Algo en las Nubes
Luis Guillen Cardenas
Nunca había existido alguien que
gustara de coleccionar campanas de viento, alarmados por cualquier fino
movimiento del aire. Esa tarde se encontraban estáticas, era una tarde soleada,
sin presencia alguna de humedad. Su nombre era Rachel, aunque por una razón
extraña media vecindad la llamaba ‘Planta
de viento’. Eso se debía que todo su hogar estaba ambientado por todo tipo
de hierba haciéndolo parecer una gran selva. La mayoría de solo verla creería
que era una especie de hippie o madre naturaleza.
Solo era una chica un tanto
descuidada, dedicada de lleno a las artes, vivía sola en su gran casa y no
tenía noción del tiempo, a veces ni tenia contacto con otro humano, llevaba
semanas sin cruzar palabras con persona alguna, las historias que relataba era
a las aves que entraban a robar frutos o los insectos que se dedicaban a
cubrirse en el fango de sus macetas. Al parecer eran los únicos seres que
lograban entender la razón por la cual se aislaba de todos esos seres llamados
sociedad.
Eran estúpidos, ignorantes, que
solo se encerraban en un pensamiento cuadrado de supervivencia propia, no
pensaban en que destruían ni que recursos mal gastaban. Era un mundo
materialista que corrompía una y otra vez la tierra, empeorándola año con año.
Utilizaban su dinero para construir carreteras de asfalto y rascacielos que
toqueteaban a las mismas nubes.
Mientras Rachel solo se dedicaba
a mantener mojado cada milímetro de su terreno lleno de flora verdusca, ramas
atravesadas y barro que hundía sus sandalias varios centímetros en sus
adentros. No era como alguno de sus vecinos, no vivía de ningún cuerpo de cerdo
o res, se alimentaba de lo que cosechaba y bebía los jugos de sus frutos. Su
delimitación de tierra abarcaba surcos de Maíz y grandes árboles de Naranjas y
Mandarinas. Sus pies eran demasiado pálidos debajo de esas capas color marrón y
algunas hojas incrustadas. Dentro, en su hogar, era algo distinto, su cocina
era algo pequeña, no necesitaba mucho espacio, muy pocas veces subía al
exterior para comprar algunos artículos de subsistencia, así que solo tenía un
horno con dos pequeños fogones, una hielera en la cual nadaban frutas, jugos y
leche, había un pequeño estante que contenía especies y hierbas recolectadas y
por ultimo un pequeño cajón de madera que sostenía y ocultaba todo tipo de
cajas, harina, azúcar, sal o cualquier otra chuchería. Tenía una pequeña mesa
de centro en la cual consumía cualquier bocadillo mientras escuchaba la radio o
leía un libro, odiaba los televisores, tenía la creencia de que eran pequeñas maquinas
que tenían el poder de la lobotomía en sí mismo.
Su habitación se encontraba
encajada en la planta baja. Era el segmento de mayor espacio en toda la
vivienda. Tenía integrado un fascinante baño, una asombrosa tina de cerámica
blanca, un lavabo con un exquisito espejo impecable, que si bien parecía la
ventana de una dimensión diferente.
Su recamara era estupenda con una
gigantesca cama en la que su cuerpo reposaba cómodamente. Hasta ahora nunca
había requerido de pareja o familia, sus orígenes eran distintos a los que ella
hubiera deseado. Provenía de una familia multimillonaria, aunque no lo
pareciera así era, residía en Francia pero había tomado un crucero de
inmigrantes a los 17 y había llegado a un pueblo de Texas. Las ganancias de su padre, el señor Laverne,
comenzaron a la explotación de aparatos eléctricos, armando televisores baratos
de fábrica. Estafo a una empresa y sus proyectos funcionaron de maravilla.
Olvido lo que a sus propios hijos había fundamentado, los valores de
honestidad, honradez, respeto pero sobre todo humildad.
Se había esfumado como el humo de
su hipócrita pipa, difuminando sus delitos entre las formas graciosas del
tabaco. Su madre y hermanos se unieron como garrapatas a la causa, hundiendo
sus colmillos y adhiriéndose a un alce moribundo. Para una pequeña adolescente
con fragilidad de sentimientos y poca hostilidad fue un tormento mental,
algunas veces se quedaba distante ante el paisaje gris de su familia paralizada
por el brillo constante del resplandor azul del televisor. Todo un trauma, le
gustaba inventar historias en la que su familia había sido poseída por una
fuerza sensorial proveniente de las ondas mandadas de los satélites al
televisor y de ahí a la mente desequilibrada de gente tonta.
Ahora enfocándonos en la realidad
corrompida de una chica totalmente extraña. Era como un virus en un ambiente
sano, no sabía si ella era la infección o uno de los supervivientes. Cada
mañana que subía al techo a través de las ramas de los arboles hacia la losa
para meditar un poco y respirar un poco de aire puro sus vecinos la enmarcaban
concediéndole el título de loca.
Entrando la tarde de un día
soleado como todos los demás no había nada extraordinario hasta entradas las
horas. En la planta alta Rachel gozaba en una pequeña terraza, disfrutando de
un tremendo vino de uva mientras disfrutaba pintar paisajes y gozar buena
música clásica, le encantaba alterar las bocinas al máximo, si los vecinos eran
quejumbrosos porque no molestarlos un rato, ella nunca se quejaba de la
espantosa música de los jóvenes que pasaban tan rápido por el asfalto. Aun así
recibía cartas de quejas, no eran tan valientes para hablar de frente.
Esa tarde agradable fue extraña,
se sentía como un ser adormecido o drogado, dejo su pintura a medias y no la
pudo continuar, unos pasos hacia la pequeña estancia superior tropezó
desmayada, inconsciente mientras la sangre brotaba de su labio partido, tan
roja como la capa de una manzana o la pintura que ella misma utiliza para
inmortalizar escenas. El sonido turbio de las campanillas y objetos ruidosos la
levanto de su sueño, el viento era demasiado fuerte, miro detrás de aquel
barandal, estaba frió, helado era la mejor palabra, los niños huían
horrorizados hacia los adentros de sus casas mientras sus madres gritaban horrorizadas
esperando en la puerta y sujetándolos fuertemente del brazo, hasta el punto de
arrastrarlos. Algunos se ganaban unos raspones sangrantes en las rodillas.
Corrió rápidamente hacia la
entrada, el aire la empujo junto aquel lienzo golpeándola sobre la espalda pero
logrando entrar en aquella protección, estaba a salvo, o al menos eso sentía.
Sobre aquellas ventanas el viento silbaba, las hojas se empalmaban sobre los
cristales y las ramas rechinaban como una mujer que con sus puntiagudas uñas.
De repente el cielo se oscureció, de un grisáceo y un toque de profundo negro
sobre las nubes, se concentró, algo había en esos sonidos, no eran solo
rechinidos ni estallidos de vidrios. Provenían de entre las nubes ocultos en
ese manto color gris, un tétrico gris, ahí estaba, lo pudo retener en sus
oídos.
Lo escucho, lo digirió y analizo
por dos minutos. No podrían ser estallidos de bombas, parecían truenos, pero
no, eran algo como gritos titánicos, como si en un ambiente estático más de
cincuenta avionetas volaran al mismo tiempo, produciendo un sonido siniestro y
de horror.
Su peor miedo tal vez se hacía
presente, una guerra biológica era presente, lo habían predicho los chicos de
la radio. A los que el mismo catalogaba como esquizofrénicos y sin fundamentos.
Ese podría ser su castigo por el escepticismo que se cultivaba a sus adentros.
Una ira se acrecentó en sí, sus lágrimas salían a borbotones, una chica que se
encargaba solo de predicar la paz y estabilidad tenía un final en una guerra
sin sentido, pero a que se debía ello. No había escuchado razón o al menos no
ella.
Un sonido casi acaba con su vida,
era el tono del teléfono que se encontraba en la estancia del piso inferior.
Bajo paso a paso las escaleras rechinantes de madera. Sus pies tocaron por fin
el sólido suelo. Levanto el auricular con su mano temblorosa, algo no marchaba
nada bien, temía que alguien hiciera una terrible confesión del otro lado de la
línea.
—Sí, ¿Quién es?—dijo sosteniendo
el aparato con las dos manos, tendida sobre el suelo.
—Escúchame. — una voz alterada
pero a la vez con un tono bajo, de silencio. — Soy uno de tus vecinos, soy
Frank, ahora escúchame, escóndete, ahora escóndete, van hacia tu casa.
—De que me hablas Frank, que
estás diciendo. — gritaba con desesperación y el rostro mojado. —Que me quieres
decir.
—Solo corre y ocúltate, has lo
que te ordeno, los he visto morir, los he visto a todos. — la voz de la línea
se cortó de pronto.
Rachel salió corriendo sin saber
a dónde ir, lo primero que vio lo utilizo como escondite seguro. Era su cama, más
bien debajo de ella, se integró sin pensarlo, había unas pequeñas tablas que
emergían de las demás, era un sótano.
Nunca había sospechado o visto
aquella cosa, la levanto y entro estrechamente por ella, tanto como le permitía
la presión de los barrotes que sostenían su cama. Cuando sus piernas fueron
sostenidas por las escaleras escucho un ruido proveniente del exterior, la
puerta tal vez en una brusca brisa advirtiendo los extraños visitantes, todo se
encontraba envuelto en misteriosas tinieblas, una niebla empezó a filtrarse por
el marco de la habitación.
Era un humo como el vicio puerco
de su padre, tan blanco que se estructuraba en la oscuridad y en un segundo
acompañado por una extraña luz fluorescente, iluminando toda la habitación por
un aura amarilla. En unos minutos se escucharon voces y pasos. Las melodías
eran indescifrables, podría asegurar que no descendía de ningún lugar de la
tierra. Rachel había aprendido varios idiomas y los que no, ella sabía cómo se
articulaban y ese no era ninguno que hubiera pasado por sus oídos.
Los pasos se acrecentaban
provocando un eco que llevaba hasta el estrecho hueco en el que Rachel se
ocultaba. Su mirada cautiva se encontraba vigilante ante la pequeña rendija que
se filtraban asquerosos olores y fantásticos colores. Los miro, o al menos solo
sus pies.
Iluminados por la luz sus
tobillos eran extraños, tenían unas curvas que terminaban en un filoso pico,
sus uñas largas se arrastraban por el suelo y su talón flotaba por los aires
como utilizando un tacón invisible. Su piel estaba completamente llena de
escamas, verde y tonalidades de color café, daba la impresión de estar cubierto
por un botín de serpiente. Miraba dos pares de pies idénticos, un par más
incorporo pero cargaba con algo que arrastraba, era un cadáver, el cadáver de
un hombre que aun sostenía un teléfono sobre su mano. Era Frank, el pobre
hombre que le había indicado que hacer, no pudo más y se internó en la cavidad
subterránea. Qué tipo de cosa era eso, no podría reconocer si era algún animal,
levanto la tapa de nuevo solo para observar un poco más, un grito ahogado
quería perforar su pecho y salir corriendo por el miedo causado, pero se
resistió y fue contenido por sus pulmones, ahí estaba, con los ojos pálidos y
cuencas oscuras, aquel pobre hombre observándola con una mirada desesperada,
era joven, tenían la misma edad.
Pareciera que le pedía ayuda y le
advertía del riesgo que corría. La luz
se acrecentó, iluminando totalmente la oscuridad, su pánico crecía como el
sonido de los pasos de esos extraños seres. Se tiró rápido a la superficie de
las escaleras antes de que aquellas cosas se toparan con su mirar, no estaba
satisfecha con volver a cruzar sus ojos con las hipnotizantes pieles de, si se
podría decir, asesinos. No sabría en que caracterizarlos, ni siquiera de donde
habían llegado, algo sabía, los vientos que corrían hacia el este prevenían su
llegada, las mismas nubes le jugaban un pacto de complicidad, el sol se había
ocultado ante tales hechos mientras la luna se maravillaba al ver criaturas tan
espeluznantes.
Ante la calma atranco con un
cerrojo de metal un poco carcomido por el óxido, se burló de ella misma,
aquellos individuos son capaces de cualquier atrocidad, contando que son
fuertes y tienen suficiente tecnología, no serían capaces de romper un cerrojo oxidada,
vaya que estupidez. La mente en los pensamientos más turbios y problemáticos
tenía la tendencia de convertirse en un ente si un solo gramo de pensar. Al fin
en la superficie de concreto frió sus pies hicieron un fuerte contacto,
adhiriéndose por la sola fuerza de gravedad. La habitación se encontraba en
medio de la maldita oscuridad, no había nada de referencia en ese lugar, solo
una pequeña ventanilla en la cual se colaba un poco de la luz de luna, guiada
por aquel foco atrayente como los mosquitos ante un monitor sumergido en
lobreguez. Con sus pasos descalzos camino vagamente hasta algo parecido a lo de
un interruptor de luz, lo accionó, encendieron dos luces al instante, solo eso,
la mitad de aquel lugar, con eso bastaba ante inspección. Había un escritorio
sumergido, sobre él se encontraba una pequeña lámpara de bombilla, alzo un
pequeño cordón y al instante alumbro aquel sitio saturado de hojas y libretas.
Eran diarios de algún prisionero,
que rayos era este lugar, quien había estado aquí anteriormente y lo más
importante, ella pasaría por lo mismo. Todo se respondía con un inquietante ‘tal vez’. Era aquella inconsistente
duda que la atemorizaba, que sería mejor para su destino, morir a manos de las
torturas de aquellas personas o exhalar su último aliento cautiva en la
soledad.
Al poner más atención hacia aquellos
garabatos desenfocados y una breve observación pudo obtener sus conclusiones. Los
engendros, que ahora tomaban por asalto ese pequeño pueblo de Texas, tenían un
origen y explicación, incluso sus rostros y trazos de sus formas se encontraban
en desorden entre tanto papeleo. Una fotografía rodó al suelo, era uno de esas
cosas sueltas por el asfalto tratando de eliminar a todos. Su rostro era
distinto al de un humano usual, a pesar de que esa imagen se encontrara en una
escala de grises, muchos detalles se salvaban.
Al parecer era una cara que
carecía de nariz, sus ojos y boca estaban sumamente continuos, casi sin espacio
que los dividiera, eran demasiado grandes, brillantes pálidos, pero a la vez de
un tono tan oscuro como la demencia de un esquizofrénico, su frente era extensa
y plana, traslucida, dejando ver como una capa invisible su cerebro, era
gigantesco, aproximadamente 70 centímetros de cerebro. Justo a la mitad de
aquella amplia frente se encontraban tres pequeños orificios, solo por suponer
pensó que era su único medio de respiración.
Tomo uno de aquellos cuadernos,
lo hojeó solo de reojo hasta que por casualidad se detuvo. Tal vez su instinto
le ordeno que parara.
Día 3
He perdido mi sentido, me temo que han atrapado a Mónica, no he llevado
la cuenta pero calculo que fue dos días atrás, no me siento con valor para
salir a explorar, además mi hijo se encuentra en un estado catatónico, al
parecer siente más miedo que yo mismo. Mónica era mi esposa, y digo ‘era’
porque no creo que este viva, escuche gente gritar, el sonido de sus huesos
quebrantándose a la vez. Aun tiemblo, les temo, la sola idea de pensar que
están afuera asechándome como si fuera un victima herida, he intentado articular
un dialogo con mi pequeño Bobby pero ni siquiera puedo, mi mandíbula tiembla al
igual que cada extremidad de mi cuerpo, solo sonidos balbuceantes se producían
entre mis dientes. Vacié todas las cajas que encontré de provisiones, comida
enlatada y un galón de agua, no sé si sea suficiente como para sobrevivir a
estos tipos.
Día 7
Escribo estas líneas sobre una inmensa desesperación, esas ganas de
salir y morir en el campo, me contengo, me mantengo vivo solo por mi pequeño
niño. La poca comida enlatada se va esfumando, trato de ahorrarla pero es muy
poca, el agua solo la bebemos dos veces con unos pequeños contenedores de jabón
que he hallado husmeando en algunos taburetes. Tengo algunas conclusiones de
quienes son y que hacen aquí, de porque utilizan esa extraña luz amarilla y
porque eligieron este pueblo. Aun así tengo que reafirmarlos, he realizado
algunos bocetos de cuando les mire sus rostros, tienen equipos sofisticados,
gigantescos e inimaginables para estos tiempos. Apuesto a que vienen de un
mundo distante, o un universo paralelo escondido en alguna galaxia como decía mi
amigo Howard.
Con una pequeña observación pude constatar que son seres pensantes e
inteligentes, saben lo que hacen. Los he visto que con solo mirar algo,
metálico más que nada, y tocar sus sienes podían levitarlo como si fuera una
pequeña pluma de paloma. Su piel es reseca por lo que he podido ver, asesine a
uno de ellos ayer. Salí a unos cuantos pasos de este lugar y por accidente
produje un pequeño ruido, el giro y corrió hasta mí, al intentar entrar de
nuevo oprimí por accidente uno de los botones de una cámara que mi mujer
guardaba, un flash corrompió la mirada de ese individuo, convulsionó por el
suelo y murió. Lo arrastre antes de que algún otro me viera, tenía un pequeño
cuchillo con el que abría las latas, su cerebro se pudrió rápidamente, como si
se hubiera dañado, eso me recordaba a un bombillo fundido. Procedí a abrir su
estómago, en una pequeña línea recta, al parecer su bombeador de sangre era una
pequeña esfera y nada más, de un pálido verde. Era más seca que carne
deshidratada y más dura que una roca. Sus órganos estaban contenidos, todos
unidos en una sola masa, enredados en una bola de estambre, sus huesos eran
extraños de color cristal e inquebrantables, como las finas joyas nombrada por
la realeza diamantes, es eran, un metal traslucido que resistía cualquier cosa.
Bobby estaba a un lado mío, acompañándome en la inspección de aquel
visitante de unos dos metros por lo menos. Miraba perplejo aquella pequeña
canica en la que salían pequeñas manguerillas en las que bombeaba su líquido
verde, tal vez vital, era tan caliente como el agua hirviendo lista para una
sopa. Mi hijo la sostuvo en su pequeña mano de infante, la observo por unos
minutos, girándola, hasta que cerró su puño y la aplasto. No broto ningún
líquido, no lo detuve por pensar que estaba compuesta por la misma sustancia
que esos místicos huesos. Pero no fue así, estallo, pero en cierto modo ninguna
sustancia ácida ni sangre alguna. Solo un aire, un vapor seco que pronto se
esfumo, no me preocupe, solo estornudo y nada más, nada había pasado.
Día 12
Temo que escribo sin preocupación alguna, es mi despedida, lo digo,
esta mañana, a la luz del amanecer segando mis ojos he visto la peor escena de
horror, no me refiero al mundo exterior, sino sobre el mismo suelo que dormía,
mi pequeño Robert, mi propio hijo se encontraba con su piel seca y helada, tan
fría como las noches de invierno en aquel viaje que tuvimos hacia Alaska, mi
mujer y mi hijo, mi única familia.
Pude sentir el dolor de mi hijo, la sed que tenía, el litro que aún
quedaba de agua se encontraba vació junto con las apiladas botellas de veneno,
cloro, ácidos y aceites, tenía una tremenda aridez que se incrementaba en su
garganta a través de los días, sufriendo por las noches y bebiendo todo a su
alcance. Me topé con una pequeña caja de madera, al parecer de pino, la rompí
ya que tenía un pequeño candado. Ahí estaba mi salvación. Le quedaban dos
balas, era más que suficiente para mí, incluso sobraba, no pensaba fallar en el
intento, como escribo con mi mano temblorosa y mi mente difusa pero tranquila,
me voy de este mundo, aun cuando todo el mundo se salvara no me importaba, que
más quedaba si mi propio universo se había estancado en un sueño interminable
que nunca se recuperaría. No sé si alguien llegue a leer esto pero lo siento de
verdad. No lo resisto más.
Así concluyeron las memorias de
aquella mente atormentada, una mente idéntica a ella en estos precisos
momentos. Los nervios le tensaban, su cráneo se destrozaba en mil pedazos.
Pasaría lo mismo con ella, dando vueltas en la habitación se tiró sobre una
esquina, un metal frió toco su pierna, su mano tocó y levantó, una pequeña
arma, un poco oxidada pero en estado servible, contenía una bala de plomo u
manchas de sangre. Lo pensó un segundo, volar como una paloma hacia lo que se
llama libertad, pero eso era un privilegio establecido por la cobardía. Analizó
aquel lugar hasta que encontró una salida. La miro en su interior, conducía
hacia el sistema de alcantarillado. Al menos eso creía, pasos se acercaban y la
ranura se encontraba floja. Las pisadas eran pesadas como si un ser inmenso
caminara lentamente con un cansancio profundo. Abrió la puerta sin pensarlo, se
arrastró hacia adentro, no podía ponerse en pie hasta que aguardara a la
profundidad del túnel, llevaba consigo aquella arma sobre su mano derecha.
A cinco metros de arrastrarse
llego al pequeño precipicio en el que desembocaban las pocas aguas sucias se
encontraban las escaleras de hierro que llevaban hacia la calle donde se
encontraban todos los problemas, esos visitantes destructivos, salió, el viento
soplaba, el cielo se encontraba totalmente nublado. Hombres, mujeres, niños y
animales, todo el mundo yacía en el piso como nieve que se derrite, nadando
entre litros de sangre, sus ojos rodados, de un azulado perturbador, pensantes
en su supervivencia vacía. Observo más allá de los árboles y postes flojos, en
una atmósfera gris, ahí estaban, gigantescas naves espaciales, como mínimo y a
simple ojo tomo cierta medida tomando como referencia los terrenos en los que
se encontraban estacionadas. Alrededor de unos diez metros, tenían una forma
extraña, no del todo circular, sino algo pentagonal, posadas sobre tres pies,
unos siete metros de altura de los cuales los faros alumbraban la vacía
avenida, sola a decir verdad, no había nadie más que Rachel, nadie con vida.
Los pasos se agudizaron como
lobos que olfatean la sangre fresca, empezaron a salir de todos lados, frente a
ella, intimidándola con sus grandes mentes. Punzaban a toda velocidad las venas
de sus cráneos traslucidos. Sus ojos se dilataban demasiado y tenían demasiado
parecido a las cámaras fotográficas, se enfocaban en ella hasta el punto de
rotar sus cuencas y salirse de sí. La señalaban con sus dedos delgados
terminados en garras. Poseían unos colores pantanosos que brillaban al
movimiento. Avanzaban procurando advertirse del peligro sobre aquella presa
acorralada. Aquel orificio justo en su frente parecía hincharse como fosas
nasales. Entendió enseguida, ahí respiraban, tal vez si detenía a uno solo, los
demás pararían, pero que estupidez, los nervios exaltaban su razón, como era
posible combatir esas cosas con una vieja pistola que solo contenía una bala.
Apunto justamente frente a lo que
parecía el capitán, sin saber nada de armas y con la única esperanza de que
esta funcionara la accionó. En ese momento dio unos pasos hacia atrás, la
pólvora le picaba en su nariz, cerró sus parpados justamente al escuchar el
estallido invadida de susto. La bala de plomo salió volando, creía verla
girando en el aire, cortando mosquitos a su paso y provocando ondas sobre el
tranquilo polvo. Provoco un turbio sonido en el silencio cortado. Al estar en
contacto pareció demasiado lento aquel proceso, ese humanoide, se tomó de la
sien con sus dos esqueletudos dedos y por algún azar o truco detuvo la bala,
dejándola caer sobre el suelo. La miro unos dos minutos con extrañeza, levanto
su cabeza y la miro, o más bien al arma detonadora, puso de nuevo y sin aviso
alguno, detallando aquel objeto con su mirar, los dedos sobre los costados de
su cráneo, levito el arma, en el mismo instante la hizo estallar en pedazos, el
estallido la hizo saltar y resbalar a un gigantesco charco en el que bebían
algunos animales. Por extraño que pareciera se sentía protegida en ese lago
estancado de suciedad y lodo.
Por misterio del destino aquellos
seres cesaron su caminata, pararon en seco como un parlamento que se queda
atónito ante la mirada de alguna serpiente. Analizando, tratando de encontrar
una solución desesperada como si fuera el fin de su mundo, el fin de ellos
mismos. No hacían más que vigilar con lo que parecía su mirar, se miraban a sí
mismos, después a los cuerpos que yacían sobre el asfalto, y por ultimo a ella,
hundida sobre el pequeño charco. Parecían planear algo, paso por su mente,
tenían sus manos entre mezcladas con lo siniestro de sus pequeños cuerpos.
Inspeccionaron los cadáveres,
inclinándose sobre sus orejas, de entre sus mangas intercalaban un pequeño
metal, al parecer desde lejos, era una especie de alfiler un tanto grande o una
aguja de tejer. Todos esos largos seres hicieron lo mismo, con cada uno de los
muertos, incluso animales, se pusieron de pie mirándola fríamente, como si de
solo verla la tuvieran en sus manos y la aplastaran con sus pies de lagarto. Un
insecto en sus potentes y maravillosas mentes.
Todas sus miradas plasmadas en un
tétrico retrato, tocándose su cabeza y cerrando su mirada de un lado a otro,
así sin más, los cuerpos cadavéricos se levantaron y abrieron sus ojos. Blancos
sin pupila alguna, color perla entre toques azulados, abriendo sus quijadas
produciendo un ruido como si fuera un gruñido. Avanzando sin importar que se
encontrara reposando entre aguas, parecían no repudiar aquellos húmedos
fluidos.
Niños que ella recordaba botando
su pelota, hombres que cambiaban neumáticos entre su patio, mujeres que tocaban
a su puerta para pedir un poco de azúcar, incluso pequeñas mascotas que cuando
sus se descuidaban ella las alimentaba con un poco de leche, se encontraban
todos reunidos, con miradas de apetito y un olor fétido, que literalmente, de
muerto. Avanzaban primero con pasos algo pequeños, luego de dos minutos de
andar empezaron andar más a prisa. Algunos incluso se arrastraban, a su vez,
los perros y gatos unidos parecían ir más lentos, adormilados, muertos. Una
gota resbaló por su nariz, era extraño, su cara no se había sumergido, después
otra y otra a su paso. No estaba llorando, era obvio que tenía miedo pero las
lágrimas no le salían. Las migajas de agua se abrían cada vez más, haciéndose
más gordas que su peso dolía en su piel.
Era lluvia, un milagro, en mucho
tiempo había caído líquido alguno del cielo, los muertos vivientes se
desmayaron, tendidos sobre sus pies, la lluvia se hizo inmensa y los invasores
se alertaron. Casi como si estuvieran gritando, tratando de correr, pero en un
extraño instante sus piernas se quebraron desplomándose en pedazos y polvo. Sus
expresiones eran de horror, sus rostros se quemaban como si aquellas
inofensivas gotas se convirtieran en bombas repletas en ácido.
Alargaban sus manos tratando de pedirle ayuda
a su presa húmeda. Sus gritos eran terribles, calaban en su cabeza, le daba
migraña incesante golpeando su cerebro. Sus ojos oscuros su rompían botándose y
combinándose con el verde de su sangre, todo se humedecía y goteaba, mientras
Rachel se petrificaba, quedándose quieta como si esa lagunilla fuera su puerta
a la salvación. El aire corría esparciendo el cáliz de muerte por todo el
panorama.
Todos se morían, sus piernas
rotas y sus torsos destrozados, su piel dura y seca ahora era una masa
efervescente y suave, hundida sobre espeso líquido amarilloso, como mostaza.
Entonces aquella estruendosa lluvia se transformó en una pacífica brisa. Por
fin, a salvo, se levantó con sus piernas tontas y adormiladas. Caminando en
pasarela, tratando de evitar tocar aquellas masas verdes.
Llego hasta un pequeño roble
tendido, tomo asiento, su cabeza daba vuelta, inundado su rostro de agua, combinándose
con sus mismas lágrimas que sin más aviso las corría el aire. Parecía que todo
termino, cuando a lo lejos sobre la carretera una caravana de camionetas de un
tono oscuro y serio, elegante acompañado por banderas Norteamericanas alzándose
por el viento. Se detuvieron frente a los escombros de carne. Un tipo serio con
facha de líder avanzo hacia ella. Se detuvo y retiro sus gafas de sol, sus
cejas eran grises, sus ojos entre cerrados de un pálido verde, acciono la
conversación con Rachel que se encontraba en un estado vegetal.
—Mi pequeña niña…—inicio su
plática. — ¿Te encuentras bien?— a lo que Rachel solamente asentía aquella
respuesta sin ánimos y mirando hacia la nada. — Mira te diré esto solo una vez,
me acompañaras, te tendremos protegida, a nadie le conviene que esto se sepa,
así que te asignare a un nuevo lugar. —
La tomo del brazo derecho, la
acompaño hacia una camioneta, la dejo reposando sobre el asiento acompañada de
una frazada. Un hombre serio y alto se acercó hacia él.
—Jefe, los chicos y yo nos
preguntamos, ¿Qué haremos con las naves?— lo miro de reojo, con una sonrisa
burlona se limitó a contestar.
—Lo mismo de siempre, los
autorizo a conducirlas, con cuidado, sin que nadie los vea, llévenla a la
estación, solo después de limpiar todo esto. —
Se montó acompañando a la joven muda,
la palmo sus brazos y empezó a avanzar su camino. Aquel desastre se alejaba de
sus pálidos ojos, perdiéndose hasta hacerse pequeño. Estaba tranquila, tal vez
ese tipo con maliciosa sonrisa tenía un poder de convencimiento y envolvimiento
con sus dichosas palabras. Sabía que nunca lo olvidaría, aunque le hicieran un
lavado cerebral o alguna lobotomía, ese recuerdo estaba clavado, como la
fotografía que ocultaba en su bolsillo izquierdo.
10:3 a.m.
Noticias de Último momento.
Nos ha llegado un reporte desde Texas, un impresionante huracán
repentino invadió aquel terreno, un pequeño pueblo un poco oculto. Al parecer
solo se encontraron escombros, este atentado cobro la vida de todos los
habitantes, ninguno de ellos sobrevivió incluyendo animales. Este pueblo ha
quedado vacío, ni siquiera las casas quedaron habitables. Hasta ahora solo se
especula la desaparición de Rachel Laverne, no han encontrado su cuerpo.
Gracias por sintonizar esta estación, los dejamos con esta espectacular
canción, disfrútenla y buenas vibras.
adivina quien soooy!!! XD
ResponderEliminarNo lo se, pero es interesante tu blog del fundamento del color, así que dime ¿Quien eres?
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