El Club de las 3:00 a.m.
Luis Guillen Cardenas
Un importante negocio como el mío
implica viajes fuera del país, haciendo cosas sucias para gente adinerada, más
adinerada que yo, no es necesario que siga trabajando, pero si no lo hiciera mi
vida no tendría sentido alguno. Amo a mi esposa y a mis dos hijos, pero mi
nombre se ha forjado en el medio y no pienso dejarlo suspendido en el aire para
que alguien más lo destruya.
Soy un letal asesino, de un
escuadrón cuyo nombre nunca lo diré, pero te puedo decir que hay miles como yo
en cada país, apuesto que en cada ciudad. Nuestros jefes son el mismo gobierno,
estamos bajo la mesa, como serpientes, esperando a lanzar nuestra potente
mordida.
Me encontraba en Tokio, en un
barrio cualquiera, no se de idiomas, pero solo iba pasando entre puestos
cerrados y prostitutas que acumulaban cada esquina transitada, no me gusta
decapitar gente, por lo general siempre los asfixio, pero ese tipo era un
excéntrico, igual que yo.
Me encantaba probar nuevas
experiencias, y un tipo me había recomendado cierto lugar para probar cosas
nuevas, había visto tantas cosas excitantes y otras que ni tanto, pero nunca
había tenido a un pequeño niño tan cerca como una mujerzuela barata de
California y esta era la ocasión, la única para probar.
El club de las 3:00 a.m. el único
letrero que no tenía ni un solo símbolo japonés, según esa tarjeta prometía una
experiencia extrasensorial con cualquiera de los modelos que eligieras, había
desde lactantes hasta ancianos, era una idea repugnante, lo sé porque se
escucha totalmente asqueroso. No soy ningún pedófilo o alguna de las perversas
filias que existen, sin embargo se lo que quiero, y esta noche estaba decidido.
Al llegar al lugar un tipo
robusto y alto, de ojos rasgados y calvo me miraba mientras jugaba con un
palillo que llevaba en su boca, gritaba un par de cosas que simplemente no
entendía, saque la tarjeta y se la mostré, se quedó callado, me hacía algo de
gracia y se hizo a un lado. Avance por el pasillo, con varias personas
asiáticas observándome, unas incluso se encontraban desnudas y tendidas sobre
el suelo, yo seguí mi camino hasta lo que me pareció ser la recepción.
Una anciana completamente
maquillada se encontraba sentada haciendo anotaciones a un lado de una pequeña
grabadora que sintonizaba música suave, me acerque con miedo de no saber hablar
su idioma y no poder comunicarme, me quede pasmado mirando sus manos que eran
demasiado delgadas, como si sus huesos estuviesen recubiertos por una delgada
capa de arrugada piel.
— ¿Inglés, alemán?, su cara me
parece americana, no tenga miedo, me puedo comunicar a la perfección, pero
usted dígame, ¿Qué es lo que desea?—
—Estoy buscando algo dulce,
tierno, ¿usted entiende?—
—Claro, entender es mi trabajo,
todos los hombre vienen a descargar sus frustraciones con nuestros niños, solo
prométame no dejar marcas, si lo hace eso saldrá mucho, mucho muy caro, le
muestro el catalogo. —
—Está bien. —dije un poco
encolerizado, no me parecía que me juzgaran sin conocerme, prefiero dispararle
antes que golpearlo.
Pasando las hojas de los
catálogos juveniles atiborrado de
cabellos lacios y negros, acompañados de ojos rasgados y piel pálida, todas
iguales, tal vez eran clones, de entre todas sobresalió una pequeña, la cual me
encantó, rubia, con ojos grandes y mejillas rojizas, la única de su tipo en
todo el álbum.
—Quiero esta. —dije decidido
poniendo mi dedo sobre la fotografía.
—Vaya, sí que sabe lo que quiere,
tiene suerte, esta pequeña acaba de llegar a nuestra humilde casa y usted es el
primer cliente, habitación 30 B, por la derecha, son 3,000 dólares por media
hora, no creo que requiera mas.—
—Por favor, me está subestimando,
creo que necesito más tiempo. —
—Los hombres deben cuidar su
dinero, pero como usted guste, le cobraré 7, 500, mas sin embargo, sale en
menos de quince minutos, el dinero será nuestro, reglas son reglas. —
Camine, casi a punto de salir
corriendo, hasta la habitación. Cuando entré se encontraba sentada frente a un
televisor, dándome la espalda, me senté sobre la cama, quitándome el saco y deshaciendo
el nudo de mi corbata. Ella no giraba a verme, el mando estaba a un lado, justo
debajo de un cojín, apagué la televisión y aquella chiquilla giró. Con sus
claros ojos me observo, un odio tremendo como si quisiera incinerar mi alma.
—Tu eres un hombre malo, tú debes
pagar, ellos están aquí, asfixiador Douglas. —
— ¿Cómo…cómo rayos es que sabes mi nombre?—me
quede petrificado, observando a la pequeña niña.
—Mis amigos saben tu nombre,
quieren hablar contigo. —
En un pestañeo, al abrir mis
ojos, cientos de sujetos me rodeaban, cubriendo los muros y dejándonos en el
centro a mí y aquella pequeña malévola, que no discernía entre un demonio o una
mocosa, mirándome con sus ojos, hundidos en sus oscuras cuencas, sus labios
eran morados y sus mejillas grises, las marcas de mis manos se notaban en cada
uno de sus cuellos, eran ellos, mis víctimas.
Todos aquellos inocentes que me
había encomendado a desaparecer, vengándose de mí, mientras aquella pequeña
soltaba carcajadillas asomando su dentadura, a la cual le faltaban algunas
piedrecillas blancas.
—Vamos Douglas, aquí está tu experiencia
extrasensorial. —
Solo salí corriendo, dos minutos
después de entrar, no giré la vista atrás, solo escuche los gritos de aquella
vieja recepcionista.
— ¡Se lo dije, todos los hombres
son iguales, no aguantan ni siquiera quince minutos!—
Temo a esa pequeña niña, la
siento en mi mente, creo que está cerca, puede leer mis pensamientos, no dejaré
que vaya más allá. Sé que iré al infierno, sé que me encontraré con todos esos
sujetos y rendir cuentas, pero es mejor que encontrarme con el pequeño demonio
de cabellos dorados y cara de ángel, prefiero morir.
Me voy al infierno, no quiero
volver a cruzar miradas con aquella perversa y sé que es mejor una bala en mi
cráneo.
Escribo esto con la única
intención de avisarte, si alguna vez viajas a Tokio y quieres tener una
experiencia de otro mundo, el Club de las 3:00 a.m. es el lugar indicado.