sábado, 30 de noviembre de 2013

El Club de las 3:00 a.m.

El Club de las 3:00 a.m.
Luis Guillen Cardenas



Un importante negocio como el mío implica viajes fuera del país, haciendo cosas sucias para gente adinerada, más adinerada que yo, no es necesario que siga trabajando, pero si no lo hiciera mi vida no tendría sentido alguno. Amo a mi esposa y a mis dos hijos, pero mi nombre se ha forjado en el medio y no pienso dejarlo suspendido en el aire para que alguien más lo destruya.
Soy un letal asesino, de un escuadrón cuyo nombre nunca lo diré, pero te puedo decir que hay miles como yo en cada país, apuesto que en cada ciudad. Nuestros jefes son el mismo gobierno, estamos bajo la mesa, como serpientes, esperando a lanzar nuestra potente mordida.
Me encontraba en Tokio, en un barrio cualquiera, no se de idiomas, pero solo iba pasando entre puestos cerrados y prostitutas que acumulaban cada esquina transitada, no me gusta decapitar gente, por lo general siempre los asfixio, pero ese tipo era un excéntrico, igual que yo.
Me encantaba probar nuevas experiencias, y un tipo me había recomendado cierto lugar para probar cosas nuevas, había visto tantas cosas excitantes y otras que ni tanto, pero nunca había tenido a un pequeño niño tan cerca como una mujerzuela barata de California y esta era la ocasión, la única para probar.
El club de las 3:00 a.m. el único letrero que no tenía ni un solo símbolo japonés, según esa tarjeta prometía una experiencia extrasensorial con cualquiera de los modelos que eligieras, había desde lactantes hasta ancianos, era una idea repugnante, lo sé porque se escucha totalmente asqueroso. No soy ningún pedófilo o alguna de las perversas filias que existen, sin embargo se lo que quiero, y esta noche estaba decidido.
Al llegar al lugar un tipo robusto y alto, de ojos rasgados y calvo me miraba mientras jugaba con un palillo que llevaba en su boca, gritaba un par de cosas que simplemente no entendía, saque la tarjeta y se la mostré, se quedó callado, me hacía algo de gracia y se hizo a un lado. Avance por el pasillo, con varias personas asiáticas observándome, unas incluso se encontraban desnudas y tendidas sobre el suelo, yo seguí mi camino hasta lo que me pareció ser la recepción.
Una anciana completamente maquillada se encontraba sentada haciendo anotaciones a un lado de una pequeña grabadora que sintonizaba música suave, me acerque con miedo de no saber hablar su idioma y no poder comunicarme, me quede pasmado mirando sus manos que eran demasiado delgadas, como si sus huesos estuviesen recubiertos por una delgada capa de arrugada piel.
— ¿Inglés, alemán?, su cara me parece americana, no tenga miedo, me puedo comunicar a la perfección, pero usted dígame, ¿Qué es lo que desea?—
—Estoy buscando algo dulce, tierno, ¿usted entiende?—
—Claro, entender es mi trabajo, todos los hombre vienen a descargar sus frustraciones con nuestros niños, solo prométame no dejar marcas, si lo hace eso saldrá mucho, mucho muy caro, le muestro el catalogo. —
—Está bien. —dije un poco encolerizado, no me parecía que me juzgaran sin conocerme, prefiero dispararle antes que golpearlo.
Pasando las hojas de los catálogos juveniles atiborrado  de cabellos lacios y negros, acompañados de ojos rasgados y piel pálida, todas iguales, tal vez eran clones, de entre todas sobresalió una pequeña, la cual me encantó, rubia, con ojos grandes y mejillas rojizas, la única de su tipo en todo el álbum.
—Quiero esta. —dije decidido poniendo mi dedo sobre la fotografía.
—Vaya, sí que sabe lo que quiere, tiene suerte, esta pequeña acaba de llegar a nuestra humilde casa y usted es el primer cliente, habitación 30 B, por la derecha, son 3,000 dólares por media hora, no creo que requiera mas.—
—Por favor, me está subestimando, creo que necesito más tiempo. —
—Los hombres deben cuidar su dinero, pero como usted guste, le cobraré 7, 500, mas sin embargo, sale en menos de quince minutos, el dinero será nuestro, reglas son reglas. —
Camine, casi a punto de salir corriendo, hasta la habitación. Cuando entré se encontraba sentada frente a un televisor, dándome la espalda, me senté sobre la cama, quitándome el saco y deshaciendo el nudo de mi corbata. Ella no giraba a verme, el mando estaba a un lado, justo debajo de un cojín, apagué la televisión y aquella chiquilla giró. Con sus claros ojos me observo, un odio tremendo como si quisiera incinerar mi alma.
—Tu eres un hombre malo, tú debes pagar, ellos están aquí, asfixiador Douglas. —
 — ¿Cómo…cómo rayos es que sabes mi nombre?—me quede petrificado, observando a la pequeña niña.
—Mis amigos saben tu nombre, quieren hablar contigo. —
En un pestañeo, al abrir mis ojos, cientos de sujetos me rodeaban, cubriendo los muros y dejándonos en el centro a mí y aquella pequeña malévola, que no discernía entre un demonio o una mocosa, mirándome con sus ojos, hundidos en sus oscuras cuencas, sus labios eran morados y sus mejillas grises, las marcas de mis manos se notaban en cada uno de sus cuellos, eran ellos, mis víctimas.
Todos aquellos inocentes que me había encomendado a desaparecer, vengándose de mí, mientras aquella pequeña soltaba carcajadillas asomando su dentadura, a la cual le faltaban algunas piedrecillas blancas.
—Vamos Douglas, aquí está tu experiencia extrasensorial. —
Solo salí corriendo, dos minutos después de entrar, no giré la vista atrás, solo escuche los gritos de aquella vieja recepcionista.
— ¡Se lo dije, todos los hombres son iguales, no aguantan ni siquiera quince minutos!—
Temo a esa pequeña niña, la siento en mi mente, creo que está cerca, puede leer mis pensamientos, no dejaré que vaya más allá. Sé que iré al infierno, sé que me encontraré con todos esos sujetos y rendir cuentas, pero es mejor que encontrarme con el pequeño demonio de cabellos dorados y cara de ángel, prefiero morir.
Me voy al infierno, no quiero volver a cruzar miradas con aquella perversa y sé que es mejor una bala en mi cráneo.
Escribo esto con la única intención de avisarte, si alguna vez viajas a Tokio y quieres tener una experiencia de otro mundo, el Club de las 3:00 a.m. es el lugar indicado.



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