Terry, la mandíbula de tiburón.
Luis Guillen Cardenas
—Mamá, él es tan gracioso, míralo…—dijó
Sharon señalando con su pequeño dedo rosado.
—Ahí no hay nadie. —respondió su
madre, girando su cabeza hacia aquel armario pintarrajeado con crayones.
—Es rechoncho, sus ojos son
grandes y marrones, sus dientes son gigantescos, mira, sus piernas y brazos son
muy cortos, mira que chistoso, está bailando. — imitaba las señas, demostrándole
a su madre como se movía aquel ser.—Su piel es gris, parece gruesa, como la de
un elefante, pero no tiene nariz, ni orejas.—
—Oh, ¿por qué no le preguntas su
nombre?—
Se levantó de la cama, abriendo
la entrecerrada puerta y entrando en la oscuridad de la ropa, las risillas se
escuchaban entre las sombras, pocos minutos después salió dando saltillos de
manera feliz, jugando con sus trencillas rubias, mostrando sus dientecillos.
—Se llama Terry mamá, se llama
Terry. —
—Bueno, es hora de dormir, ¿por
qué no le dices que vuelva luego?—
—Está bien, Terry, ya has
escuchado, vete a casa. —
Besó su frente, la arropó, apagó
su pequeña lámpara y salió, la niña no dejaba de ver el armario, asombrada por
su nuevo amigo, que parecía aun acompañarla, sus ojos entre dormidos se ocultaban
entre la pequeña manta, espiando a su desconcertante visita, su ridículo invento
de inocente pensamiento de niña.
Un sonido despertó a su madre, no
era más que un golpeteo en su puerta, la abrió, era Sharon, abrazada por un
pequeño cojín, con sus ojos muy abiertos y su cabello alborotado.
—Mamá, tengo miedo, ¿puedo dormir
con ustedes?—
—Lo siento, tu padre está muy
cansado, necesita dormir, tiene trabajo, vamos de vuelta. — dijó la mujer
tocando sus hombros y encaminándola a su habitación.
—Mamá, él dijo que quiere mi cráneo,
necesita mi cerebro. —
—Son solo pesadillas, no le hagas
caso. —
—Él dijo que vendrá. —
—Mira…—comentó despistando a su
hija, metiéndola de nuevo en la cama. —dejaré mi puerta abierta, pero la usarás
solo para emergencias, si te quiere hacer algo entras en mi habitación. —
—Está bien. —comentó de manera disgustada con
sus pequeños brazos cruzados.
—Nos vemos mañana. —
Un ruido la despertó de golpe,
salió volando de la habitación para dirigirse al cuarto de su hija, encendió la
luz que parpadeaba extrañamente en aquellos momentos, tal vez se debía a la
bombilla, pero la pequeña Sharon no se encontraba en aquella pequeña cama
suavemente adornada de rosa, la manta con la que la cubría cada noche estaba
tirada a lo largo de aquellas duelas, sumergida en ese pequeño cubículo oscuro.
La luz se intensificó, dando paso
a la más horrible escena, su hija, extendida en el armario, muerta, su cráneo parecía
aplastado, o masticado, dejando ver parte de su cerebro, sus sesos derramados
por todo el suelo y su sangre tapizaba los muros. Cuando pudo gritar su marido
ya se encontraba ahí, mirando como su mujer sostenía lo que quedaba de la
cabeza de su pequeña, una terrible masa roja, regada, con plastas de cabello y
sus pequeños dientes regados por su carne, sus ojos no se encontraban, ni
siquiera su nariz.
La policía llegó ante la llamada
desesperada, el caso quedó cerrado, ante la falta de pruebas, era obvio que era
un asesinato, pero no por parte de un humano, parecía la fuerza de algún
animal, una mandíbula de un tiburón, pero ¿Cómo llego un tiburón a un pequeño
armario?, esa era la cuestión, no había señales de que alguien hubiera entrado
por alguna de las ventas ni puertas. Pero lo más importante, la parte faltante
del cráneo nunca fue encontrada.
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