viernes, 6 de diciembre de 2013

La Cabra Sacrificada

La Cabra Sacrificada
Luis Guillen Cardenas




— ¡Niño, ya te he dicho que no te asomes por la ventana, Juan, te estoy hablando!— gritó aquella madre con despreocupación alguna, mientras jugaba baraja con sus cuñadas. — ¡Niño, quítate de allí!, pinche huerquito…—comento entre los dientes levantándose de aquella silla, abandonando su juego. — Juan, ¡te estoy hablando!—
Aquel niño solo miraba por la ventana, vigilando a una cabra, blanca y hermosa, con unos cuernos algo curveados terminados en una afilada punta, comiendo pasto y moviendo sus barbas, sus ojos parecían observarlo de frente, mientras su madre lo tomó por el brazo él se aferró con sus pequeñas manos al pretil de aquella ventana. La cabra empezó a agitarse, igual que el corazón del infante, un hombre lo sujetaba por los cuernos, mientras otro sujetaba un cuchillo, tocando su piel, un primer grito estalló proveniente de Juan y aquella blanca cabra, a los segundos quedo muda, tirada sobre una tabla, muda totalmente, con su sangre vaciándose a un plato hondo.
Juan dejó a un lado sus fuerzas, mientras su madre lo arrastraba por el suelo, con su cara pálida, parecía ponerse verde, la cabra lo observaba. Solo reaccionó ante un fuerte golpe sobre sus glúteos, pero no dijo nada, solo las lágrimas rodaban por sus suaves mejillas, no precisamente por el dolor, sino por aquella cabra, que ostentaba su amistad.
—Juan, te estoy hablando, cuando te diga algo hazme caso, ahora vete a jugar con tus primos. —
El niño solo salió caminando, lo más lento que pudo, limpiando su cara de aquellas gotas saladas. Pobre cabra, hermosa criatura que había muerto frente a sus ojos, que culpa tenía que su tío Pedro cumpliese años. Se encamino al patio trasero, buscando a sus pequeños primos, al llegar encontró a todos con sus respectivos padres, bebiendo cerveza y jugueteando con la cabeza de aquel animal, sus parientes sosteniéndolo por los cuernos, goteando liquido rojo, con la lengua pálida y los ojos totalmente desorbitados, cuando estuvo por desmayarse aterrizó sobre algunos contenedores llenos de sangre y desperdicios del interior de aquel mamífero, Juan solo cerró sus ojos y no reaccionó, las risas se convirtieron en comentarios incómodos, llenos de preocupación, incluso los pequeños que se acercaban a mirarlo, hasta que su padre lo sujetó y lo llevo adentro.
—Despierta. — unos golpecillos en sus costillas lo hicieron reaccionar. —.has estado dormido un rato, tienes que comer. —
El sol que entraba por las cortinas se impactaba sobre su cara, se encontraba limpio, recostado sobre la cama de su abuela, mientras su madre acariciaba su frente, sonriéndole.
— ¿Qué sucede?—
—Nada, no pasó nada, ven, vamos a comer. —
Toda la familia se encontraba reunida sobre aquella mesa ovalada, los niños sobre las piernas de sus madres, algunos hombres de pie y otros sentados en el piso, observándolo y preguntando su estado, este solo afirmaba con la cabeza, su madre le entrego un pequeño plato de guisado acompañado de tortillas, en un solo parpadeo acabo con él y de vuelta estaba pidiendo más, algo que era extraño que hiciera.
Paso el rato, mientras la noche desaparecía anunciando la mañana y la temperatura bajaba con un leve roció, todos los adultos se encontraban alrededor de una pequeña fogata improvisada, cuando fue interrumpida por Juan.
—Mamá, me siento mal, no puedo…—no pudo terminar su frase, miro los ojos de aquella cabra decapitada y de su boca salió impactado un charco de vomito.
— ¡Ay, Juan!—solo dijo su madre, levantándose y tomando a su hijo, llevándolo adentro. — ¿Qué te sucede?—
—Mi panza, me duele mi estómago. —decía aquel pobre, cerrando sus ojos de dolor mientras apretaba sus muelas mostrando sus dientecillos.
—Entra al baño, espérame ahí, traeré medicina. —
Juan entró en el baño, cerrando con candado, mientras su madre daba vueltas buscando algún remedio en el refrigerador de su suegra, una de sus cuñadas entró para auxiliarla.
—Tal vez este empachado, deberías darle aceite, tal vez…— un alarido que recorrió en sus nucas las congeló para después hacerlas correr hasta el baño.
— ¡Abre Juan, abre la puerta!—gritaba sin respuesta alguna, golpeteando la puerta. — ¡abre!—
Los que aún quedaban en el patio corrieron, la mayoría ebrios, pero una cosa si sucedió, su sobriedad los impactó al ver tal escena, la madre de Juan no dejaba de gritar, mientras la tía de aquel pequeño se encontraba tirada sobre el suelo, era tan horrible que algunos incluso se arcaron.
El pequeño Juan fue noticia local, un niño que por así decirlo estalló, su abdomen se encontraba abierto, los muros y los techos manchados por la sangre escarlata y sus órganos esparcidos, hecho añicos. Su muerte fue noticia local, algo guardada, convirtiéndose en leyenda urbana, puede que su fallecimiento no fuera relevante, pero si lo que encontraron. Una pequeña cabra, escondida entre sus intestinos, una pequeña cabra blanca que se encontraba viva, observando con sus grandes ojos.






sábado, 30 de noviembre de 2013

El Club de las 3:00 a.m.

El Club de las 3:00 a.m.
Luis Guillen Cardenas



Un importante negocio como el mío implica viajes fuera del país, haciendo cosas sucias para gente adinerada, más adinerada que yo, no es necesario que siga trabajando, pero si no lo hiciera mi vida no tendría sentido alguno. Amo a mi esposa y a mis dos hijos, pero mi nombre se ha forjado en el medio y no pienso dejarlo suspendido en el aire para que alguien más lo destruya.
Soy un letal asesino, de un escuadrón cuyo nombre nunca lo diré, pero te puedo decir que hay miles como yo en cada país, apuesto que en cada ciudad. Nuestros jefes son el mismo gobierno, estamos bajo la mesa, como serpientes, esperando a lanzar nuestra potente mordida.
Me encontraba en Tokio, en un barrio cualquiera, no se de idiomas, pero solo iba pasando entre puestos cerrados y prostitutas que acumulaban cada esquina transitada, no me gusta decapitar gente, por lo general siempre los asfixio, pero ese tipo era un excéntrico, igual que yo.
Me encantaba probar nuevas experiencias, y un tipo me había recomendado cierto lugar para probar cosas nuevas, había visto tantas cosas excitantes y otras que ni tanto, pero nunca había tenido a un pequeño niño tan cerca como una mujerzuela barata de California y esta era la ocasión, la única para probar.
El club de las 3:00 a.m. el único letrero que no tenía ni un solo símbolo japonés, según esa tarjeta prometía una experiencia extrasensorial con cualquiera de los modelos que eligieras, había desde lactantes hasta ancianos, era una idea repugnante, lo sé porque se escucha totalmente asqueroso. No soy ningún pedófilo o alguna de las perversas filias que existen, sin embargo se lo que quiero, y esta noche estaba decidido.
Al llegar al lugar un tipo robusto y alto, de ojos rasgados y calvo me miraba mientras jugaba con un palillo que llevaba en su boca, gritaba un par de cosas que simplemente no entendía, saque la tarjeta y se la mostré, se quedó callado, me hacía algo de gracia y se hizo a un lado. Avance por el pasillo, con varias personas asiáticas observándome, unas incluso se encontraban desnudas y tendidas sobre el suelo, yo seguí mi camino hasta lo que me pareció ser la recepción.
Una anciana completamente maquillada se encontraba sentada haciendo anotaciones a un lado de una pequeña grabadora que sintonizaba música suave, me acerque con miedo de no saber hablar su idioma y no poder comunicarme, me quede pasmado mirando sus manos que eran demasiado delgadas, como si sus huesos estuviesen recubiertos por una delgada capa de arrugada piel.
— ¿Inglés, alemán?, su cara me parece americana, no tenga miedo, me puedo comunicar a la perfección, pero usted dígame, ¿Qué es lo que desea?—
—Estoy buscando algo dulce, tierno, ¿usted entiende?—
—Claro, entender es mi trabajo, todos los hombre vienen a descargar sus frustraciones con nuestros niños, solo prométame no dejar marcas, si lo hace eso saldrá mucho, mucho muy caro, le muestro el catalogo. —
—Está bien. —dije un poco encolerizado, no me parecía que me juzgaran sin conocerme, prefiero dispararle antes que golpearlo.
Pasando las hojas de los catálogos juveniles atiborrado  de cabellos lacios y negros, acompañados de ojos rasgados y piel pálida, todas iguales, tal vez eran clones, de entre todas sobresalió una pequeña, la cual me encantó, rubia, con ojos grandes y mejillas rojizas, la única de su tipo en todo el álbum.
—Quiero esta. —dije decidido poniendo mi dedo sobre la fotografía.
—Vaya, sí que sabe lo que quiere, tiene suerte, esta pequeña acaba de llegar a nuestra humilde casa y usted es el primer cliente, habitación 30 B, por la derecha, son 3,000 dólares por media hora, no creo que requiera mas.—
—Por favor, me está subestimando, creo que necesito más tiempo. —
—Los hombres deben cuidar su dinero, pero como usted guste, le cobraré 7, 500, mas sin embargo, sale en menos de quince minutos, el dinero será nuestro, reglas son reglas. —
Camine, casi a punto de salir corriendo, hasta la habitación. Cuando entré se encontraba sentada frente a un televisor, dándome la espalda, me senté sobre la cama, quitándome el saco y deshaciendo el nudo de mi corbata. Ella no giraba a verme, el mando estaba a un lado, justo debajo de un cojín, apagué la televisión y aquella chiquilla giró. Con sus claros ojos me observo, un odio tremendo como si quisiera incinerar mi alma.
—Tu eres un hombre malo, tú debes pagar, ellos están aquí, asfixiador Douglas. —
 — ¿Cómo…cómo rayos es que sabes mi nombre?—me quede petrificado, observando a la pequeña niña.
—Mis amigos saben tu nombre, quieren hablar contigo. —
En un pestañeo, al abrir mis ojos, cientos de sujetos me rodeaban, cubriendo los muros y dejándonos en el centro a mí y aquella pequeña malévola, que no discernía entre un demonio o una mocosa, mirándome con sus ojos, hundidos en sus oscuras cuencas, sus labios eran morados y sus mejillas grises, las marcas de mis manos se notaban en cada uno de sus cuellos, eran ellos, mis víctimas.
Todos aquellos inocentes que me había encomendado a desaparecer, vengándose de mí, mientras aquella pequeña soltaba carcajadillas asomando su dentadura, a la cual le faltaban algunas piedrecillas blancas.
—Vamos Douglas, aquí está tu experiencia extrasensorial. —
Solo salí corriendo, dos minutos después de entrar, no giré la vista atrás, solo escuche los gritos de aquella vieja recepcionista.
— ¡Se lo dije, todos los hombres son iguales, no aguantan ni siquiera quince minutos!—
Temo a esa pequeña niña, la siento en mi mente, creo que está cerca, puede leer mis pensamientos, no dejaré que vaya más allá. Sé que iré al infierno, sé que me encontraré con todos esos sujetos y rendir cuentas, pero es mejor que encontrarme con el pequeño demonio de cabellos dorados y cara de ángel, prefiero morir.
Me voy al infierno, no quiero volver a cruzar miradas con aquella perversa y sé que es mejor una bala en mi cráneo.
Escribo esto con la única intención de avisarte, si alguna vez viajas a Tokio y quieres tener una experiencia de otro mundo, el Club de las 3:00 a.m. es el lugar indicado.



viernes, 29 de noviembre de 2013

Asfixia

Asfixia

Luis Guillen Cardenas



Los adornos estaban puestos en torno a las columnas, aparcando mesas y sillas sobre la terraza, música suave solo para empezar, poniendo leña para asar, una pequeña fiesta comenzaría en un solo par de horas, Gabriel era un buen anfitrión, dando alcohol al por mayor y buena comida, un excelente ambiente.
Sacó la carne para descongelarla, poniéndola sobre el fregadero y ocupándose de otras cosas, le agradaba que la gente lo visitara, así compensaba su soledad. Siempre había sido independiente, rompiendo todo vínculo con su familia, incluso mudándose de ciudad.
Al volver a la cocina solamente para darle un vistazo a la carne, se dio cuenta de que un gato acechaba aquel pedazo de res, observándolo por la ventana entre abierta y tratando de romper la red.
— ¡Fuera de aquí gato!—gritó, golpeando la ventana y ahuyentando al animal.
No es que odiara a los gatos, pero sería de mal gusto que su platillo tuviera pelo del mismo. Al salir para incinerar su leña se quedó estático a la entrada de la puerta, muchos gatos observándolo, tal vez dos o tres docenas. Vigilando con sus redondos ojos y su cola en movimiento, incomodándolo en su propio hogar.
Se dio la vuelta y atrancó la puerta, tirándose sobre uno de los muros, eso lo asustaba, eso provocaba un  temor indescriptible, agitándole el corazón, como si aquellos pequeños peludos desearan una venganza, o simplemente un alimento. Trato de razón, pero, tantos gatos no eran normales, tantos y solamente en su patio, parecía que nadie lo notaba, ninguno de sus vecinos.
Esos gatos habían salido del mismo infierno, ahora están más cerca, por todas las ventanas y puertas, vigilándolo, arañando las mayas que los separaban de su achicada presa, hasta que por fin, ayudados por sus garras, entraron.
Rodeándolo, parecía que quisieran decir algo, y fue extraño por el simple hecho de que todos en absoluto empezaron a maullar, acercándose ante el chico petrificado, arañándolo por toda la cara, mordiéndolo con sus pequeños colmillos, alimentándose.
—Gabriel, ya estamos aquí. —no recibió respuesta y se dispusieron a entrar.
—Tal vez fue de compras. —
—Mira, su puerta está abierta… el nunca hace eso. —
Al entrar encontraron su cadáver, su cabeza entre las rodillas, lo levantaron, pero estaba intacto, ni una sola pista de sus heridas.
—Por Dios, no tiene pulso… —
—Tal vez, un infarto, eso debió pasar, mira su expresión, parece asustado. —
— ¿Qué diablos es esto?—señaló sobre su suéter y sus puños, pelo, pelo de gato.
—Pero, pero él no…—
—Cállate, escucha eso, ese sonido, viene de allá. —
Unos maullidos empezaron a emerger de uno de los cajones de la cocina, se incrementaban, parecían dos o tres docenas, mientras se acercaban y se acercaban para abrir aquellas puertecillas, más intenso se hacia el sonido, como si fuera una turbia iracunda de gatos hambrientos.





domingo, 10 de noviembre de 2013

Estatua



Estatua
Luis Guillen Cardenas

Mientras Kristen fumaba aquel cigarrillo observaba aquella estatua de hierro, con su cabeza tan alta, como si quisiera presumir algo, su rostro ennegrecido debido a la pintura de tono oscuro, nunca había puesto atención, pero la sangre de aquel hombre esculpido corría por su sistema, vivían aislados, junto a toda su familia, luchando por forjar un nuevo pensamiento que trascendiera el mundo, una idiotez agradecido por el hombre oxidado.
—Estúpido hombre, estúpido en verdad, quisiera tener contacto humano que no fuera solo con mis primos. —rezongó absorbiendo el tabaco clandestino.—¿Sabes? Siento que tu cabeza esta algo caliente ahí arriba, necesitas estar un poco más fresco, mereces un corto receso. —
La idea pasó como de rayo, la mayor travesura que a ninguno de aquellos inocentes parásitos que vivían en la ignorancia, llamada casa, decapitar al bastardo de metal. Las sierras estaban accesibles, conocía a los guardias, nadie visitaba esa reliquia oxidada por la noche. Le costó trabajo subir hasta arriba, por suerte el metal estaba hueco, como una pequeña lamina, lo cual fue más fácil cortar, la dejó caer, para su suerte el césped amortiguo la caída, enmudeciendo su sonido.
Se lanzó, cayendo de pie, temblando de sus brazos por su fuerza ejercida, tomó la cabeza con sus dos brazos, abrazándola contra el pecho, esquivando las zonas con vigilancia, entró en su habitación cautelosamente, poniéndola bajo su cama. Apagó las luces para dormir y no levantar sospechas por la mañana, pero un ruido la molestaba, algo subía las escaleras.
Crash, Crash, Crash, algo pesado ascendía, entre abrió su puerta, pero nada se podía observar, solo escuchar aquel sonido.
— ¿Quién anda ahí?—cuestionó con firmeza y miedo, pero solo el crash se escuchaba, intimidándola por la falta de respuesta. —Dije, ¿Quién está ahí?
Ante la falta de respuesta salió de su cuarto, reteniéndose ante las escaleras, esperando lo que subía, tragando saliva y sudando.
— ¿Quién rayos eres?—
Nadie encontró a Kristen en su habitación, su puerta estaba abierta y su cama deshecha, parecía que hubiera salido, salieron al patio, una densa neblina cubría aquel extenso campo, algo se movía de lado a lado a lo lejos, cerca del monumento del viejo, se acercaron, alumbrados por sus lámparas, deslumbrando el cuerpo de la chica colgado en su ancestro decapitado.

Todos dijeron que fue suicidio, al parecer la cabeza nunca fue encontrada, ni debajo de su cama, nunca nadie hizo más preguntas. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Terry, la mandíbula de tiburón


Terry, la mandíbula de tiburón.
Luis Guillen Cardenas


—Mamá, él es tan gracioso, míralo…—dijó Sharon señalando con su pequeño dedo rosado.
—Ahí no hay nadie. —respondió su madre, girando su cabeza hacia aquel armario pintarrajeado con crayones.
—Es rechoncho, sus ojos son grandes y marrones, sus dientes son gigantescos, mira, sus piernas y brazos son muy cortos, mira que chistoso, está bailando. — imitaba las señas, demostrándole a su madre como se movía aquel ser.—Su piel es gris, parece gruesa, como la de un elefante, pero no tiene nariz, ni orejas.—
—Oh, ¿por qué no le preguntas su nombre?—
Se levantó de la cama, abriendo la entrecerrada puerta y entrando en la oscuridad de la ropa, las risillas se escuchaban entre las sombras, pocos minutos después salió dando saltillos de manera feliz, jugando con sus trencillas rubias, mostrando sus dientecillos.
—Se llama Terry mamá, se llama Terry. —
—Bueno, es hora de dormir, ¿por qué no le dices que vuelva luego?—
—Está bien, Terry, ya has escuchado, vete a casa. —
Besó su frente, la arropó, apagó su pequeña lámpara y salió, la niña no dejaba de ver el armario, asombrada por su nuevo amigo, que parecía aun acompañarla, sus ojos entre dormidos se ocultaban entre la pequeña manta, espiando a su desconcertante visita, su ridículo invento de inocente pensamiento de niña.
Un sonido despertó a su madre, no era más que un golpeteo en su puerta, la abrió, era Sharon, abrazada por un pequeño cojín, con sus ojos muy abiertos y su cabello alborotado.
—Mamá, tengo miedo, ¿puedo dormir con ustedes?—
—Lo siento, tu padre está muy cansado, necesita dormir, tiene trabajo, vamos de vuelta. — dijó la mujer tocando sus hombros y encaminándola a su habitación.
—Mamá, él dijo que quiere mi cráneo, necesita mi cerebro. —
—Son solo pesadillas, no le hagas caso. —
—Él dijo que vendrá. —
—Mira…—comentó despistando a su hija, metiéndola de nuevo en la cama. —dejaré mi puerta abierta, pero la usarás solo para emergencias, si te quiere hacer algo entras en mi habitación. —
 —Está bien. —comentó de manera disgustada con sus pequeños brazos cruzados.
—Nos vemos mañana. —
Un ruido la despertó de golpe, salió volando de la habitación para dirigirse al cuarto de su hija, encendió la luz que parpadeaba extrañamente en aquellos momentos, tal vez se debía a la bombilla, pero la pequeña Sharon no se encontraba en aquella pequeña cama suavemente adornada de rosa, la manta con la que la cubría cada noche estaba tirada a lo largo de aquellas duelas, sumergida en ese pequeño cubículo oscuro.
La luz se intensificó, dando paso a la más horrible escena, su hija, extendida en el armario, muerta, su cráneo parecía aplastado, o masticado, dejando ver parte de su cerebro, sus sesos derramados por todo el suelo y su sangre tapizaba los muros. Cuando pudo gritar su marido ya se encontraba ahí, mirando como su mujer sostenía lo que quedaba de la cabeza de su pequeña, una terrible masa roja, regada, con plastas de cabello y sus pequeños dientes regados por su carne, sus ojos no se encontraban, ni siquiera su nariz.
La policía llegó ante la llamada desesperada, el caso quedó cerrado, ante la falta de pruebas, era obvio que era un asesinato, pero no por parte de un humano, parecía la fuerza de algún animal, una mandíbula de un tiburón, pero ¿Cómo llego un tiburón a un pequeño armario?, esa era la cuestión, no había señales de que alguien hubiera entrado por alguna de las ventas ni puertas. Pero lo más importante, la parte faltante del cráneo nunca fue encontrada.

Vibora


Vibora
Luis Guillen Cardenas


Patience era el nombre de mi mujer, pero su nombre era solo eso, no aplicaba tal cualidad, pasábamos por una mala racha, y ella solo presionaba, y presionaba. Tenía constantes dolores de cabeza a causa de sus regaños y alaridos de carroñera fiera, no la soportaba.
Entiendo querido lector, puedes sentir empatía por mí, no la estoy rogando, pero lo siento, puede que después de esto me odies o me entiendas. Nunca pudimos tener hijos, a causa de una herida durante mi servicio en la guerra, estaba retirado, acompañando las amarguras de mí esposa, sus constantes quejas y sus ridículos chantajes, cada que podía me recordaba mi suerte, burlándose por mi infertilidad, ya no podía más.
Me dedicaba a cortar carne y venderla por gramaje, la mejor carne era la de res, pero siempre se vendía la de cerdo por ser más barata, durante ese tiempo una epidemia mató a la gran mayoría de los puercos, quedándome con unas cuantas vacas y orillándome a negociarla como muslos de pollo, fue entonces cuando esa idea pasó como estrella fugaz por mi mente.
—Estúpido bueno para nada, ven para acá, necesito tu maldita ayuda. —gritó aquella gruñona hembra desde el sótano, la oportunidad perfecta.
Bajé las escaleras, pensando en mi suerte, veinticincos años, parecen pocos, pero al lado de la iracunda bestia parecía eternos, nadie sabía de su comportamiento, ya que su rostro era tierno, hermoso, como toda una dama de sociedad, pero no era más que una serpiente, y la más letal. Diez, once, doce escalones y estuve a su nivel, la puerta se cerraba con una barra de metal, la cual la tomé y oculté en mi lomo.
—Ya estoy aquí cariño, ¿Qué necesitas?—cuestione de manera hipócrita.
—Déjate de idioteces, mueve esta estúpida caja que pesa como la chingada. —
—Claro, claro que lo haré. — azote la barra contra su cráneo, tumbándola rápidamente.
A veces uno cree que sus problemas no tienen solución, pero son esas ideas creativas que me hacen ponerme de buen humor, en la guerra conocía tipos que se ocultaban en los cadáveres de sus amigos, e incluso llegaban a alimentarse de su carne, fue cuando me pregunté, ¿Por qué no alimento al pueblo?, Salí al patio, donde se encontraba una res, le rebané el cuello y la desmembré, no quería levantar sospechas sobre la procedencia de mi carne, colgué su pellejo al sol, sobre un pequeño tendedero.
Bajo tierra, en aquella habitación, miré por última vez el cuerpo de mi mujer desnuda, si tan solo se hubiera comportado, pase una pequeña navaja por el cuello, para dejar correr la sangre, tomé una pequeña sierra que utilizaba para partir los huesos de mis animales, hice lo propio con las extremidades de Patience, después, aparte la carne de sus huesos y la puse dentro de una hielera con sal, su cabeza la aparte, su rostro no sería desperdiciado, era un bello recuerdo de lo que una vez fue, hace tantos años, y que al pasar ese tiempo se convirtió en una tragedia.
Sus pálidos parpados se encontraban cerrados y los tendones de su mandíbula habían dejado de funcionar, dejando su boca abierta. Los huesos los enterré, lo que pensé desperdicios los repartí, a oscuras, por todo el pueblo para que los perros u otros animales se encargaran de ello, no quedó nada, a la mañana siguiente anuncié mi retirada del negocio, y regale mi carne, sin excepción alguna todos los pueblerinos fueron por su parte, era rara la vez que comían res, así que saciaron sus ganas comiendo ese mismo día.
— ¡Charles!—escuché justo cuando cerraba mi local, después del agobiante día en el que recibía las gracias de todos por erradicar su pasajera hambre. — ¡Jodido idiota!
Imposible, la asesine, acabe con ella, salvo su cabeza muerta, que la puse sobre una mesa en la estancia para poderla apreciar cada que entraba.
— ¡Hijo de tu puta madre!, ¿Dónde rayos están mis piernas y mis brazos?, ¿Qué me hiciste jodido desquiciado?—
Entré con delicadeza, la miré, aparcada sobre la mesa, girando sus ojos para poderme ver, haciendo su esfuerzo para moverse y bramando de coraje.
—Eres un maldito. —dijó mientras se carcajeaba sin parar.—eres un maldito, ni así te liberaras de mi…—
No sabía qué hacer, me senté frente a ella, mirándola con temor, escalofrió, incomodidad y sorpresa. ¿Qué era recomendable hacer?, ¿una cabeza parlante?, ¿Quién con sano juicio te creería? Y lo más importante, ¿confesaría lo que le hice?
—Claro que lo haré, cuando encuentre mi cuerpo te asesinaré…—
— ¿Cómo… como diablos has hecho eso?—ese cráneo me leyó el pensamiento.
—Yo lo sé todo, aun si te deshaces de mí, llegaré a donde tu estés, yo Patience J. White, te maldigo. —
No pude hacer más que correr hacia mis botellas de licor, di un gran trago a la botella de Tequila, que corría por mi garganta de manera brusca y cálida, la rompí sobre la alfombra, esparcí el Coñac por los sofás y una pequeña botella de cristal de Ron, encendí un cigarro y me lo lleve a la boca, tiré un cerillo sobre aquel sofá, mientras mi mujer, o lo que fuera me miraba, sonriendo con malicia, clavándose en mi mirada, mientras los adornos y cortinas, incluyendo la mesa, se consumían en una roja flor.
Mi casa quedó reducida a cenizas, nadie del pueblo salió, era preferible, quería estar solo, escuchaba las carcajadas de Patience a lo lejos. Esas risotadas aun las tengo en mente, cada que me voy a dormir, mirando su cabeza, flotando en la oscuridad.
Créeme cuando te digo que era una víbora ponzoñosa, nadie en el pueblo despertó, ni los perros, ni los gatos, ni los niños ni los adultos, al parecer la carne de Patience estaba enferma o envenenada. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

Mancha

Mancha
Luis Guillen Cardenas



Las sabanas se enredaban en sus brazos y piernas, las almohadas parecían aplastar su cabeza, su torso desnudo se encontraba intacto, tan blanco. Era un joven delgado, sin un solo lunar, al menos visible, tenía alrededor de veinticuatro años, aunque aún parecía un adolescente, su trabajo le daba demasiado tiempo para dormir, o hacer lo que le viniera en gana.
Abrió sus ojos, el sol golpeaba su nariz, se levantó, lo primero que hizo fue entrar en el baño, la mayoría del muro frontal parecía completamente cubierto por un espejo, y justo a la altura de su cintura se encontraba un pequeño lavabo, paso rápidamente a la regadera, pero se dio cuenta de algo al echar un breve vistazo, había una mancha.
Se posó frente a él, mirándolo, tenía una pequeña, casi invisible, mancha, limpió el cristal, al parecer no estaba sobre aquella superficie, sino, en su pecho. Nunca lo había visto, nunca había estado ahí, la tocó, parecía estar adherido a su piel, tal vez un nuevo lunar, no le dio importancia, y entró a la regadera.
El agua era fría, pasando por todo su cuerpo, resbalando sobre su pecho y humedeciendo instantáneamente su pelo, entre el jabón y el olor a frutas pasó el tiempo, tomó su toalla y secó sus ojos, húmedo se cubrió con la misma, se miró al espejo, mirando de nuevo su lunar.
El cual, ya no era un punto. Su rostro se impactó del susto, limpiando el espejo instintivamente una y otra vez con desesperación, la pequeña e indistinguible marca se había convertido en una notable mancha corrida, como si al momento de mojarse hubiera cambiado de forma y tamaño, como si fuera una especie de tinta. Puso su dedo parecía un hueco, una pequeña perforación, al momento de tocarla con su índice, este se manchó, esparciéndose por su mano.
— ¿Qué mierda es esto?—dijó frente al espejo, mientras parecía que su mancha se extendía por su vientre.
Su mano derecha empezaba a salpicarse con el movimiento, mientras que, en sus dedos izquierdos parecía filtrarse por su cutícula, emergiendo como una especie de coagulo en su antebrazo.
— ¡Necesito un jodido medico!— gritó casi llorando.
Tocó la perilla, la mancha oscura empezó a contaminarla, oxidándola y cubriendo la puerta, no había salida, ni una sola, su antebrazo punzaba, iba creciendo, hasta que se quedó estable, quieta, con su dedo la acarició, esta estallo cubriendo su cara, una pequeña gota se filtró por su ojo, dejándolo ciego, se aferró a las paredes, las cuales empezaron a ennegrecerse, ensuciarse.
El techo, cubierto por un cielo falso empezaba a colgarse, mientras su pulso iba disminuyendo, moría, su corazón se detenía poco a poco, dejaba de sentir el dolor, hasta que prácticamente dejó de existir, solo una masa negra y viscosa.
— ¿Diga?, ¿en qué le podemos ayudar?—
—Mi vecino, la casa de al lado, hay varios gritos, como si algo le pasará. —
—Deme su dirección. —
—Madison Street 1420…—
Al llegar entraron a la casa, tirando la puerta ante la falta de respuesta, verificaron todas las habitaciones hasta llegar a la última, una puerta blanca entreabierta, la jalaron, y lo encontraron, estaba ahí, tirado sobre el piso, con su piel totalmente pálida, con una hemorragia en el cráneo, muerto.
—Traigan una bolsa, este maldito se resbaló…—ordenó uno de los oficiales.
Su cuerpo que no debería pesar más de 70 kilogramos, parecía pensar unos 150, se necesitaron tres hombres para cargarlo hasta una ambulancia, aparcada en la entrada de esa casa. Lo llevaron hasta un hospital forense, preguntaron a los vecinos sobre sus familiares, pero al parecer se encontraba solo.
—Niñas les traje un pequeño regalo. —dijo riendo un tipo, empujando el carrito donde se encontraba el cadáver.—Por lo que se, su nombre era Josh, de ahí no sé nada más, firmen aquí de recibido.—
Les entrego la tabla con un pequeño expediente a uno de los dos hombres que se encontraban tomando café frente a los cuerpos apilados, con amabilidad se lo entregó y se despidió, abrieron la bolsa negra, contrastando el torso blanco del chico.
—Es tan joven, ¿de que murió?—
—Al parecer se resbaló en la ducha y se abrió como una nuez, mira está herida. —comentó poniéndose un guante y metiendo sus dedos en lo alto de la cabeza.
—Espera, espera, ¿Qué mierda es esto?, ¿esta marca en el pecho?, parece hueca, mira eso, algo brilla con la luz, como si fuera algo viscoso. —replicó poniéndose un guante de látex.—¿Qué te parece si abrimos?—
—Buena idea. —dijó sonriendo, mientras pasaba su escalpelo por su abdomen.



El Muerto


El Muerto
Luis Guillen Cardenas


Estoy solo en la oscuridad, nadando en las penumbras, flotando en la nada, solo flotando. Estoy muerto, lo sé, no me importa en lo más mínimo, llevo tres años en esto, no puedo descender al infierno y subir al paraíso, según los santos y demonios mi misión no está completa.
— ¿Estas segura que quieres hacer esto?—
Escuche esa frase, llamó mi atención, desde hace tiempo que no escuchaba nada igual. Debería ser una señal divina, una llamada del otro mundo, una pequeña escapatoria y oportunidad de pertenecer a algún lado.
—Sí, estoy segura, quiero conocer a mi padre. —
—Entonces comencemos…—
Aquella niña era mía, era mi hija, la pequeña que había abandonado con mi fallecimiento, la luz empezaba a filtrarse como una pequeña fisura en pleno fondo negro, me acerque cauteloso y casi cegado, asome uno de mis ojos y la puede ver, sobre el suelo, pronunciando mi nombre frente a un altar, el cual tenía mi fotografía. Había otra joven, con sus ojos cerrados, tomando las manos de mi hija, invocándome.
—Si estás aquí manifiéstate, te lo ordeno, ¡Manifiéstate!—
La pequeña perforación comenzó a prolongarse, como un espejo roto, cayendo gajos de la cárcel que me aprisionaría durante toda la eternidad.
— ¡Manifiéstate, te lo pedimos!—
Las luces de aquella habitación parpadearon repetidamente, un frio palidecía sus rostros, ellas sabían que estaba acompañándolas.
—Él está aquí. —
—Papá, muéstrate, dame una señal. —
Le toque el hombro, pareció sentirlo, pero yo quería llegar más lejos que un simple escalofrió, jugué con el cabello de su amiga y le susurre al oído de manera delicada ‘Déjame entrar’.  Sus ojos se cerraron, cayó desmayada, convulsionando, mientras mi pequeña trataba de ayudarla, su alma salía de su cuerpo, dando paso a la recepción de la mía.
—Hija, estoy aquí. —
Abrí los ojos, mi nueva mirada, toque su mejilla y ella me abrazo, correspondí haciendo lo mismo, gire mi cabeza y miré las fotografías de aquel altar, al lado de mi imagen se encontraba la de mi esposa, mi esposa fallecida, al fin lo recordé, mi misión, mi ascenso o descenso.
—Ahora todo está bien…— le dije.
  Ella me miró con lágrimas en los ojos, yo tome su cabeza con mi mano derecha, acariciando su nuca, apretando mis dientes con una fuerza e ira intensa la estrelle contra el firme piso de porcelana, se quejó y empezó a gritar, tome su cuello con fuerza, apretándolo, mientras seguía golpeando su fuerza. Por el rabillo de mis ojos pude vislumbrar miles de almas, demonios o ángeles observándome y gritándome ‘Hazlo, termina, acabala’ incluso ella los podía ver, ella veía mi forma real.
Había dejado de ser su padre en el momento de mi muerte, solo quería una solución a mi soledad, solo quería compañía.
—Yo asesine a tu madre, ahora iras con ella, como una familia. —
Su rostro se ponía pálido y dejaba de manotear, el mosaico blanco se ponía escarlata y yo sonreía, dejó de respirar. Mirándome con esos ojos casi hundidos en el blanco, todo se esfumó, ni los ángeles ni los demonios estaban, mucho menos las almas, me abandonaron en este plano.
Me levante, me miré en el espejo, no era yo, solo era una adolescente con cara de maníaco, tenía una nueva oportunidad de comenzar, algo empezó a sonar, vibraba en mi cadera, era un móvil, hace tiempo que no lo veía.
— ¿Diga?—
—Hey, rápido, la fiesta va a comenzar, invita a quien quieras. —
—Vale, pero me puedes repetir la dirección. —
—Claro es a las afueras de la ciudad, cerca de una granja, puedes tomar el autobús, te estaremos esperando una cuadra antes para transportarte. —

—Ahí estaré. — corte con una mirada picara y una sonrisa macabra, tome un cuchillo que se encontraba en una mesa de por ahí cerca, mientras miles de espíritus trataban de salir de los muros, mis nuevos amigos, necesitan un cuerpo. Y yo estoy dispuesto a conseguirles un recipiente. 

martes, 27 de agosto de 2013

Del Meteoro

Del Meteoro
Luis Guillen Cardenas


Los muros en su mayoría eran claros, salvo el muro posterior, el cual daba vista a un triste panorama, los títulos en psicología y psiquiatría se encontraban enmarcados y colgados sobre los muros. Era un manicomio, triste y sombrío, nada alucinante, salvo miles de historias interesantes escondidas en mentes, unas cuantas retorcidas, unas pocas inocentes, pero todas cautivas.
Sobre aquella silla de respaldo cómodo se encontraba el doctor Harrison, analizando papel, esperando a su siguiente visita, una nueva cabeza que estaba por ingresar aquel lugar. Desde su llegada, hacía tres años, todo era lo mismo, tratar con gente retrasada que no hacia otra cosa más que patalear, chillar y escurrir baba por el estudio.
Si tan solo llegara un caso, un expediente maravillosamente extraño, un humano razonable con una imaginación desquiciada, algo en que entretenerse, si tan solo sucediera, sería un suspiro a su carrera, a la que tanto había dedicado.
La puerta dio unos delicados golpeteos, al parecer su visita interrumpía sus pequeños pensamientos.
—Adelante. — Indico dando un ausente grito. —
Rápidamente la perilla dio la vuelta y de golpe abrió, era Joanne, una joven enfermera que se dedicaba a atender el teléfono en una pequeña recepción, donde conectaba con todos los departamentos.
—Doctor Harrison, su paciente está a la espera, le tengo el expediente. —Dijo poniendo una sonrisa y adentrándose para entregar aquel archivo. —
—Claro, hazlo pasar. — Dijo correspondiendo con una pequeña sonrisa. —
—Enseguida lo tiene doctor. —Se despidió de manera bruta y repentina. —
En menos de un minuto a la puerta se encontraba un hombre que rondaba los cincuenta, acompañado de un guardia. Lo abandono en aquella habitación, azotando la puerta, los dos, totalmente solos. Leyó aquel contenido que aguardaba en la carpeta.
Un asesino, aquel hombre lo era, ese tipo que rondaba los uno setenta de altura, lleno de vello facial alrededor de su cuello, de ojos desconfiados y de actitud seria.
—Vamos, tome asiento señor…—
—Brian, mi nombre es ese, Brian Adams. —Menciono al instante, tomando la silla y sentándose. — Sabe, debe pensar que estoy loco, y me debe temer, lo puedo sentir, no lo debe hacer, estoy más cuerdo que muchos empleados de este lugar. —
— ¿Por qué lo dice?—
—Mire, si estuviera loco, enfermo mental o psicópata como dicen todos, en estos momentos tendría estas esposas de metal rodeándole su cuello, que por cierto, agradecería si las pudiese retirar. —
—Oh, lo siento caballero, no estoy autorizado para hacerlo. —
—Está bien, entiendo, bueno, entonces ¿me podría obsequiar uno de esos cigarrillos?—
—Claro. —Dijo poniendo en su boca uno, a su vez encendiéndolo con un pequeño cerrillo. — Ahora, ¿podemos hablar?—
—Por supuesto, dígame ¿cómo es que no se ha vuelto loco aquí? —
—Lo siento Brian, aquí soy el que hago las preguntas, así que, dedíquese a responderme, ¿quiere?—
—Oh, entiendo. —Dijo exhalando aquel espeso humo. —
— ¿Henry?, ¿Quién era?, ¿su pareja?—
—Le pido más respeto Doctor, mire, Henry murió, y hay que respetarlo, él era como mi hijo. —La furia se notaba en su frente, al mismo tiempo que la tristeza se asomaba en sus ojos. —
—Está bien, entonces, ¿usted asesino a Henry?—
—No, él había muerto días antes, alguien, una presencia, un algo, lo había hecho. —
—Entonces cuénteme lo que sucedió. —
—Está bien, pero no pretendo que me crea. —

TIEMPO ATRÁS
En un bosque apartado unos kilómetros de la ciudad, vivíamos mi esposa y yo, su nombre era Rosa, pero una noche cayó enferma, por simple casualidad, azares del destino he de suponer. Ella era una mujer fuerte, no se rendía, pero se encontraba cansada, sus ojeras eran marchitantes, y cada vez que tocia arrojaba demasiada sangre, no pude hacer nada para ayudarla, y me lamente no vivir cerca de la civilización. En un pequeño árbol, entre el fango abrí un hoyo, donde amargamente sepulte a mi mujer, no era muy religioso, pero decidí poner una cruz sobre la tierra, esa noche llore como nunca.
Semanas más tarde, algo me despertó, al principio eran gritos, después golpes en mi puerta. Era un chico, Henry, que se encontraba mal herido, su rostro irreconocible, no quería perderlo, no después de lo que había sucedido, cuide de él unos días, hasta que sano completamente, no tenía a donde ir, no sabía ni de dónde venía, así que me hizo compañía.
Sobrevivíamos gracias a la tierra, teníamos pequeñas cosechas y de vez en cuando nos dedicábamos a cazar algunos ciervos. Había un pequeño lago y la lluvia era constante en aquel lugar, vaya manera de vivir. Pero todo cambio después del incidente.
Eran alrededor de las cuatro de la mañana, no podía dormir, pero me encontraba recostado sobre la cama, padecía de insomnio, tenía miedo a morir en cierto punto, morir como mi amada Rosa en aquella pequeña y solitaria cabaña. Recuerdo que una luz deslumbro mi mirada en el exterior de mi ventana, me levante, pero al parecer no era el único despierto, había escuchado el sonido de la puerta caer, Henry había salido, así que solo mire por el marco de la puerta, nada, el chico no estaba.
La luz deslumbrante no había durado más de dos minutos, pero al parecer, la curiosidad de aquel joven era inmensa. Tanto para adentrarse en la oscuridad del profundo bosque.
— ¡Henry!, ¿Dónde estás?—grite repetidas ocasiones, todas sin respuesta. —
Encendí una pequeña lámpara y me senté sobre uno de los escalones que daban a mi entrada, no veía nada a lo lejos, hasta que de repente vi una silueta acercarse de manera acelerada, era él.
— ¡Ahí, ahí, hay algo, algo malo!—gritaba apuntándome con su dedo índice en dirección a la oscuridad, mientras me abrazaba fuertemente, él era más alto que yo, pero se encorvo para llegar a mi abdomen. —
—Vamos, vamos, hay que entrar, tal vez solo era un animal. —acerque la lámpara para observarlo, estaba muerto del miedo, llevaba una herida en el brazo, tal vez un rasguño causado al correr. —Tengo que mirarte esa herida. —
Se encontraba petrificado, no se podía mover, aun así logre hacerlo reaccionar. Encendí la luz del comedor, lo senté en una silla, extendiendo su mano sobre la mesa para verificar la herida. Nunca había visto algo así, se extendía por su brazo, que parecía hueco, tenía espinas, alrededor de ocho pude contar, no conocía esas púas, pero, no las había visto en todo el bosque. Su piel colgaba pero no sangraba, solo cocí la herida, parecía no dolerle, pero su mirada parecía desorbitada.
— ¿Cómo te ha sucedido esto?—
— ¡El, eso, entro en mí, en mi cuerpo, máteme! —Gritó mientras me apretaba la ropa por el cuello. —
Su temperatura corporal incrementaba, temía lo peor, yo solo quedaba sin aire. Empezó a convulsionar hasta soltarme, exhale profundamente en repetidas ocasiones, me concentre y me puse de pie, él se encontraba tendido sobre el piso, desmayado sin conciencia alguna. Lo tome, no pesaba mucho, alrededor de unos sesenta o setenta kilogramos. Lo tire en el baño y abrí la regadera, le di algunas bofetadas pero no respondía, hasta que por fin dio un grito, me tomo con fuerza y me vio.
— ¿Qué está sucediendo?—
No sabía responder sus dudas, no sabía lo que ocurría, todo era extraño y desconocido, él pudo levantarse, se puso de pie y se fue a su habitación, como si nada. La luz de la mañana se filtraba, salí desesperadamente. Corrí apresuradamente acompañado de los gigantescos árboles, mientras algunos animales jugueteaban entre sus copas. Llegue a ese lugar, aun se distinguía un poco el vapor de un posible aterrizaje, no creo en criaturas fantásticas, pero esa escena cambio mi creencia.
Ahí, sobre una piedra aun entre llamas emergía un extraño gusano, media alrededor de 27 centímetros, tenía cara, un rostro incómodo y horrible, parecido al de las galletas de jengibre mal hechas por navidad. Me miro y dijo unas cosas, más bien balbuceo, no llevaba antenas, pero dejaba un rastro de baba, su pálido color grisáceo se figuraba al concreto de las carreteras y su mirada roja parecía quemarte.
Giro su cuerpo, como si hubiese regurgitado totalmente sus órganos, dejo ver ocho púas, ocho, idénticas a las del brazo de Henry. Solo lo aplaste. No podía dejar aquella roca ahí, solo la enterré, la cubrí con más fango, nadie se tenía que enterar sobre ese suceso.
Algunos cambios empezaron a emerger, no solo en mí, sino en el ambiente.
—Henry, ¿te sientes bien?—toque la puerta por la cual accedía a su recamara. —
No obtuve respuesta, así que decidí invadir su dormitorio, la puerta parecía atorada o bloqueada, después de empujar un par de veces cedió. Fue extraño, él nunca dormía tanto, esta vez estaba en un profundo sueño, puede que esa mordida lo paralizara, me asome a su cara, pálida con ojeras, verifique su herida, removí la venda, extrañamente, su herida estaba sana, sin siquiera dejar una mínima cicatriz.
Desde ese momento empecé a dudar. Pensar, él no era el chico miedoso y perseguido que conocía, se había transformado, había muerto, era una metamorfosis, una transición a algo malvado y sumamente desconocido, sentía miedo.
Nunca había visto tantos cambios sobrenaturales a mí alrededor, y no hablo de fantasmas, nada de eso, hablo de la realidad, cuando la malicia toca un corazón santo, inocente, lo retuerce a su voluntad. Recuerdo que anocheció demasiado pronto, había bebido todas las botellas de alcohol que encontré, mis pensamientos se centraban una y otra vez en acabar con ese parásito, esa sanguijuela que se escondía en el cuerpo de mi amigo. Esa noche dormí.
—Brian, Brian, ayúdame. —
— ¿Qué rayos?—la vi, era Rosa, arrastrándose por el suelo de madera. —
—Ayúdame amor, me muero, auxilio, no puedo… no puedo…— alargaba su mano, estirándola para alcanzarme, se encontraba tendida, con su vestido blanco manchado de rojo. —
— ¿Qué te pasa cielo?—pregunte acercándome con pavor, acaricie su cabeza y la puse sobre mis piernas. —Descansa cariño, descansa. —
Sonrió pálidamente, la sonrisa se regeneró, se puso de pie y me miró.
—Brian, cariño, te amo, termina con esto, termínalo…— dijo mirándome enternecidamente. —
Su vestido resbalo, hace mucho que no miraba su cuerpo desnudo, me acerque y la abrace, ella me miro, me beso y me tiro con tremenda fuerza.
—Lo siento…—me dijó llorando. —
Su piel empezó a cambiar, caerse en pedazos, mientras me miraba con tristeza sus ojos palidecían y desaparecían, explotó, miles de gusanos saltaron, insectos babosos que se adherían con sus ocho colmillos en todo mi cuerpo, se alimentaban de mí. Desperté. 
Me senté sobre mi lecho, una silueta se asomaba por mi ventana, parecía llover, me puse de pie y anduve descalzo hasta chocar con el cristal. Un rayo cayó, resplandeciendo el rostro de aquel sujeto. Se trataba de Henry, sus ojos nublados, grisáceos, vacíos. No recuerdo más, ya que en ese momento me desmaye.
Al despertar me encontré en el suelo, tendido en las duelas de madera, un olor provenía de la cocina, mi puerta se encontraba abierta y tenía un rastro de sangre, que conectaba con el comedor, anduve quieto, silencioso, recorriendo con cautela aquel lugar que ya no conocía. Llegue al lugar, sobre la mesa se encontraba un ciervo decapitado, el suelo nadando en charcos de sangre y Henry con su mandíbula escarlata.
— ¿Te… te sucede algo chico?—
—No, no se preocupe, estoy bien. —Respondió sonriéndome. —
Uno sabe cuándo las cosas van mal, no fue el rastro de sangre ni sus dientes manchados, no, fue algo más trivial, sus palabras, nunca me había tratado de otra forma que no fuese Usted, además su acento había cambiado, parecía la voz de algún abogado bien documentado, y sus ojos, nunca había puesto atención en su cara, pero sabía que sus ojos eran de un profundo marrón, esta vez eran grises, pálidos.
—Está bien, tengo que salir un rato. —
—Claro, cuídate. —
Mi nivel de repulsión iba en incremento, no era por aquel cadáver, sabía bien cuál era el olor de un venado muerto, tome mi escopeta y salí de aquel lugar, mi olfato no me falla, sabía que ese insoportable hedor provenía debajo de la piel de Henry.
Qué diablos era eso, solo sabía que había caído del cielo, puede que fuese un ángel o alguna patraña de esas, que los religiosos suelen inventar para mitigar las teorías científicas, si Dios envió eso, pienso que quiere terminar con esta tierra.
No tenía ganas de volver, esperaba que mi caminata se alargara, el sol estaba por caer. ¿Por qué tengo que huir de mi casa? Es mía, no de esa cosa, tenía que sacar a los intrusos, y sacarlos pronto. Me giro apoyando mi arma con los dos brazos, decidido a exterminarlo. Pero algo me detuvo, un sonido, un grito, me acerque, provenía de unos pocos metros. Al fin estuve cerca, a una distancia considerable para verlo.
Ahí estaba, un alce tendido en el suelo, al parecer una de sus patas habían quedado atrapadas en una trampa para osos, eso no era lo peor, parecía gritar del dolor, algunas ardillas se peleaban entre ellas mismas para mordisquear el vientre de aquel animal, sus ojos, de un pálido gris, poseído por la ira. Solo pude correr.
Llegue azotando mi puerta, pero justo cuando el sol se había escondido, él estaba ahí, no hablo de Henry. No, el ya no estaba, era esa cosa, media algo más de dos metros, sus piernas largas y su espalda encorvada contra el techo, aprisionándome con sus garras entorno a los muros. Su mirada gris intimidante, no hizo más que apuntar mi bala contra su frente.
El estallido me empujo, pero me retuve gracias a la puerta, mientras que él se paralizo y quedo tendido con sus largas piernas y ese olor nauseabundo ¿Enserio lo había vencido? No lo creía, me acerque, pude ver su piel podrida, sus ojos cerrados y su rostro, lo poco que quedaba de él, debajo se podía notar una extraña membrana grisácea, azulada, viscosa, unas cuantas escamas, pero mire más haya, algo me observaba, removí un poco de piel y algo parecido a una malformación se abrió, un ojo, un ojo que me miraba, de un tono amarillo, tome mi escopeta y empecé a golpear con fuerza, esa cosa se levantó y me arrojo por la ventana, la lluvia era algo tenue, pero esa criatura no se detenía.
Rompió de tajo la puerta de mi cabaña, como si fuera un trozo de papel, sus garras eran gigantes, su abdomen se encontraba totalmente abierto, parecía figurar una gigantesca boca, con algunos colmillos, sobre su pecho hasta llegar a su cabeza estaba llena de protuberancias, que cronometradas, se abrieron a la vez, ojos, miradas amarillas, piel escamosa y un hocico que parecía no tener fin, aun llevaba arrastrando la piel de Henry, llevándola como si fuese un abrigo. 
— ¿Qué diablos eres?—pregunte sin esperar alguna respuesta. —
—Vengo a exterminarlos, su raza es un asco, un asco para la existencia de esta Tierra, no la merecen, en cuanto a quien soy, no tiene importancia, hay miles de nombres…—
Su voz retumbaba en mi mente, no movía su boca, pero sabía que era de él, se comunicaba mentalmente, pero mi desesperación hacia lanzar cuestiones mentales, no podía parar, tenía dudas ¿Hay más como tú?, ¿De dónde vienes?, ¿Nos destruirás?, ¿Por qué aquí?
Mi mente era inestable, mi dolor de cabeza se acrecentaba, y sabía que mi arma no le haría nada.
—Claro, cientos esparcidos en este bosque, echa un vistazo a los animales. Vengo de más haya, caí desde el cielo. Puede ser, mi ejército se fortalecerá, los dejare vivos, necesitamos súbditos. No fue casualidad toparme aquí, el planeta con vida, humanos estúpidos que solo saben ser comandados, anda, aun te puedes unir, puedes ser como yo. —
No podía luchar y él lo sabía, podía leer mi mente, estaba acompañado de animales salvajes que lo obedecían y no sabía ninguna de sus debilidades, estaba a punto de aceptar su trato, cuando algo sucedió, un rayo cayó sobre un pequeño roble.
Estuvieron a punto de atacarme, de transformarme, expulsando aquellos bichos de su estómago, pero el fuego que incinero una de las ramas los detuvo, quedaron paralizados, chillando, mientras veía como se consumía aquel árbol.
Corrí antes de que me pudiera alcanzar, logre entrar y llegar a un cuarto viejo, donde solía apilar herramientas y botellas viejas, todo lo que necesitara gasolina lo vacié sobre el suelo, mis botellas de licor, el alcohol flamable, abrí el gas de mi pequeña estufa, tome los cerillos, cuando estuve a punto de encenderlo, mire el retrato de mi esposa, tan frágil, tan hermosa, tan viva. Lo tome contra mi pecho.
La cosa entro de prisa, mirándome con su infinidad de ojos y gimiendo entre gritos con su gigantesca boca, pude esquivarla hasta mi habitación, me siguió. Me miro con ira, un enojo que parecía apuñalarte y arrancarte la cara.
—Sabes, estamos conectados mentalmente, así que vayas a donde vayas iré por ti. —
Accione el cerrillo, mientras eso gritaba, se lo arroje e hizo combustión instantáneamente, salte por la ventana, justo antes de que explotara la cocina, el fuego se expandió hasta llegar a los pequeños animales, que corrían a esconderse entre las ramas, quemando todo, absolutamente.
Mi ser estaba exaltado, no pude hacer más que correr hasta la primera luz que vi, lastimosamente, al contar mi historia, me trajeron aquí, con muchas dudas y pocas respuestas, tratándome como basura. Aun así estoy bien, digo, al parecer todo se ha acabado.

AHORA
—Como dije Doctor, no espero que me crea, pero esta es mi historia. —Hubo un silencio, la mirada de Harrison se llenó de duda. —así que, porque no habla al guardia, necesito respirar un poco de locura, digo necesito adaptarme. —
Se levantó, puso el cigarrillo en un pequeño cenicero que estaba sobre el escritorio, el lugar apilado de hojas, cajas y unos cuantos lápices. Miro por la ventana, atreves del hombro de aquel sujeto, gente caminando de aquí haya, con batas blancas y cabellos enmarañados.
Giro su cuerpo, y miro el rostro de aquel hombre.
— ¿Me dejara ir, o tengo que esperar su respuesta? —
—Sabe, señor Brian, le creo. —
—No se burle de mí, usted, un hombre de ciencia, con razón, me dirá que cree cuentos de viejos locos, digo, he contado mi historia a varias personas y nadie se la cree. —Mencionó sonriendo. —
—No, después de años, esperando una historia interesante, aparece usted, de golpe. Esto debe estar planeado, mi carrera está al borde de la ruina, sabe, necesitaba un paciente como usted. —
—Lo mío no son delirios, no soy como los de fuera, no puede manipularme, así que solo déjeme salir y no diré nada más. —
—Está bien, aun así le ruego, déjeme ayudarlo. —
—No lo creo, si quiere más ayuda, el mismo lugar puede contárselo, supongo, esa piedra debe estar enterrada aun en ese lugar. —Dijo mientras azotaba la puerta con algo de enojo. —
Fue un viaje algo cansado, nunca había conducido tanto, puso sus piernas en aquella tierra ceniza, no sabía dónde estaba aquel meteorito, pero dejo guiar su instinto, cada paso que daba hacia flotar la negra tierra, avanzo adentrándose entre los troncos carbonizados, como había dicho Brian, el fuego arrasó con todo.
Estuvo cerca del lago, que ahora solo era un pozo y nada más. Un bulto de fango parecía vibrar, el Doctor Harrison encendió su cigarro, esperando que aquella cosa emergiera.



viernes, 2 de agosto de 2013

Algo en las Nubes


Algo en las Nubes

Luis Guillen Cardenas

Nunca había existido alguien que gustara de coleccionar campanas de viento, alarmados por cualquier fino movimiento del aire. Esa tarde se encontraban estáticas, era una tarde soleada, sin presencia alguna de humedad. Su nombre era Rachel, aunque por una razón extraña media vecindad la llamaba ‘Planta de viento’. Eso se debía que todo su hogar estaba ambientado por todo tipo de hierba haciéndolo parecer una gran selva. La mayoría de solo verla creería que era una especie de hippie o madre naturaleza.
Solo era una chica un tanto descuidada, dedicada de lleno a las artes, vivía sola en su gran casa y no tenía noción del tiempo, a veces ni tenia contacto con otro humano, llevaba semanas sin cruzar palabras con persona alguna, las historias que relataba era a las aves que entraban a robar frutos o los insectos que se dedicaban a cubrirse en el fango de sus macetas. Al parecer eran los únicos seres que lograban entender la razón por la cual se aislaba de todos esos seres llamados sociedad.
Eran estúpidos, ignorantes, que solo se encerraban en un pensamiento cuadrado de supervivencia propia, no pensaban en que destruían ni que recursos mal gastaban. Era un mundo materialista que corrompía una y otra vez la tierra, empeorándola año con año. Utilizaban su dinero para construir carreteras de asfalto y rascacielos que toqueteaban a las mismas nubes.
Mientras Rachel solo se dedicaba a mantener mojado cada milímetro de su terreno lleno de flora verdusca, ramas atravesadas y barro que hundía sus sandalias varios centímetros en sus adentros. No era como alguno de sus vecinos, no vivía de ningún cuerpo de cerdo o res, se alimentaba de lo que cosechaba y bebía los jugos de sus frutos. Su delimitación de tierra abarcaba surcos de Maíz y grandes árboles de Naranjas y Mandarinas. Sus pies eran demasiado pálidos debajo de esas capas color marrón y algunas hojas incrustadas. Dentro, en su hogar, era algo distinto, su cocina era algo pequeña, no necesitaba mucho espacio, muy pocas veces subía al exterior para comprar algunos artículos de subsistencia, así que solo tenía un horno con dos pequeños fogones, una hielera en la cual nadaban frutas, jugos y leche, había un pequeño estante que contenía especies y hierbas recolectadas y por ultimo un pequeño cajón de madera que sostenía y ocultaba todo tipo de cajas, harina, azúcar, sal o cualquier otra chuchería. Tenía una pequeña mesa de centro en la cual consumía cualquier bocadillo mientras escuchaba la radio o leía un libro, odiaba los televisores, tenía la creencia de que eran pequeñas maquinas que tenían el poder de la lobotomía en sí mismo.
Su habitación se encontraba encajada en la planta baja. Era el segmento de mayor espacio en toda la vivienda. Tenía integrado un fascinante baño, una asombrosa tina de cerámica blanca, un lavabo con un exquisito espejo impecable, que si bien parecía la ventana de una dimensión diferente.
Su recamara era estupenda con una gigantesca cama en la que su cuerpo reposaba cómodamente. Hasta ahora nunca había requerido de pareja o familia, sus orígenes eran distintos a los que ella hubiera deseado. Provenía de una familia multimillonaria, aunque no lo pareciera así era, residía en Francia pero había tomado un crucero de inmigrantes a los 17 y había llegado a un pueblo de Texas.  Las ganancias de su padre, el señor Laverne, comenzaron a la explotación de aparatos eléctricos, armando televisores baratos de fábrica. Estafo a una empresa y sus proyectos funcionaron de maravilla. Olvido lo que a sus propios hijos había fundamentado, los valores de honestidad, honradez, respeto pero sobre todo humildad.
Se había esfumado como el humo de su hipócrita pipa, difuminando sus delitos entre las formas graciosas del tabaco. Su madre y hermanos se unieron como garrapatas a la causa, hundiendo sus colmillos y adhiriéndose a un alce moribundo. Para una pequeña adolescente con fragilidad de sentimientos y poca hostilidad fue un tormento mental, algunas veces se quedaba distante ante el paisaje gris de su familia paralizada por el brillo constante del resplandor azul del televisor. Todo un trauma, le gustaba inventar historias en la que su familia había sido poseída por una fuerza sensorial proveniente de las ondas mandadas de los satélites al televisor y de ahí a la mente desequilibrada de gente tonta.
Ahora enfocándonos en la realidad corrompida de una chica totalmente extraña. Era como un virus en un ambiente sano, no sabía si ella era la infección o uno de los supervivientes. Cada mañana que subía al techo a través de las ramas de los arboles hacia la losa para meditar un poco y respirar un poco de aire puro sus vecinos la enmarcaban concediéndole el título de loca.
Entrando la tarde de un día soleado como todos los demás no había nada extraordinario hasta entradas las horas. En la planta alta Rachel gozaba en una pequeña terraza, disfrutando de un tremendo vino de uva mientras disfrutaba pintar paisajes y gozar buena música clásica, le encantaba alterar las bocinas al máximo, si los vecinos eran quejumbrosos porque no molestarlos un rato, ella nunca se quejaba de la espantosa música de los jóvenes que pasaban tan rápido por el asfalto. Aun así recibía cartas de quejas, no eran tan valientes para hablar de frente.  
Esa tarde agradable fue extraña, se sentía como un ser adormecido o drogado, dejo su pintura a medias y no la pudo continuar, unos pasos hacia la pequeña estancia superior tropezó desmayada, inconsciente mientras la sangre brotaba de su labio partido, tan roja como la capa de una manzana o la pintura que ella misma utiliza para inmortalizar escenas. El sonido turbio de las campanillas y objetos ruidosos la levanto de su sueño, el viento era demasiado fuerte, miro detrás de aquel barandal, estaba frió, helado era la mejor palabra, los niños huían horrorizados hacia los adentros de sus casas mientras sus madres gritaban horrorizadas esperando en la puerta y sujetándolos fuertemente del brazo, hasta el punto de arrastrarlos. Algunos se ganaban unos raspones sangrantes en las rodillas.
Corrió rápidamente hacia la entrada, el aire la empujo junto aquel lienzo golpeándola sobre la espalda pero logrando entrar en aquella protección, estaba a salvo, o al menos eso sentía. Sobre aquellas ventanas el viento silbaba, las hojas se empalmaban sobre los cristales y las ramas rechinaban como una mujer que con sus puntiagudas uñas. De repente el cielo se oscureció, de un grisáceo y un toque de profundo negro sobre las nubes, se concentró, algo había en esos sonidos, no eran solo rechinidos ni estallidos de vidrios. Provenían de entre las nubes ocultos en ese manto color gris, un tétrico gris, ahí estaba, lo pudo retener en sus oídos.
Lo escucho, lo digirió y analizo por dos minutos. No podrían ser estallidos de bombas, parecían truenos, pero no, eran algo como gritos titánicos, como si en un ambiente estático más de cincuenta avionetas volaran al mismo tiempo, produciendo un sonido siniestro y de horror.
Su peor miedo tal vez se hacía presente, una guerra biológica era presente, lo habían predicho los chicos de la radio. A los que el mismo catalogaba como esquizofrénicos y sin fundamentos. Ese podría ser su castigo por el escepticismo que se cultivaba a sus adentros. Una ira se acrecentó en sí, sus lágrimas salían a borbotones, una chica que se encargaba solo de predicar la paz y estabilidad tenía un final en una guerra sin sentido, pero a que se debía ello. No había escuchado razón o al menos no ella.
Un sonido casi acaba con su vida, era el tono del teléfono que se encontraba en la estancia del piso inferior. Bajo paso a paso las escaleras rechinantes de madera. Sus pies tocaron por fin el sólido suelo. Levanto el auricular con su mano temblorosa, algo no marchaba nada bien, temía que alguien hiciera una terrible confesión del otro lado de la línea.
—Sí, ¿Quién es?—dijo sosteniendo el aparato con las dos manos, tendida sobre el suelo.
—Escúchame. — una voz alterada pero a la vez con un tono bajo, de silencio. — Soy uno de tus vecinos, soy Frank, ahora escúchame, escóndete, ahora escóndete, van hacia tu casa.
—De que me hablas Frank, que estás diciendo. — gritaba con desesperación y el rostro mojado. —Que me quieres decir.
—Solo corre y ocúltate, has lo que te ordeno, los he visto morir, los he visto a todos. — la voz de la línea se cortó de pronto.
Rachel salió corriendo sin saber a dónde ir, lo primero que vio lo utilizo como escondite seguro. Era su cama, más bien debajo de ella, se integró sin pensarlo, había unas pequeñas tablas que emergían de las demás, era un sótano.
Nunca había sospechado o visto aquella cosa, la levanto y entro estrechamente por ella, tanto como le permitía la presión de los barrotes que sostenían su cama. Cuando sus piernas fueron sostenidas por las escaleras escucho un ruido proveniente del exterior, la puerta tal vez en una brusca brisa advirtiendo los extraños visitantes, todo se encontraba envuelto en misteriosas tinieblas, una niebla empezó a filtrarse por el marco de la habitación.
Era un humo como el vicio puerco de su padre, tan blanco que se estructuraba en la oscuridad y en un segundo acompañado por una extraña luz fluorescente, iluminando toda la habitación por un aura amarilla. En unos minutos se escucharon voces y pasos. Las melodías eran indescifrables, podría asegurar que no descendía de ningún lugar de la tierra. Rachel había aprendido varios idiomas y los que no, ella sabía cómo se articulaban y ese no era ninguno que hubiera pasado por sus oídos. 
Los pasos se acrecentaban provocando un eco que llevaba hasta el estrecho hueco en el que Rachel se ocultaba. Su mirada cautiva se encontraba vigilante ante la pequeña rendija que se filtraban asquerosos olores y fantásticos colores. Los miro, o al menos solo sus pies.
Iluminados por la luz sus tobillos eran extraños, tenían unas curvas que terminaban en un filoso pico, sus uñas largas se arrastraban por el suelo y su talón flotaba por los aires como utilizando un tacón invisible. Su piel estaba completamente llena de escamas, verde y tonalidades de color café, daba la impresión de estar cubierto por un botín de serpiente. Miraba dos pares de pies idénticos, un par más incorporo pero cargaba con algo que arrastraba, era un cadáver, el cadáver de un hombre que aun sostenía un teléfono sobre su mano. Era Frank, el pobre hombre que le había indicado que hacer, no pudo más y se internó en la cavidad subterránea. Qué tipo de cosa era eso, no podría reconocer si era algún animal, levanto la tapa de nuevo solo para observar un poco más, un grito ahogado quería perforar su pecho y salir corriendo por el miedo causado, pero se resistió y fue contenido por sus pulmones, ahí estaba, con los ojos pálidos y cuencas oscuras, aquel pobre hombre observándola con una mirada desesperada, era joven, tenían la misma edad.
Pareciera que le pedía ayuda y le advertía del riesgo que corría.  La luz se acrecentó, iluminando totalmente la oscuridad, su pánico crecía como el sonido de los pasos de esos extraños seres. Se tiró rápido a la superficie de las escaleras antes de que aquellas cosas se toparan con su mirar, no estaba satisfecha con volver a cruzar sus ojos con las hipnotizantes pieles de, si se podría decir, asesinos. No sabría en que caracterizarlos, ni siquiera de donde habían llegado, algo sabía, los vientos que corrían hacia el este prevenían su llegada, las mismas nubes le jugaban un pacto de complicidad, el sol se había ocultado ante tales hechos mientras la luna se maravillaba al ver criaturas tan espeluznantes.
Ante la calma atranco con un cerrojo de metal un poco carcomido por el óxido, se burló de ella misma, aquellos individuos son capaces de cualquier atrocidad, contando que son fuertes y tienen suficiente tecnología, no serían capaces de romper un cerrojo oxidada, vaya que estupidez. La mente en los pensamientos más turbios y problemáticos tenía la tendencia de convertirse en un ente si un solo gramo de pensar. Al fin en la superficie de concreto frió sus pies hicieron un fuerte contacto, adhiriéndose por la sola fuerza de gravedad. La habitación se encontraba en medio de la maldita oscuridad, no había nada de referencia en ese lugar, solo una pequeña ventanilla en la cual se colaba un poco de la luz de luna, guiada por aquel foco atrayente como los mosquitos ante un monitor sumergido en lobreguez. Con sus pasos descalzos camino vagamente hasta algo parecido a lo de un interruptor de luz, lo accionó, encendieron dos luces al instante, solo eso, la mitad de aquel lugar, con eso bastaba ante inspección. Había un escritorio sumergido, sobre él se encontraba una pequeña lámpara de bombilla, alzo un pequeño cordón y al instante alumbro aquel sitio saturado de hojas y libretas.
Eran diarios de algún prisionero, que rayos era este lugar, quien había estado aquí anteriormente y lo más importante, ella pasaría por lo mismo. Todo se respondía con un inquietante ‘tal vez’. Era aquella inconsistente duda que la atemorizaba, que sería mejor para su destino, morir a manos de las torturas de aquellas personas o exhalar su último aliento cautiva en la soledad.
Al poner más atención hacia aquellos garabatos desenfocados y una breve observación pudo obtener sus conclusiones. Los engendros, que ahora tomaban por asalto ese pequeño pueblo de Texas, tenían un origen y explicación, incluso sus rostros y trazos de sus formas se encontraban en desorden entre tanto papeleo. Una fotografía rodó al suelo, era uno de esas cosas sueltas por el asfalto tratando de eliminar a todos. Su rostro era distinto al de un humano usual, a pesar de que esa imagen se encontrara en una escala de grises, muchos detalles se salvaban.
Al parecer era una cara que carecía de nariz, sus ojos y boca estaban sumamente continuos, casi sin espacio que los dividiera, eran demasiado grandes, brillantes pálidos, pero a la vez de un tono tan oscuro como la demencia de un esquizofrénico, su frente era extensa y plana, traslucida, dejando ver como una capa invisible su cerebro, era gigantesco, aproximadamente 70 centímetros de cerebro. Justo a la mitad de aquella amplia frente se encontraban tres pequeños orificios, solo por suponer pensó que era su único medio de respiración.
Tomo uno de aquellos cuadernos, lo hojeó solo de reojo hasta que por casualidad se detuvo. Tal vez su instinto le ordeno que parara.
Día 3
He perdido mi sentido, me temo que han atrapado a Mónica, no he llevado la cuenta pero calculo que fue dos días atrás, no me siento con valor para salir a explorar, además mi hijo se encuentra en un estado catatónico, al parecer siente más miedo que yo mismo. Mónica era mi esposa, y digo ‘era’ porque no creo que este viva, escuche gente gritar, el sonido de sus huesos quebrantándose a la vez. Aun tiemblo, les temo, la sola idea de pensar que están afuera asechándome como si fuera un victima herida, he intentado articular un dialogo con mi pequeño Bobby pero ni siquiera puedo, mi mandíbula tiembla al igual que cada extremidad de mi cuerpo, solo sonidos balbuceantes se producían entre mis dientes. Vacié todas las cajas que encontré de provisiones, comida enlatada y un galón de agua, no sé si sea suficiente como para sobrevivir a estos tipos. 
Día 7
Escribo estas líneas sobre una inmensa desesperación, esas ganas de salir y morir en el campo, me contengo, me mantengo vivo solo por mi pequeño niño. La poca comida enlatada se va esfumando, trato de ahorrarla pero es muy poca, el agua solo la bebemos dos veces con unos pequeños contenedores de jabón que he hallado husmeando en algunos taburetes. Tengo algunas conclusiones de quienes son y que hacen aquí, de porque utilizan esa extraña luz amarilla y porque eligieron este pueblo. Aun así tengo que reafirmarlos, he realizado algunos bocetos de cuando les mire sus rostros, tienen equipos sofisticados, gigantescos e inimaginables para estos tiempos. Apuesto a que vienen de un mundo distante, o un universo paralelo escondido en alguna galaxia como decía mi amigo Howard.
Con una pequeña observación pude constatar que son seres pensantes e inteligentes, saben lo que hacen. Los he visto que con solo mirar algo, metálico más que nada, y tocar sus sienes podían levitarlo como si fuera una pequeña pluma de paloma. Su piel es reseca por lo que he podido ver, asesine a uno de ellos ayer. Salí a unos cuantos pasos de este lugar y por accidente produje un pequeño ruido, el giro y corrió hasta mí, al intentar entrar de nuevo oprimí por accidente uno de los botones de una cámara que mi mujer guardaba, un flash corrompió la mirada de ese individuo, convulsionó por el suelo y murió. Lo arrastre antes de que algún otro me viera, tenía un pequeño cuchillo con el que abría las latas, su cerebro se pudrió rápidamente, como si se hubiera dañado, eso me recordaba a un bombillo fundido. Procedí a abrir su estómago, en una pequeña línea recta, al parecer su bombeador de sangre era una pequeña esfera y nada más, de un pálido verde. Era más seca que carne deshidratada y más dura que una roca. Sus órganos estaban contenidos, todos unidos en una sola masa, enredados en una bola de estambre, sus huesos eran extraños de color cristal e inquebrantables, como las finas joyas nombrada por la realeza diamantes, es eran, un metal traslucido que resistía cualquier cosa.
Bobby estaba a un lado mío, acompañándome en la inspección de aquel visitante de unos dos metros por lo menos. Miraba perplejo aquella pequeña canica en la que salían pequeñas manguerillas en las que bombeaba su líquido verde, tal vez vital, era tan caliente como el agua hirviendo lista para una sopa. Mi hijo la sostuvo en su pequeña mano de infante, la observo por unos minutos, girándola, hasta que cerró su puño y la aplasto. No broto ningún líquido, no lo detuve por pensar que estaba compuesta por la misma sustancia que esos místicos huesos. Pero no fue así, estallo, pero en cierto modo ninguna sustancia ácida ni sangre alguna. Solo un aire, un vapor seco que pronto se esfumo, no me preocupe, solo estornudo y nada más, nada había pasado.
Día 12
Temo que escribo sin preocupación alguna, es mi despedida, lo digo, esta mañana, a la luz del amanecer segando mis ojos he visto la peor escena de horror, no me refiero al mundo exterior, sino sobre el mismo suelo que dormía, mi pequeño Robert, mi propio hijo se encontraba con su piel seca y helada, tan fría como las noches de invierno en aquel viaje que tuvimos hacia Alaska, mi mujer y mi hijo, mi única familia.
Pude sentir el dolor de mi hijo, la sed que tenía, el litro que aún quedaba de agua se encontraba vació junto con las apiladas botellas de veneno, cloro, ácidos y aceites, tenía una tremenda aridez que se incrementaba en su garganta a través de los días, sufriendo por las noches y bebiendo todo a su alcance. Me topé con una pequeña caja de madera, al parecer de pino, la rompí ya que tenía un pequeño candado. Ahí estaba mi salvación. Le quedaban dos balas, era más que suficiente para mí, incluso sobraba, no pensaba fallar en el intento, como escribo con mi mano temblorosa y mi mente difusa pero tranquila, me voy de este mundo, aun cuando todo el mundo se salvara no me importaba, que más quedaba si mi propio universo se había estancado en un sueño interminable que nunca se recuperaría. No sé si alguien llegue a leer esto pero lo siento de verdad. No lo resisto más.
Así concluyeron las memorias de aquella mente atormentada, una mente idéntica a ella en estos precisos momentos. Los nervios le tensaban, su cráneo se destrozaba en mil pedazos. Pasaría lo mismo con ella, dando vueltas en la habitación se tiró sobre una esquina, un metal frió toco su pierna, su mano tocó y levantó, una pequeña arma, un poco oxidada pero en estado servible, contenía una bala de plomo u manchas de sangre. Lo pensó un segundo, volar como una paloma hacia lo que se llama libertad, pero eso era un privilegio establecido por la cobardía. Analizó aquel lugar hasta que encontró una salida. La miro en su interior, conducía hacia el sistema de alcantarillado. Al menos eso creía, pasos se acercaban y la ranura se encontraba floja. Las pisadas eran pesadas como si un ser inmenso caminara lentamente con un cansancio profundo. Abrió la puerta sin pensarlo, se arrastró hacia adentro, no podía ponerse en pie hasta que aguardara a la profundidad del túnel, llevaba consigo aquella arma sobre su mano derecha.
A cinco metros de arrastrarse llego al pequeño precipicio en el que desembocaban las pocas aguas sucias se encontraban las escaleras de hierro que llevaban hacia la calle donde se encontraban todos los problemas, esos visitantes destructivos, salió, el viento soplaba, el cielo se encontraba totalmente nublado. Hombres, mujeres, niños y animales, todo el mundo yacía en el piso como nieve que se derrite, nadando entre litros de sangre, sus ojos rodados, de un azulado perturbador, pensantes en su supervivencia vacía. Observo más allá de los árboles y postes flojos, en una atmósfera gris, ahí estaban, gigantescas naves espaciales, como mínimo y a simple ojo tomo cierta medida tomando como referencia los terrenos en los que se encontraban estacionadas. Alrededor de unos diez metros, tenían una forma extraña, no del todo circular, sino algo pentagonal, posadas sobre tres pies, unos siete metros de altura de los cuales los faros alumbraban la vacía avenida, sola a decir verdad, no había nadie más que Rachel, nadie con vida.
Los pasos se agudizaron como lobos que olfatean la sangre fresca, empezaron a salir de todos lados, frente a ella, intimidándola con sus grandes mentes. Punzaban a toda velocidad las venas de sus cráneos traslucidos. Sus ojos se dilataban demasiado y tenían demasiado parecido a las cámaras fotográficas, se enfocaban en ella hasta el punto de rotar sus cuencas y salirse de sí. La señalaban con sus dedos delgados terminados en garras. Poseían unos colores pantanosos que brillaban al movimiento. Avanzaban procurando advertirse del peligro sobre aquella presa acorralada. Aquel orificio justo en su frente parecía hincharse como fosas nasales. Entendió enseguida, ahí respiraban, tal vez si detenía a uno solo, los demás pararían, pero que estupidez, los nervios exaltaban su razón, como era posible combatir esas cosas con una vieja pistola que solo contenía una bala.
Apunto justamente frente a lo que parecía el capitán, sin saber nada de armas y con la única esperanza de que esta funcionara la accionó. En ese momento dio unos pasos hacia atrás, la pólvora le picaba en su nariz, cerró sus parpados justamente al escuchar el estallido invadida de susto. La bala de plomo salió volando, creía verla girando en el aire, cortando mosquitos a su paso y provocando ondas sobre el tranquilo polvo. Provoco un turbio sonido en el silencio cortado. Al estar en contacto pareció demasiado lento aquel proceso, ese humanoide, se tomó de la sien con sus dos esqueletudos dedos y por algún azar o truco detuvo la bala, dejándola caer sobre el suelo. La miro unos dos minutos con extrañeza, levanto su cabeza y la miro, o más bien al arma detonadora, puso de nuevo y sin aviso alguno, detallando aquel objeto con su mirar, los dedos sobre los costados de su cráneo, levito el arma, en el mismo instante la hizo estallar en pedazos, el estallido la hizo saltar y resbalar a un gigantesco charco en el que bebían algunos animales. Por extraño que pareciera se sentía protegida en ese lago estancado de suciedad y lodo.
Por misterio del destino aquellos seres cesaron su caminata, pararon en seco como un parlamento que se queda atónito ante la mirada de alguna serpiente. Analizando, tratando de encontrar una solución desesperada como si fuera el fin de su mundo, el fin de ellos mismos. No hacían más que vigilar con lo que parecía su mirar, se miraban a sí mismos, después a los cuerpos que yacían sobre el asfalto, y por ultimo a ella, hundida sobre el pequeño charco. Parecían planear algo, paso por su mente, tenían sus manos entre mezcladas con lo siniestro de sus pequeños cuerpos.
Inspeccionaron los cadáveres, inclinándose sobre sus orejas, de entre sus mangas intercalaban un pequeño metal, al parecer desde lejos, era una especie de alfiler un tanto grande o una aguja de tejer. Todos esos largos seres hicieron lo mismo, con cada uno de los muertos, incluso animales, se pusieron de pie mirándola fríamente, como si de solo verla la tuvieran en sus manos y la aplastaran con sus pies de lagarto. Un insecto en sus potentes y maravillosas mentes.
Todas sus miradas plasmadas en un tétrico retrato, tocándose su cabeza y cerrando su mirada de un lado a otro, así sin más, los cuerpos cadavéricos se levantaron y abrieron sus ojos. Blancos sin pupila alguna, color perla entre toques azulados, abriendo sus quijadas produciendo un ruido como si fuera un gruñido. Avanzando sin importar que se encontrara reposando entre aguas, parecían no repudiar aquellos húmedos fluidos.
Niños que ella recordaba botando su pelota, hombres que cambiaban neumáticos entre su patio, mujeres que tocaban a su puerta para pedir un poco de azúcar, incluso pequeñas mascotas que cuando sus se descuidaban ella las alimentaba con un poco de leche, se encontraban todos reunidos, con miradas de apetito y un olor fétido, que literalmente, de muerto. Avanzaban primero con pasos algo pequeños, luego de dos minutos de andar empezaron andar más a prisa. Algunos incluso se arrastraban, a su vez, los perros y gatos unidos parecían ir más lentos, adormilados, muertos. Una gota resbaló por su nariz, era extraño, su cara no se había sumergido, después otra y otra a su paso. No estaba llorando, era obvio que tenía miedo pero las lágrimas no le salían. Las migajas de agua se abrían cada vez más, haciéndose más gordas que su peso dolía en su piel.
Era lluvia, un milagro, en mucho tiempo había caído líquido alguno del cielo, los muertos vivientes se desmayaron, tendidos sobre sus pies, la lluvia se hizo inmensa y los invasores se alertaron. Casi como si estuvieran gritando, tratando de correr, pero en un extraño instante sus piernas se quebraron desplomándose en pedazos y polvo. Sus expresiones eran de horror, sus rostros se quemaban como si aquellas inofensivas gotas se convirtieran en bombas repletas en ácido.
 Alargaban sus manos tratando de pedirle ayuda a su presa húmeda. Sus gritos eran terribles, calaban en su cabeza, le daba migraña incesante golpeando su cerebro. Sus ojos oscuros su rompían botándose y combinándose con el verde de su sangre, todo se humedecía y goteaba, mientras Rachel se petrificaba, quedándose quieta como si esa lagunilla fuera su puerta a la salvación. El aire corría esparciendo el cáliz de muerte por todo el panorama.
Todos se morían, sus piernas rotas y sus torsos destrozados, su piel dura y seca ahora era una masa efervescente y suave, hundida sobre espeso líquido amarilloso, como mostaza. Entonces aquella estruendosa lluvia se transformó en una pacífica brisa. Por fin, a salvo, se levantó con sus piernas tontas y adormiladas. Caminando en pasarela, tratando de evitar tocar aquellas masas verdes.
Llego hasta un pequeño roble tendido, tomo asiento, su cabeza daba vuelta, inundado su rostro de agua, combinándose con sus mismas lágrimas que sin más aviso las corría el aire. Parecía que todo termino, cuando a lo lejos sobre la carretera una caravana de camionetas de un tono oscuro y serio, elegante acompañado por banderas Norteamericanas alzándose por el viento. Se detuvieron frente a los escombros de carne. Un tipo serio con facha de líder avanzo hacia ella. Se detuvo y retiro sus gafas de sol, sus cejas eran grises, sus ojos entre cerrados de un pálido verde, acciono la conversación con Rachel que se encontraba en un estado vegetal.
—Mi pequeña niña…—inicio su plática. — ¿Te encuentras bien?— a lo que Rachel solamente asentía aquella respuesta sin ánimos y mirando hacia la nada. — Mira te diré esto solo una vez, me acompañaras, te tendremos protegida, a nadie le conviene que esto se sepa, así que te asignare a un nuevo lugar. —
La tomo del brazo derecho, la acompaño hacia una camioneta, la dejo reposando sobre el asiento acompañada de una frazada. Un hombre serio y alto se acercó hacia él.
—Jefe, los chicos y yo nos preguntamos, ¿Qué haremos con las naves?— lo miro de reojo, con una sonrisa burlona se limitó a contestar.
—Lo mismo de siempre, los autorizo a conducirlas, con cuidado, sin que nadie los vea, llévenla a la estación, solo después de limpiar todo esto. —
Se montó acompañando a la joven muda, la palmo sus brazos y empezó a avanzar su camino. Aquel desastre se alejaba de sus pálidos ojos, perdiéndose hasta hacerse pequeño. Estaba tranquila, tal vez ese tipo con maliciosa sonrisa tenía un poder de convencimiento y envolvimiento con sus dichosas palabras. Sabía que nunca lo olvidaría, aunque le hicieran un lavado cerebral o alguna lobotomía, ese recuerdo estaba clavado, como la fotografía que ocultaba en su bolsillo izquierdo.
10:3 a.m.
Noticias de Último momento.
Nos ha llegado un reporte desde Texas, un impresionante huracán repentino invadió aquel terreno, un pequeño pueblo un poco oculto. Al parecer solo se encontraron escombros, este atentado cobro la vida de todos los habitantes, ninguno de ellos sobrevivió incluyendo animales. Este pueblo ha quedado vacío, ni siquiera las casas quedaron habitables. Hasta ahora solo se especula la desaparición de Rachel Laverne, no han encontrado su cuerpo. Gracias por sintonizar esta estación, los dejamos con esta espectacular canción, disfrútenla y buenas vibras.