mí, usted, un hombre de ciencia, con razón, me dirá que cree cuentos de viejos locos, digo, he contado mi historia a varias personas y nadie se la cree. —Mencionó sonriendo. —
—No, después de años, esperando una historia interesante, aparece usted, de golpe. Esto debe estar planeado, mi carrera está al borde de la ruina, sabe, necesitaba un paciente como usted. —
—Lo mío no son delirios, no soy como los de fuera, no puede manipularme, así que solo déjeme salir y no diré nada más. —
—Está bien, aun así le ruego, déjeme ayudarlo. —
—No lo creo, si quiere más ayuda, el mismo lugar puede contárselo, supongo, esa piedra debe estar enterrada aun en ese lugar. —Dijo mientras azotaba la puerta con algo de enojo. —
Fue un viaje algo cansado, nunca había conducido tanto, puso sus piernas en aquella tierra ceniza, no sabía dónde estaba aquel meteorito, pero dejo guiar su instinto, cada paso que daba hacia flotar la negra tierra, avanzo adentrándose entre los troncos carbonizados, como había dicho Brian, el fuego arrasó con todo.
Estuvo cerca del lago, que ahora solo era un pozo y nada más. Un bulto de fango parecía vibrar, el Doctor Harrison encendió su cigarro, esperando que aquella cosa emergiera.



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