Asfixia
Luis Guillen Cardenas
Los adornos estaban puestos en
torno a las columnas, aparcando mesas y sillas sobre la terraza, música suave
solo para empezar, poniendo leña para asar, una pequeña fiesta comenzaría en un
solo par de horas, Gabriel era un buen anfitrión, dando alcohol al por mayor y
buena comida, un excelente ambiente.
Sacó la carne para descongelarla,
poniéndola sobre el fregadero y ocupándose de otras cosas, le agradaba que la
gente lo visitara, así compensaba su soledad. Siempre había sido independiente,
rompiendo todo vínculo con su familia, incluso mudándose de ciudad.
Al volver a la cocina solamente
para darle un vistazo a la carne, se dio cuenta de que un gato acechaba aquel
pedazo de res, observándolo por la ventana entre abierta y tratando de romper
la red.
— ¡Fuera de aquí gato!—gritó,
golpeando la ventana y ahuyentando al animal.
No es que odiara a los gatos,
pero sería de mal gusto que su platillo tuviera pelo del mismo. Al salir para
incinerar su leña se quedó estático a la entrada de la puerta, muchos gatos observándolo,
tal vez dos o tres docenas. Vigilando con sus redondos ojos y su cola en
movimiento, incomodándolo en su propio hogar.
Se dio la vuelta y atrancó la
puerta, tirándose sobre uno de los muros, eso lo asustaba, eso provocaba
un temor indescriptible, agitándole el
corazón, como si aquellos pequeños peludos desearan una venganza, o simplemente
un alimento. Trato de razón, pero, tantos gatos no eran normales, tantos y
solamente en su patio, parecía que nadie lo notaba, ninguno de sus vecinos.
Esos gatos habían salido del
mismo infierno, ahora están más cerca, por todas las ventanas y puertas,
vigilándolo, arañando las mayas que los separaban de su achicada presa, hasta
que por fin, ayudados por sus garras, entraron.
Rodeándolo, parecía que quisieran
decir algo, y fue extraño por el simple hecho de que todos en absoluto
empezaron a maullar, acercándose ante el chico petrificado, arañándolo por toda
la cara, mordiéndolo con sus pequeños colmillos, alimentándose.
—Gabriel, ya estamos aquí. —no
recibió respuesta y se dispusieron a entrar.
—Tal vez fue de compras. —
—Mira, su puerta está abierta… el
nunca hace eso. —
Al entrar encontraron su cadáver,
su cabeza entre las rodillas, lo levantaron, pero estaba intacto, ni una sola
pista de sus heridas.
—Por Dios, no tiene pulso… —
—Tal vez, un infarto, eso debió
pasar, mira su expresión, parece asustado. —
— ¿Qué diablos es esto?—señaló
sobre su suéter y sus puños, pelo, pelo de gato.
—Pero, pero él no…—
—Cállate, escucha eso, ese
sonido, viene de allá. —
Unos maullidos empezaron a
emerger de uno de los cajones de la cocina, se incrementaban, parecían dos o
tres docenas, mientras se acercaban y se acercaban para abrir aquellas
puertecillas, más intenso se hacia el sonido, como si fuera una turbia iracunda
de gatos hambrientos.
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